LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

Capítulo 8 

Atributos Del Amor

Se ha mostrado que la suma y el espíritu de toda la ley está propiamente expresada en una palabra: amor. También se ha mostrado que este amor es benevolencia o buena disposición, que consiste en elegir el bien supremo de Dios y del ser universal por su propio valor intrínseco, en un espíritu de completa consagración como el fin soberano de la existencia. Aunque toda la ley se cumple en la palabra amor, hay muchas cosas implicadas en el estado mental expresadas por este término. Es, por consiguiente, indispensable para un entendimiento correcto de este tema que investiguemos las características o atributos del amor. Debemos tener en cuenta ciertas verdades de la filosofía mental. Por tanto…

I. Llamaré la atención de ciertos hechos en la filosofía mental como se revelan en la conciencia.

1. Los agentes morales poseen intelecto o facultad de conocimiento.

2. También poseen sensibilidad, o en otras palabras, la facultad o la susceptibilidad de sentir.

3. También poseen voluntad o el poder de escoger o rehusar en cada caso de obligación moral.

Estas facultades primarias están tan correlacionadas una a otra que el intelecto o la sensibilidad pueden controlar la voluntad, o la voluntad puede, en cierto sentido, controlarlas. Es decir, la mente es libre de escoger según las demandas del intelecto, el cual es la facultad de la ley de dar, o con los deseos e impulsos de la sensibilidad, o controlar y dirigir ambos. La voluntad puede directamente controlar la atención del intelecto y consecuentemente sus percepciones, pensamientos, etc. Puede indirectamente controlar los estados de la sensibilidad, o la facultad del sentimiento, al controlar las percepciones y pensamientos del intelecto. También sabemos por la conciencia como se mostró en la capítulo anterior que los músculos voluntarios del cuerpo están directamente controlados por la voluntad y que la ley que obliga la atención, los sentimientos, y las acciones del cuerpo a obedecer las decisiones de la voluntad, es la ley física, o la ley de la necesidad. La atención del intelecto y las acciones externas son controladas directamente, y los sentimientos indirectamente por las decisiones de la voluntad. La voluntad puede ordenar u obedecer. Puede sufrir ser esclavizada por los impulsos de la sensibilidad, o puede afirmar su soberanía y controlarlos. La voluntad no es influida por el intelecto o la sensibilidad por la ley de la necesidad o de la fuerza para que la voluntad pueda siempre resistir las demandas de la inteligencia o los impulsos de la sensibilidad. Pero mientras no puedan enseñorearse sobre la voluntad a través de la agencia de alguna ley de la fuerza, la voluntad tiene el auxilio de la ley de la necesidad o de la fuerza por el cual controlarlas.

De nuevo: estamos conscientes en afirmar a nosotros mismos nuestra obligación para obedecer la ley del intelecto en lugar de los impulsos de la sensibilidad; que para actuar virtuosamente debemos actuar racional o inteligentemente y no darnos por vencidos a los impulsos ciegos de nuestros sentimientos.

Ahora, puesto que el amor requerido por la ley moral consiste en elección, disposición, intención, como antes se mostró reiteradamente y, puesto que la elección, disposición e intención controla los estados del intelecto y las acciones externas directamente, por una ley de necesidad, y por la misma ley controla los sentimientos y estados de sensibilidad indirectamente, se deduce que ciertos estados del intelecto y de la sensibilidad, y también ciertas acciones externas, deben estar contenidas en la existencia del amor que la ley de Dios requiere. Digo contenidas en él no como que forme parte sino que resulta necesariamente de él. Los pensamientos, opiniones, juicios, sentimientos y acciones externas deben moldearse por un estado de corazón o de voluntad.

Es importante aquí recalcar que en lenguaje común la misma palabra es a menudo usada para expresar ya sea una acción o una actitud de la voluntad, o un estado de la sensibilidad o ambos. Esto es verdad de todos los términos que representan lo que se llaman las virtudes cristianas o aquellas varias modificaciones de la virtud de la que los cristianos están conscientes y que aparecen en la vida y temperamento. De esta verdad seremos constantemente recordados en tanto prosigamos en nuestra indagación porque encontraremos ejemplos de esto en cada paso de nuestro avance.

Antes de que prosiga para señalar los atributos de la benevolencia, es importante subrayar que todos los atributos morales de Dios y de los seres santos son sólo atributos de la benevolencia. Benevolencia es un término que expresa extensivamente todo el carácter moral de Dios. Este amor, como repetidamente hemos visto, es benevolencia. La benevolencia es la buena disposición o la elección del bien supremo de Dios y del universo como un fin, pero de esta declaración extensiva, aunque exacta, somos aptos para recibir concepciones inadecuadas, como se implica, de lo que realmente pertenece a la benevolencia. Decir que el amor es el cumplimiento de toda la ley; que la benevolencia es el todo de la verdadera religión; que todo el deber del hombre para Dios y para sus semejantes se expresa en una sola palabra, amor&emdash;estas declaraciones aunque verdaderas son tan exhaustivas como para necesitar mucha ampliación y explicación. Muchas cosas están contenidas en el amor y la benevolencia. Por esto se intenta que la benevolencia necesite verse bajo varios aspectos y en varias relaciones y es su naturaleza considerada en las varias relaciones en la que le llama a actuar. La benevolencia es una intención soberana, o la elección de un fin soberano, pero si suponemos que eso es todo lo que está contenido en la benevolencia, erraremos grandemente. Si no investigamos en la naturaleza del fin que escoge la benevolencia, y los medios por los que busca lograr ese fin, entenderemos sólo poco de la importancia de la palabra benevolencia. La benevolencia tiene muchas atributos o características. Estos deben armonizar en la selección de su fin y en los esfuerzos para realizarla. Por esto se intenta que la benevolencia no sea una elección ciega sino inteligente. Es la elección del mejor fin posible en la obediencia a la demanda de la razón y de Dios y supone la elección de los mejores medios posibles para asegurar ese fin. Tanto el fin como los medios son elegidos en obediencia a la ley de Dios, y de la razón. Un atributo es una cualidad permanente de una cosa. Los atributos de benevolencia son aquellas cualidades permanentes que pertenecen a su misma naturaleza. La benevolencia no es una elección ciega sino inteligente. Es la elección del bienestar supremo de los agentes morales. Busca este fin por medios convenientes a la naturaleza de los agentes morales. Por tanto, la sabiduría, la justicia, la misericordia, la verdad, la santidad y muchos otros atributos, como veremos, son elementos esenciales o atributos de la benevolencia. Para entender la verdadera benevolencia, debemos investigar sus atributos. No todo lo que se llama amor tiene la naturaleza de la benevolencia ni tampoco todo lo que se llama benevolencia tiene cualquier título para esa apelación. Hay varios tipos de amor. El afecto natural es amor. A nuestras preferencias por ciertos tipos de dieta llamamos amor. Por consiguiente, decimos que nos encanta [amamos] la fruta, las verduras, la carne, la leche, etc. La benevolencia también se llama amor y es el tipo de amor, más allá de toda duda, requerido por la ley de Dios, pero hay más que un estado de la mente que se llama benevolencia. Hay una benevolencia constitucional o benevolencia frenológica que seguido se confunde con la benevolencia que constituye la virtud. Esta llamada benevolencia es en verdad sólo una forma impuesta de egoísmo; sin embargo, se llama benevolencia. Muchas de sus manifestaciones son como las de la verdadera benevolencia. Se debe tener cuidado al dar instrucción religiosa para distinguirlas con precisión. Recuérdese que la benevolencia es la obediencia de la voluntad de la ley de la razón y de Dios. Es querer el bien como un fin por su propia causa y no para gratificar al yo. El egoísmo consiste en la obediencia de la voluntad a los impulsos de la sensibilidad. Es un espíritu de autocomplacencia. La voluntad busca complacer los deseos y tendencias por el placer de gratificación. La autocomplacencia se busca como un fin y como fin supremo. Se prefiere en vez de las demandas de Dios y el bien al ser. La benevolencia frenológica o constitucional es sólo la obediencia a los impulsos de la sensibilidad, un rendimiento a un sentimiento de compasión. Es sólo un esfuerzo para gratificar un deseo. Es, por consiguiente, tan egoísta verdaderamente como un esfuerzo para gratificar cualquier deseo constitucional.

Es imposible tener una idea justa de lo que constituye la obediencia a la ley divina y lo que está contenido en ella sin considerar con atención los varios atributos o aspectos de la benevolencia propiamente llamados. Con base en esta discusión empezaremos, pero antes de de enumerar y definir estos atributos, es importante recalcar que los atributos morales de Dios, como se revelan en sus obras, la providencia y la palabra arrojan luz en el tema ante nosotros. Además, los muchos preceptos de la Biblia y el desarrollo de la benevolencia ahí revelados mucho nos asistirán en nuestras investigaciones sobre este tema importante. Como la Biblia expresamente afirma que el amor comprende todo el carácter de Dios&emdash;que es el todo lo que la ley requiere al hombre&emdash;que el fin del mandamiento es caridad o amor&emdash;podemos asegurar que cada forma de virtud verdadera es sólo una modificación del amor o la benevolencia. En otras palabras, cada virtud es sólo benevolencia vista bajo ciertos aspectos o en ciertas relaciones. En otras palabras incluso, es sólo uno de los elementos, peculiaridades, características o atributos de la benevolencia. Esto es cierto de los atributos morales de Dios. Son, como se ha dicho, sólo atributos de la benevolencia. Son sólo las cualidades esenciales que pertenecen a la mismísima naturaleza de la benevolencia que son manifestadas y llevadas a la actividad cuando la benevolencia es llevada a ciertas circunstancias y relaciones. La benevolencia es justa, misericordiosa, etc. Tal es su naturaleza que en circunstancias apropiadas estas cualidades junto con muchas otras se manifestarán ellas mismas en actos ejecutivos.[i] Esto es y debe ser cierto en cada ser santo.

II. Ahora procederé a señalar los atributos de ese amor que constituye obediencia a la ley de Dios.

Al continuar, enfatizaré en los estados del intelecto y de la sensibilidad, y también para el curso de conducta externa contenida en la existencia de este amor en cualquier mente&emdash;contenida en su existencia como necesariamente resulta de ella por la ley de causa y efecto. Estos atributos son:

1. Voluntariedad. Es la facultad de la voluntad. Hay un estado de la sensibilidad con frecuencia expresado por el término amor. El amor puede y con frecuencia existe, como todos sabemos, en la forma de un mero sentimiento o emoción. El término a menudo se utiliza para expresar la emoción del afecto o adherencia, como se distingue de un estado voluntario de la mente o una elección de la voluntad. Esta emoción o sentimiento, como todos estamos conscientes, es puramente un estado involuntario de la mente. Porque es un fenómeno de la sensibilidad, y desde luego un estado pasivo de la mente, no tiene en sí misma ningún carácter moral. La ley de Dios requiere amor voluntario, intención. Es elegir el bienestar supremo de Dios y del universo de seres sensibles como un fin. Por supuesto, la voluntariedad debe ser una de sus características. La palabra benevolencia expresa esta idea.

Si consiste en elección, si es una facultad de la voluntad, debe controlar los pensamientos y estados de la sensibilidad, como también la acción externa. Este amor, entonces, no sólo consiste en un estado de consagración a Dios y al universo, sino también contiene emociones profundas de amor a Dios y al prójimo. Aunque es un fenómeno de la voluntad, supone la existencia de todos esos sentimientos de amor y afecto a Dios y al prójimo que necesariamente resultan de la consagración del corazón o la voluntad para el bienestar supremo. También supone todo ese transcurrir externo de la vida que necesariamente fluye de un estado de la voluntad consagrada para ese fin. Téngase en cuenta que en donde estos sentimientos no surjan en la sensibilidad, y en donde este transcurrir de vida no está, no está ahí el verdadero amor o la consagración voluntaria a Dios y al universo requerido por la ley de Dios. Aquellos resultan de esto por la ley de necesidad. Es decir, aquellos sentimientos o emociones de amor y una vida externa correcta, pueden existir sin este amor voluntario, como tendré ocasión de mostrar en su momento apropiado, pero este amor no puede existir sin aquellos ya que resultan de él por una ley de necesidad. Estas emociones variarán en su fuerza como varían en la constitución y las circunstancias, pero deben existir en algún grado sensible cuando la voluntad está en una actitud benevolente.

2. Libertad es un atributo de este amor. La mente es libre y espontánea en su ejercicio. Toma esta decisión cuando tiene el poder al momento de elegir la autocomplacencia como un fin. Cada ser moral está consciente de esto. Es una elección libre y por lo tanto responsable.

3. Inteligencia. Es decir, la mente toma la decisión de este fin inteligentemente. No sólo sabe lo que elige y por qué lo elige, sino también que elige de acuerdo con los dictados del intelecto, y la ley de Dios, que el fin es digno de ser elegido y que por esta razón el intelecto demanda que deba ser elegido y que también sea elegido por su propio valor intrínseco.

Porque la voluntariedad, libertad e inteligencia son atributos naturales de este amor, por tanto, lo que sigue son sus atributos morales.

4. Virtud es un atributo del amor. La virtud es un término que expresa el carácter de la benevolencia; es rectitud moral. La rectitud moral es perfección moral, probidad u honradez. El término marca o designa su relación con la ley moral y expresa su conformidad a ella.

En el ejercicio de este amor o elección, la mente está consciente de la rectitud o del ser conformado a la ley moral o la obligación moral. En otras palabras, está consciente de ser virtuoso o santo, de ser como Dios, de amar lo que debe amarse y de la consagración al fin correcto.

Porque esta elección está de acuerdo con las demandas del intelecto, por tanto, la mente en su ejercicio está consciente de la aprobación de ese poder del intelecto que llamamos conciencia. La conciencia debe aprobar este amor, elección o intención.

De nuevo: Porque la conciencia aprueba esta decisión, por tanto, hay, y debe haber, en la sensibilidad un sentimiento de felicidad o satisfacción, un sentimiento de complacencia o deleite en el amor que está en el corazón o la voluntad. Este amor entonces siempre produce la auto-aprobación en la consciencia y una satisfacción sentida en la sensibilidad; y estos sentimientos con frecuencia son agudos y alegres de tal modo que el alma, en el ejercicio de este amor del corazón, es llevada a veces a regocijarse con gozo indescriptible y llena de gloria. Este estado de la mente no siempre y necesariamente equivale a gozo. Mucho depende en este respecto en la claridad de la apreciación intelectual sobre este estado de la sensibilidad y sobre la manifestación de la aprobación Divina al alma. Pero donde no están la paz, o la aprobación de la conciencia, y consecuentemente un estado de paz de la sensibilidad, este amor no está. Están conectados con él por una ley de la necesidad, y deben, por supuesto, aparecer en el campo de la conciencia donde existe este amor. Estos, entonces, están contenidos en el amor que constituye la obediencia a la ley de Dios. La tranquilidad de espíritu y el gozo consciente en Dios debe estar donde el amor verdadero a Dios existe.

5. Desinterés es otro atributo de este amor. Por desinterés no se intenta que la mente no tenga ningún interés en el objeto amado porque sí tiene un interés supremo en él, pero este término expresa la elección de la mente de un fin por su propia causa y meramente sobre la condición de que el bien pertenece al yo. Este amor es desinteresado en el sentido de que son escogidos el bienestar supremo de Dios y del universo, no con base en la condición de relación con el yo, sino por su propio valor intrínseco e infinito. Es este atributo en particular el que distingue este amor del amor egoísta. El amor egoísta hace la relación del bien al yo la condición de elegirlo. El bien de Dios y del universo, si se llega a escoger, es sólo elegido como un medio o condición de promover el bien supremo del yo, pero este amor no hace bien su fin del yo, sino es su fin el bien para Dios y el ser en general.

Como el desinterés es un atributo de este amor, no busca lo suyo, sino el bien de otros. "El amor no busca lo suyo" (1 Co. 13:5). Comprende el bien de ser en general, y por supuesto, por necesidad, asegura la vida externa correspondiente y el sentimiento interno. El intelecto será utilizado para concebir modos y medios para la promoción de este fin. La sensibilidad estará estremecedoramente con vida para el bien de todos y de cada uno, se regocijará en el bien de otros como en el suyo, y se dolerá de la miseria de otros y de la suya. Se gozará con los que se gozan; llorará con los que lloran (Ro. 12:5). No habrá y no podrá haber envidia por la prosperidad de otros, sino gozo no fingido, gozo tan real y frecuente como tan exquisito como en su propia prosperidad. La benevolencia disfruta de las buenas cosas de todos mientras el egoísmo es demasiado envidioso de las cosas buenas de otros incluso para disfrutar las suyas. Hay una economía Divina en la benevolencia. Cada alma benevolente no sólo disfruta sus propias cosas buenas, sino también disfruta las cosas buenas de otros hasta tanto como conoce la felicidad de ellos. Bebe en el río del placer de Dios. No sólo se regocija en hacer el bien a otros, sino también contempla su disfrute de las cosas buenas. Se alegra en el gozo de Dios y en el gozo de los ángeles de los santos. También se regocija en las buenas cosas de toda la existencia animada. Está feliz al contemplar el placer de las bestias del campo, las aves del cielo, y los peces del mar. Simpatiza con todo el gozo y todo el sufrimiento conocido por él; no es su simpatía con los sufrimientos de otros un sentimiento de dolor sin involucrarse. Es un lujo de verdad dolerse con los dolores de otros. No lo estaría sin esta simpatía. Está tan acorde con su sentido de propiedad y aptitud que involucrase con la emoción dolorosa hay un sentimiento dulce de aprobación propia para que una simpatía benevolente con los dolores no sea de ningún modo inconsistente con la felicidad y con la perfecta felicidad. Dios tiene esta simpatía que seguido expresa y por lo demás la manifiesta. Hay ciertamente un lujo exquisito y misterioso en el compartir las penas de otros. Dios, los ángeles y todos los seres santos saben lo que es. Donde este resultado de amor no se manifiesta, no hay amor en sí. La envidia a la prosperidad, influencia, o bien de otros, la ausencia de gozo sensible en vista del bien disfrutado por otros, y de la simpatía con los sufrimientos de otros prueba concluyentemente que este amor no existe. Hay en este amor una expansión, amplitud de acogimiento, una universalidad, y un desinterés divino que necesariamente se manifiesta a sí mismo en una concepción liberal de cosas liberales por Sión, y en los copiosos derramamientos del caudal de sentimiento de simpatía tanto en gozo y tristeza cuando las ocasiones apropiadas se presentan ante la mente.

6. Imparcialidad es otro atributo de este amor. Por este término se intenta que la mente sea indiferente al carácter de quien está feliz o es miserable, que también se complazca en ver tanto al pecador como al justo eternamente y perfectamente bendecido. Pero se intenta que otras cosas sean iguales, el valor intrínseco de su bienestar, el cual es sólo considerado por la mente. Otras cosas que son iguales sin importar a quien pertenezca el bien. No hace acepción de personas. El bien de ser es su fin, y busca promover cada interés según su valor relativo. El egoísmo es parcial. Busca primero promover el interés propio y luego aquellos intereses que sostienen tal relación para el yo que por lo menos indirectamente promoverá la gratificación del yo. El amor egoísta tiene sus favoritos, sus prejuicios, irrazonables y ridículos. El color, la familia, la nación, y muchas otras cosas como la naturaleza, lo modifican, pero la benevolencia no sabe de judío o griego, ni de esclavo o libre, blanco o negro, bárbaro, escita, europeo, asiático, africano, ni americano, sino considera a todos los hombres como hombres y en virtud de su humanidad llama a todo hombre hermano y busca los intereses de todos. La imparcialidad, que es un atributo de este amor, por supuesto se manifestará ella misma en la vida externa y en el carácter y espíritu de su sujeto. Este amor no puede tener comunión con aquellos prejuicios ridículos y absurdos que tan a menudo abundan entre los cristianos nominales. Tampoco los acariciará por un momento en la sensibilidad de quien la ejercita. La benevolencia no reconoce las clases privilegiadas por un lado, ni las clases proscritas por el otro. Asegura en la sensibilidad una total aversión a estas discriminaciones tan odiosamente manifestadas y alardeadas que se fundamentan exclusivamente en un estado egoísta de la voluntad. El hecho de que un hombre es un hombre, y no de que sea de nuestro bando, de nuestra complexión o de nuestra ciudad, estado o país&emdash;de que él es una criatura de Dios, de que es capaz de virtud y felicidad, éstas son las consideraciones a las que aprovechan este amor divinamente imparcial. Es el valor intrínseco de sus intereses, y no de que sean intereses de uno conectado con el yo que la mente benevolente considera.

Pero aquí es importante repetir la observación de que la economía de la benevolencia demanda que donde hay dos intereses, en ellos mismos considerados, de igual valor con el fin de asegurar la mayor cantidad de bien, cada uno debe conferir sus esfuerzos donde pueden conferirse a la mayor ventaja. Por ejemplo, cada hombre sostiene tales relaciones que puede lograr más bien al buscar promover el interés y la felicidad de ciertas personas en lugar de los de otros; su familia, su gente, sus compañeros, sus vecinos inmediatos y aquellos quienes, en la providencia de Dios, él sostiene tales relaciones como para darle acceso a ellas e influir en ellas. No es irrazonable, no es parcial, sino razonable y parcial para conferir nuestros esfuerzos más directamente en ellos. Por tanto, mientras la benevolencia considera cada interés según su valor relativo, razonablemente pone sus esfuerzos en la dirección donde hay un prospecto para lograr el mayor bien. Esto, digo, que no es parcialidad sino imparcialidad porque, entiéndase, no es exclusivo de las personas a quienes el bien puede hacerse, sino la cantidad de bien que puede lograrse lo que dirige los esfuerzos de la benevolencia. No es porque mi familia me pertenezca ni porque su bienestar es, desde luego, más valioso en sí mismo que las familias de mis vecinos, sino porque mis relaciones me proporcionan facilidades más elevadas de hacerles bien. Estoy bajo la obligación particular de querer primero el promover su bien. Por tanto, el apóstol dice "si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo" (1 Ti. 5:8). Estrictamente hablando, la benevolencia estima cada bien conocido según la probabilidad percibida de asegurar en el todo la mayor cantidad de bien. Ésta es una verdad de gran importancia práctica. Se desarrolla en la experiencia y observación de cada día y hora. Se manifiesta en la conducta de Dios y de Cristo, de los apóstoles y los mártires. En todos lados se supone en los preceptos de la Biblia, y en todos lados se manifiesta en la historia del esfuerzo benevolente. Entiéndase, entonces, que la imparcialidad, como un atributo de la benevolencia, no implica que su esfuerzo de hacer el bien se modificará por las relaciones y las circunstancias, sino, al contrario, este atributo implica que los esfuerzos de asegurar el gran fin de la benevolencia, es decir, la mayor cantidad de bien para Dios y el universo será modificada por aquellas relaciones y circunstancias que proporcionan ventajas para hacer bien.

La imparcialidad de la benevolencia causa siempre dar énfasis supremo en los intereses de Dios porque su bienestar es de valor infinito y desde luego la benevolencia debe ser suprema para él. La benevolencia, que es amor imparcial, desde luego que cuenta los intereses de Dios y del bienestar como infinitamente de mayor valor que el agregado de todos los otros intereses. La benevolencia considera los intereses del prójimo como suyos simplemente porque son en su valor intrínseco como suyos. La benevolencia, por tanto, es siempre suprema para Dios e igual al hombre.

7. Universalidad es otro atributo de este amor. La benevolencia escoge el bien supremo de ser en general. No excluye a nadie de esta consideración sino al contrario abarca todo en su abrazo generoso, pero por esto no se intenta que prácticamente busque la mayor cantidad practicable de bien. El interés de cada individuo se estima de acuerdo con su valor intrínseco que pueden ser las circunstancias o carácter de cada uno, pero el carácter y las relaciones pueden y deben modificar las manifestaciones de la benevolencia o sus esfuerzos en buscar promover este fin. Un carácter impío y las relaciones gubernamentales y consideraciones pueden prohibir a la benevolencia buscar el bien de algunos. No, pueden demandar que la miseria positiva sea infligida en algunos como advertencia a otros para prevenir sus caminos destructivos. Por universalidad, como un atributo de la benevolencia se intenta que la buena disposición sea verdaderamente ejercida hacia todos los seres animados cuales puedan ser su carácter y sus relaciones, y eso cuando el bien más alto de mayor cantidad no lo prohíba, la felicidad de todos y de cada uno se buscará con un grado de énfasis igual a su valor relativo y el prospecto de asegurar cada interés. Los enemigos como los amigos, desconocidos y extranjeros, como también las relaciones y vecinos inmediatos, se envolverán en un dulce abrazo. Es un estado mental requerido por Cristo en el verdadero precepto divino: "Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen" (Mt. 5:44). Este atributo de la benevolencia es gloriosamente evidente en el carácter de Dios. Su amor por los pecadores por sí solo explica su estado hoy sin perdición. Su deseo de asegurar el bien supremo del mayor número se ilustra por el desplegado de su gloriosa justicia en el castigo de los pecadores. Su preocupación universal por todos los rangos y condiciones de los seres animados manifestada en sus obras y providencia, hermosa y gloriosamente ilustra la verdad que "sus misericordias sobre todas sus obras" (Sal. 145:9).

Es fácil ver que universalmente debe haber una modificación o atributo de verdadera benevolencia. Consiste en buena voluntad, es decir, en elegir el bien supremo de ser como tal y por su propia causa. Claro que debe ser consistente consigo misma, buscar el bien de los seres morales, en tanto el bien el bien de cada uno sea consistente con el bien supremo sobre el todo. La benevolencia no sólo quiere y busca el bien de seres morales, sino también el bien de cada existencia animada desde el diminuto ser microscópico hasta el orden más elevado de seres. Claro que produce un estado de sensibilidad estremecedoramente con vida para toda la felicidad y para todo el dolor. Se duele por la agonía de un insecto y se regocija en su gozo. Dios hace esto y todos los seres santos hacen esto. Donde no está esta simpatía por las alegrías y las tristezas no hay benevolencia. Obsérvese, el bien es su fin; donde esto se promueva por los medios apropiados, los sentimientos son gratificados. Donde el mal es presenciado, el espíritu benevolente se compadece profunda y necesariamente.

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[1] Recientemente un escritor ha hablado despectivamente de "ser," como lo llama "sofisticado en creer, o más bien decir, que la fe es amor, justicia es amor, humildad es amor." Yo recomendaría seriamente a ese tipo de escritores el estudio del capítulo 13 de 1 Corintios. Entonces encontrarán una muestra de lo que se complacen en llamar sofisma. Si es "sofisma," o "generalización excesiva", como otros escritores parecen considerar para representar al amor como posesión de atributos que comprenden las varias formas de virtud. Seguramente es de inspiración la "generalización" y "sofisma." La generalización fue la gran peculiaridad en la predicación de Cristo. La tipificación de todos los mandamientos de Dios, y la resolución de toda la obediencia, en amor es un ejemplo de esto, y que de ninguna otra manera pudo haber expuesto la desilusión de todos quienes obedecían la letra, sino la pasaron por alto y escandalizaron el espíritu de los mandamientos divinos. Lo mismo fue verdad de los apóstoles y cada predicador del evangelio. Cada acto externo es sólo la expresión de un estado interno voluntario de la mente. Para entendernos a nosotros mismos y a otros, debemos concebir claramente del espíritu de la ley moral y de corazón obedecerlo.

 

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