LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 37

Santificación

Más objeciones respondidas

 

5. De nuevo se objeta que muchos que han abrazado esta doctrina realmente son orgullosos espiritualmente. A esto respondo:

 

(1.) Así muchos que han creído la doctrina de la regeneración han sido engañados e increíblemente inflados con la idea de que han sido regenerados cuando no lo han sido. Pero ¿es ésta una buena razón para abandonar la doctrina de la regeneración, o cualquier razón, por la que la doctrina no deba predicarse?

(2.) Permítaseme preguntar, ¿si acaso una simple declaración de lo que Dios ha hecho por sus almas no ha sido dada por sentada como evidencia suficiente a sí misma de orgullo espiritual, por parte de aquellos que abrazan esta doctrina, mientras no hubo ningún orgullo espiritual? Parece imposible con respecto a las posturas de la iglesia de que un individuo deba realmente obtener ese estado y profesar vivir sin conocer pecado de una manera tan humilde, a fin de no ser sospechoso, desde luego, de un gran orgullo espiritual. Esta consideración ha sido una trampa para algunos que han titubeado e incluso descuidado el declarar lo que Dios ha hecho por sus almas, para que no sean acusados de orgullo espiritual. Y esto ha sido un daño grave a su piedad.

 

6. Pero de nuevo se objeta que esta doctrina tiende a la censura. A esto respondo:

(1.) No se niega que algunos que han profesado creer en esta doctrina se hayan vuelto censorios, pero esto no condena a esta doctrina más que la condenación a la doctrina de la regeneración. Y que tiende a la censura, pues mejor de una vez que se inste contra cada doctrina aceptada de la Biblia.

(2.) Que cada cristiano cumpla con su deber en la iglesia y el mundo en su estado presente, que hable a ellos y de ellos como realmente son, y desde luego incurrirá de ser culpado de censura. Es por tanto de lo más irrazonable en el mundo suponer que en la iglesia en su estado presente no acuse de censura a ningún cristiano perfecto. La santificación completa implica cumplir con todo nuestro deber. Pero para hacerlo, debemos reprender el pecado en lugares altos y en lugares bajos. ¿Puede hacerse eso con toda la severidad que se necesite sin que en muchos casos se dé la ofensa y se culpe de censura? No, es imposible, y para mantener lo contrario sería poner en tela de juicio la sabiduría y la santidad de Jesucristo mismo.

 

7. Se objeta que los creyentes de esta doctrina bajan patrones de santidad a un nivel de su propia experiencia. A esto respondo: que ha sido común poner un patrón falso, y pasar por alto el espíritu verdadero de la ley, y representarlo como si requiriese algo más de lo que se requiere, pero esta noción no está confinada a aquellos que creen en esa doctrina. La ley moral requiere una sola cosa de todos los agentes morales, a saber, que sean universal y desinteresadamente benevolentes; en otras palabras, que amen al Señor su Dios con todo su corazón, y a su prójimo como a ellos mismos. Esto es lo que se requiere de cualquiera. El que ha entendido la ley como que se pide, ni más ni menos que eso, la ha entendido. El amor es el cumplimiento de la ley. Pero debo referir al lector a lo que he dicho sobre este tema cuando se trate del gobierno moral.

La ley, como hemos visto anteriormente, nivela sus exigencias a nosotros como somos, y se toma en consideración una exposición justa de ella, como he dicho, de todas las circunstancias presentes de nuestro ser. Esto es indispensable para una aprehensión de lo que constituye la santificación completa. Puede haber, como los hechos muestran, peligro de una mala aprehensión en cuanto al verdadero espíritu y significado de la ley, en el sentido que, al teorizar y adoptar una filosofía falsa, uno puede perder de vista las afirmaciones más profundas de su razón en cuanto al verdadero espíritu y significado de la ley, y yo humildemente preguntaría: ¿si acaso el error no ha consistido en dar tal interpretación de la ley, como concebir naturalmente la idea tan prevalente que, si un hombre debe volverse santo, no puede vivir en este mundo? En una carta recibida hace poco de un ministro amado, útil y venerado del evangelio, mientras el escritor expresaba la gran adherencia a la doctrina de la consagración entera a Dios, y decía que él predicaba la misma doctrina a su gente cada sábado, pero con otro nombre, incluso añadió, que es repulsivo para sus sentimientos oír a cualquier hombre poner la exigencia de la obediencia a la ley de Dios. Ahora permítaseme preguntar, ¿por qué debe ser esto repulsivo a los sentimientos de la piedad? ¿No debe ser porque se supone que la ley de Dios requiere algo de los seres humanos en nuestro estado el cual no requiere y no puede requerir? ¿Por qué debe pensarse que un reclamo sea extravagante a menos que se piensen que las exigencias del Dios viviente son extravagantes? Si la ley de Dios realmente no requiere más de los hombres que lo que es razonable y posible, ¿por qué debe ser repulsivo a cualquier mente el oír a un individuo profesar haber obtenido la obediencia entera? Sé que el hermano a quien aludo sería casi el último hombre deliberada e intencionalmente en dar cualquier interpretación tensada de la ley de Dios, y sin embargo no puedo más que sentir que mucha de la dificultad que hombres buenos tienen sobre el tema ha surgido de una comparación de las vidas de santos con un patrón por encima de eso que la ley de Dios hace y puede demandar de las personas en todos los respectos de nuestras circunstancias, o ciertamente de cualquier agente moral cual sea.

 

8. Otra objeción es que, de hecho, la gracia de Dios no es suficiente para asegurar la santificación completa de los santos en esta vida. Se mantiene que la cuestión de la obtenibilidad de la santificación completa en esta vida gira en sí misma, después de todo, en torno a la pregunta de que si los cristianos son santificados en esta vida. Quienes objetan dicen que nada es gracia suficiente que no asegure, de hecho, la fe, la obediencia y la perfección de los santos; y por tanto, que las provisiones del evangelio van a ser medidas por los resultados, y que la experiencia de la iglesia decide tanto el significado de las promesas, y la extensión de las provisiones de gracia. Ahora a esto respondo: si esta objeción es buena para cualquier cosa concerniente a la santificación completa, es igualmente verdadera al estado espiritual de cada persona en el mundo. Si el hecho de que los hombres no sean perfectos, prueba que ninguna provisión es hecha para su perfección, su ser no es mejor de lo que las pruebas son, de que no hay ninguna provisión mejor de las que son ellas, o que pudieron no haber apuntado a algo mejor con cualquier esperanza racional de éxito. Pero ¿quién, excepto un fatalista, admitirá una conclusión como esa? Y sin embargo no se ve más que esa conclusión sea inevitable por tales premisas. Como también pueda un pecador impenitente abogar para que la gracia del evangelio no sea, de hecho, suficiente para él, porque no lo convierte: como tampoco pudiera él resolver todo en la soberanía de Dios, y decir, la soberanía de Dios debe convertirme, o no seré convertido, y como no soy convertido, es porque la gracia de Dios no ha probado ella misma ser suficiente para convertirme. Pero ¿quién excusará al pecador y admitirá esta petición de que la gracia y las provisiones del evangelio no son suficientes para él?

Permítase que los ministros alienten las exigencias de Dios tanto a los santos como a los pecadores. Déjenlos insistir que los pecadores pueden y deben inmediatamente volverse cristianos, y que los cristianos pueden y deben vivir completamente para Dios. Déjenlos alentar a los cristianos para que vivan sin pecado y ofrezcan la misma urgencia de mandamiento, y el mismo ánimo que la nueva escuela ofrece a los pecadores, y pronto encontraremos que los cristianos están entrando en la libertad del perfecto amor, como los pecadores han encontrado el perdón y la aceptación. Déjense a los ministros proponer el mismo evangelio para todos e insistan en que la gracia del evangelio es suficiente para salvar de todo pecado como una parte de él, y pronto veremos si la dificultad no ha sido que el evangelio ha sido escondido y negado, incluso que las iglesias se hayan mantenido débiles a través de la incredulidad. A la iglesia se le ha enseñado a no esperar el cumplimiento de las promesas para ellos; que es un error peligroso esperar el cumplimiento de ellas, por ejemplo la promesa en 1 Ts. 5:23-24: "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará". Cuando Dios dice que él nos santificará completamente, y nos preservará irreprensibles para la venida del Señor, los maestros en Israel nos dicen que esperar eso es un error peligroso.

 

9. Otra objeción a esta doctrina es que es contraria a las posturas de algunos de los más grandes y mejores hombres en la iglesia: que tales hombres como Agustín, Calvino, Doddridge, Edwards y demás eran de opinión diferente. A esto respondo:

(1.) Supóngase que sí eran; no vamos a llamar a ningún hombre padre en un sentido de rendir a él la determinación de nuestra postura de doctrina cristiana.

(2.) Esta objeción viene con una gracia defectuosa de aquellos que completamente rechazan las opiniones de estos ministros sobre algunos de los puntos más importantes de la doctrina cristina.

(3.) Todos aquellos hombres sostuvieron la doctrina de la depravación moral física, la cual fue claramente el fundamento de su rechazo a la doctrina de la santificación completa en esta vida. Mantener, como parecen haberlo hecho, que las susceptibilidades constitucionales del cuerpo y de la mente eran pecaminosamente depravadas, la consistencia desde luego los llevó a rechazar la idea de que las personas pudieran estar completamente santificadas mientras estuviesen en el cuerpo. Ahora preguntaría ¿qué consistencia hay en citarlos en tanto rechazan la doctrina de la santificación completa en esta vida mientras la razón de este rechazo en sus mentes fue fundada en la doctrina de la depravación moral física, que la noción se niega rotundamente por aquellos que citan su autoridad?

 

10. Pero de nuevo, se objeta que si obtenemos este estado de consagración o santificación continuas, no podríamos saberlo hasta el día del juicio, y que el mantener su obtenibilidad es en vano, puesto que nadie puede saber si se ha obtenido o no. A esto respondo:

(1.) La conciencia de un hombre es la mejor y más alta evidencia del estado presente de su propia mente. Entiendo que la conciencia es el reconocimiento de la mente de su propia existencia y ejercicios, y que es la evidencia más elevada posible para nuestras mentes de lo que pasa en nosotros. La conciencia puede desde luego testificar solamente de nuestra santificación presente, pero…

(2.) Con la ley de Dios ante nosotros como nuestro patrón, el testimonio de la conciencia referente a que si la mente se conforma o no se conforma a ese patrón, es la evidencia más alta que la mente puede tener de un estado presente de la conformidad a esa regla.

(3.) Es un testimonio que no podemos dudar más de lo que podemos dudar de nuestra existencia. ¿Cómo sabemos que existimos? Respondo, por nuestra conciencia. ¿Cómo se que respiro, o amo, u odio, me siento, o me paro, o me acuesto, o me levanto, que estoy alegre o triste? En suma, ¿que yo ejerza cualquier emoción, o volición o afecto de la mente? ¿Cómo sé que peco, o me arrepiento, o creo? Respondo, por mi propia conciencia. Ningún testimonio puede ser tan directo y convincente como éste.

Ahora, a fin de saber que mi arrepentimiento es genuino, debo saber qué es el arrepentimiento genuino. De modo que si voy a saber si mi amor a Dios y mi prójimo, o la obediencia a la ley son genuinos, debo tener claramente ante mi mente el espíritu real, y el significado, y el llevar la ley de Dios. El tener la regla ante la mente, mi propia conciencia produce "la evidencia más convincente y directa posible", si mi estado presente de la mente se conforma a la regla. El espíritu de Dios nunca se emplea en testificar lo que mi conciencia enseña, sino en poner en una luz fuerte ante mi mente la regla a la que voy conformar mi vida. Es su competencia hacerme entender, inducirme a amar y obedecer la verdad; y es la competencia de la conciencia testificar a mi propia mente si obedezco o no obedezco la verdad cuando la aprehendo. Cuando Dios así presenta la verdad, como para dar seguridad a la mente, que entiende la mente y voluntad de Dios en cualquier asunto, la conciencia de la mente de su propio estado en vista de esa verdad, es la evidencia más elevada y directa posible de que si obedece o no obedece.

(4.) Si un hombre no puede estar consciente del carácter de su propia elección suprema o máxima, ¿en cuál elección consiste su carácter moral, cómo puede saber cuándo o de qué arrepentirse? Si ha cometido pecado del cual no está consciente, ¿cómo se puede arrepentir de eso? Y si tiene una santidad de la que no está consciente, ¿cómo puede sentir que tiene paz con Dios?

Pero se dice que un hombre puede violar la ley sin conocerla, y consecuentemente no tener conciencia de que pecó, pero que, después, un conocimiento de la ley puede declararlo culpable de pecado. A esto respondo, si no hubiese ningún conocimiento de que el asunto en cuestión estuviese mal, el hacer eso no fuese pecado, en tanto que algún grado de conocimiento de lo que está bien o mal es indispensable para el carácter moral de cualquier acto. En tal caso, puede haber una ignorancia pecaminosa, que puede involucrar toda la culpa de esas acciones que fueron hechas en consecuencia de ella, pero la culpabilidad yace en ese estado del corazón que ha inducido eso, y no en la violación de la regla de la que mi mente estaba, en ese momento, totalmente ignorante.

(5.) La Biblia por todos lados da por sentado que podemos saber, y sin equivocación nos requiere saber, cuál es el estado moral de nuestra mente. Nos ordena examinarnos a nosotros mismos para saber y demostrarnos a nosotros mismos. Ahora, ¿cómo puede hacerse esto, más que llevar nuestros corazones a la luz de la ley de Dios, y luego tomar el testimonio de nuestra propia conciencia, si estamos o no estamos en un estado de conformidad a la ley? Pero si no vamos a recibir el testimonio de nuestra propia conciencia referente a nuestra santificación presente, ¿vamos a recibirla con respecto a nuestro arrepentimiento, o cualquier otro ejercicio de nuestra mente cual sea? El hecho es que pudiéramos engañarnos a nosotros mismos al descuidar compararnos a nosotros mismos con el patrón correcto. Pero cuando nuestros puntos de vista del patrón están correctos, y nuestra conciencia da testimonio de un estado mental correcto, decidido y sin equivocación, no podemos ser engañados más de lo que podemos ser engañados tocante a nuestra propia existencia.

(6.) Pero se dice que nuestra conciencia no nos enseña cuáles son el poder y las capacidades de nuestra mente, y que por tanto si nuestra conciencia no puede enseñar tocante al tipo de nuestros ejercicios, no puede enseñarnos tocante a su grado si son iguales a la capacidad presente de nuestra mente. Respondo a esto:

La conciencia como inequívocamente testifica si amamos o no amamos a Dios con todo nuestro corazón, como lo hace si lo amamos en lo absoluto. ¿Cómo un hombre sabe que levanta tanto como puede, o corre, o camina tan rápido como puede? Respondo: por su propia conciencia. ¿Cómo sabe que se arrepiente o que ama con todo su corazón? Respondo: por su propia conciencia. Ésta es la única forma posible en la que lo sabemos.

La objeción implica que no ha puesto dentro de nuestro alcance ningún medio posible para saber si lo obedecemos o no lo obedecemos. La Biblia no revela directamente el hecho a cualquier hombre si obedece o no obedece a Dios. Revela su deber, pero no revela el hecho de que si obedece. Se refiere para este testimonio para su propia conciencia. El Espíritu de Dios pone nuestro deber ante nosotros, pero no revela directamente a nosotros si lo cumplimos o no lo cumplimos, pues esto implicaría que cada hombre estuviera bajo inspiración contante.

Pero se dice que la Biblia dirige nuestra atención al hecho si obedecemos o no obedecemos externamente, como evidencia si estamos en el estado correcto de la mente no lo estamos. Pero yo preguntaría: ¿cómo sabemos si obedecemos o desobedecemos? ¿Cómo sabemos cualquier cosa de nuestra conducta sino por nuestra conciencia? Nuestra conducta, como es observada por otros, es para ellos evidencia del estado de nuestros corazones. Pero, reitero, nuestra conciencia de obediencia a Dios es para nosotros, desde luego, la evidencia de nuestro verdadero carácter.

Si la conciencia de un hombre no va a ser un testigo, a favor o en contra de él, otro testimonio nunca podrá satisfacerlo a él de la propiedad del trato de Dios con él en el juicio final. Hay casos de ocurrencia común, donde los testigos testifican de la culpa o la inocencia de un hombre, contrario al testimonio de su propia conciencia. En todos esos casos, desde las mismas leyes de su ser, rechaza todo otro testimonio: y déjenme añadir, que rechazaría el testimonio de Dios, y desde las mismas leyes de su ser debe rechazarlo, si contradijera su propia conciencia. Cuando Dios culpa al hombre de pecado, no es por contradecir su conciencia, sino por poner la conciencia que tenía en ese momento, en la luz clara y fuerte de su memoria, causándole descubrir claramente, y recordar claramente qué luz tenía, qué pensamientos, qué convicciones, qué intención o plan; en otras palabras qué conciencia tenía en ese momento. Y esto, permítaseme añadir, es la única forma, en la que el Espíritu de Dios puede culpar a un hombre de pecado, y así llevarlo a condenarse a sí mismo. Ahora, supóngase que Dios deba dar testimonio contra un hombre, que en un tiempo dado hizo tal y cual cosa, y que tal y cual fueron todas las circunstancias del caso, y supóngase que al mismo tiempo la conciencia del individuo sin equivocación lo contradice. El testimonio de Dios en este caso no podría satisfacer la mente del hombre ni llevarlo a un estado de condenación de él mismo. La única forma posible en la que este estado pueda ser inducido sería aniquilando su conciencia en oposición, y culparlo simplemente sobre el testimonio de Dios.

(7.) Los hombres pueden pasar por alto lo que es la conciencia. Pueden errar la regla del deber, pueden confundir la conciencia con un estado meramente negativo de la mente, o en el que un hombre no está consciente de un estado en oposición a la verdad. Sin embargo, debe por siempre permanecer verdadero lo cual, para nuestras propias mentes, "la conciencia debe ser la evidencia más alta posible" de lo que pasa dentro de nosotros. Y si un hombre no sabe por su propia conciencia si hace lo mejor que puede, bajo las circunstancias--si tiene un vistazo de la gloria de Dios--y si está en un estado de consagración entera a Dios--no puede saberlo de cualquier manera cual sea. Y ningún testimonio cual sea, de Dios o del hombre, de acuerdo con las leyes de su ser no puede satisfacerlo, sea como convicción de pecado, por un lado, o de aprobación de uno mismo, por el otro.

(8.) Déjenme preguntar, ¿cómo aquellos de esta objeción saben que no están en un estado santificado? ¿Se lo ha revelado Dios a ellos? ¿Lo ha revelado en la Biblia? ¿Acaso dice la Biblia A, B., o por nombre, no estás en ese estado? ¿O acaso pone una regla a la luz de la cual su propia conciencia lleva ese testimonio contra él? ¿Acaso Dios ha revelado al hombre directamente por su Espíritu que no está en un estado? ¿O sostiene la regla del deber fuertemente en su mente, y así despierta el testimonio de la conciencia de que no está en ese estado? Ahora de la misma manera la conciencia testifica de aquellos que están santificados, de que están en ese estado. Ni la Biblia ni el Espíritu de Dios hace alguna revelación nueva o particular a ellos por nombre. Pero el Espíritu de Dios da testimonio a sus espíritus al poner la regla en una luz fuerte ante ellos. Induce aquel estado de mente que la conciencia pronuncia estar en conformidad con la regla. Esto está tan lejos como es posible de hacer a un lado el juicio de Dios en el caso, pues la conciencia, bajo estas circunstancias, es el testimonio de Dios, y la forma en la que convence de pecado por un lado, y de consagración total por el otro, y la decisión del conocimiento de nosotros nos es dada en conciencia.

Por algunos es aún objetado que la conciencia sola no es evidencia incluso a nosotros mismos de nuestro ser, o no ser, en un estado de santificación completa, que el juicio de la mente también se emplea en decidir el intento y significado verdaderos de la ley, y es por tanto tan absolutamente un testigo en el caso como es la conciencia. La "conciencia", se dice, "nos da los ejercicios de nuestra propia mente, y el juicio decide si esos ejercicios de nuestra propia mente están en concordancia con la ley de Dios". De ahí que es el juicio en vez de la conciencia que decide si estamos o no estamos en un estado de santificación completa, y por tanto, si, en nuestro juicio de la ley, sucede que estamos errados de que nada es más común, en tal caso se nos engaña totalmente si pensamos de nosotros mismos en un estado de santificación completa. A esto respondo:

Efectivamente es nuestro juicio que decide en el intento y significado de la ley. Podemos errar en cuanto a su verdadera aplicación en ciertos casos, como respecta en la conducta externa, pero recuérdese que ni el pecado ni la santidad deben hallarse en el acto externo. Ambos pertenecen a la intención soberana. Ningún hombre, como se mostró anteriormente, puede equivocar su deber real. Todos saben, y no pueden más que saber, que la benevolencia desinteresada es su deber. Esto es, y nada más, su deber. Esto puede saber, y sobre eso no necesita equivocarse. Y claro es que si el hombre puede estar seguro de algo, puede estar seguro con respecto al fin por el que vive, o con respecto a su intención suprema y soberana.

Niego que sea el juicio el que es para nosotros el testigo con respecto al estado de nuestras propias mentes. Hay varios poderes de la mente llamados al ejercicio para decidir en el significado, y en obediencia, de la ley de Dios, pero es la conciencia sola la que nos da cualquier ejercicio de nuestras propias mentes; esto es, no tenemos ningún conocimiento de cualquier ejercicio más que por nuestra propia conciencia. Supóngase entonces que el juicio es ejercido, la voluntad es ejercida, y todos los poderes involuntarios son ejercidos. Estos ejercicios son revelados a nosotros sólo y simplemente por la conciencia para que permanezca una verdad invariable, la cual es para nosotros el único testigo posible de lo que son nuestros ejercicios, y consecuentemente del estado de nuestras propias mentes. Cuando, por tanto, digo que por la conciencia un hombre puede saber si está en un estado de santificación, quiero decir, que la conciencia es la única evidencia y real que tenemos de estar en este estado.

Esta objeción está basada en una aprehensión equivocada de lo eso que constituye santificación completa o continua. Consiste, como se ha mostrado, en consagración permanente a Dios, y no como supone la objeción, en afectos y sentimientos involuntarios. Cuando se considera que la santificación entera consiste en una buena voluntad permanente a Dios y al ser en general, en vivir para un fin, ¿qué imposibilidad real puede haber en saber si estamos dedicados supremamente a ese fin o supremamente dedicados a nuestro propio interés?

 

11. De nuevo, se objeta, que si ese estado fuera obtenido en esta vida, sería el fin de nuestra prueba. A esto respondo que la prueba desde la caída de Adán, o aquellos puntos en los que estamos en un estado de prueba son:

(1.) Si nos arrepentimos y creemos el evangelio.

(2.) Si perseveramos en santidad al final de la vida.

Algunos suponen que la doctrina de perseverancia de los santos pone a un lado la idea de estar en lo absoluto en un estado de prueba después de la conversión. Razonan de este modo: si es cierto que los santos perseverarán, entonces su prueba se termina, porque la cuestión ya se arregló, no sólo que están convertidos, sino que perseverarán hasta el fin, y la contingencia con respecto al evento es indispensable para la idea de prueba. A esto respondo: que una cosa puede ser contingente con el hombre que no está en lo absoluto con Dios. Con Dios, no hay, y nunca hubo ninguna contingencia, en el sentido de incertidumbre, referente al destino final de cada ser. Pero con los hombres casi todas las cosas son contingentes. Dios sabe con absoluta certeza si un hombre se convertirá y si perseverará. Un hombre puede saber si se convierte, y puede creer que por la gracia de Dios perseverará. Puede tener la certeza de esto en proporción a la fuerza de su fe. Pero el conocimiento de este hecho no es para nada consistente con su idea de su continuación en un estado de prueba hasta el día de su muerte, en la medida que su perseverancia dependa del ejercicio de su propia agencia voluntaria, y también porque su perseverancia es la condición de su salvación final.

De la misma manera, que si hemos obtenido un estado de santificación completa o permanente, ya no podemos estar en un estado de prueba. Respondo que la perseverancia en esto depende de las promesas y la gracia de Dios, así como de la perseverancia de los santos. En ningún caso no tenemos otra certeza de nuestra perseverancia que la de la fe en la promesa y gracia de Dios, ni ningún otro conocimiento de que continuaremos en ese estado que el que surja de una creencia en el testimonio de Dios, que nos perseverará sin tacha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. Si esto es inconsistente con nuestra prueba, no veo por qué la doctrina de la perseverancia del santo no sea igualmente consistente con ella. Si uno está dispuesto a mantener, que para nosotros tengamos cualquier juicio o creencia fundada en las promesas de Dios, en cuanto a nuestra perseverancia final, es inconsistente con un estado de prueba, todo lo que puedo decir es que sus opiniones sobre la prueba son muy diferentes a las mías, y hasta ahora como entiendo, de las de la iglesia de Dios.

De nuevo: hay un sentido muy alto e importante en el que cada ser moral permanecerá en prueba para toda la eternidad. Mientras bajo el gobierno moral de Dios, la obediencia debe por siempre permanecer una condición del favor de Dios. Y la obediencia continua dependerá por siempre de la fidelidad y la gracia de Dios, y sólo la confianza que podamos siempre tener, sea en el cielo o en la tierra, que continuaremos obedeciendo, debe estar fundado en la fidelidad y verdad de Dios.

De nuevo: si fuese verdad que el entrar en un estado de santificación permanente en esta vida fuese, en algún sentido, un final de nuestra prueba, eso no sería ninguna objeción a la doctrina, pues hay un sentido en el que la prueba a menudo termina mucho antes de la terminación de la vida. Donde, por ejemplo, por alguna causa Dios ha dejado a los pecadores para que llenen la medida de su iniquidad, retirando por siempre su Espíritu Santo de ellos, y sellándolos con la muerte eterna: esto, en un sentido muy importante, es el final de su prueba, y están tan seguros del infierno como si ellos ya estuvieran ahí. Así que por un lado, cuando una persona ha recibido, después de creer, el sello del Espíritu hasta el día de la redención, como una señal de su herencia, puede considerar, como está obligado a considerar esto como una promesa solemne de parte de Dios, de su perseverancia y salvación finales, y como ya no más dejar la cuestión final de su destino en duda.

Ahora se debe recordar que en ambos casos el resultado depende del ejercicio de la agencia de la criatura. En el caso del pecador abandonado de Dios, es seguro que no se arrepentirá aunque su impenitencia es voluntaria, y de ninguna manera algo naturalmente necesaria. Entonces, por un lado, la perseverancia de los santos es cierta aunque no necesaria. Si en un caso u otro deba ser un cambio radical carácter, el resultado diferirá como corresponde.

12. De nuevo: mientras algunos admiten que la santificación entera en esta vida es obtenible, pero se niega que hay cualquier certeza de que será obtenida por cualquiera antes de la muerte, porque se dice que todas las promesas de la santificación completa están condicionadas en la fe, por tanto no asegura la santificación completa de nadie. Respondo a esto: que las promesas de salvación en la Biblia están condicionadas en la fe y el arrepentimiento, pero las promesas de que Dios convertirá y santificará a los elegidos, el espíritu, el alma y el cuerpo, y los guardará y salvará, debe cumplirse, y se cumplirá por la gracia gratuita atrayendo y asegurando la concurrencia del libre albedrío. Al respecto de la salvación de los pecadores, se promete que Cristo será una simiente para servirle a él, y la Biblia abunda con promesas para Cristo que aseguran la salvación de grandes multitudes de pecadores. De modo que las promesas, que la iglesia, como un cuerpo, en algún punto de su historia terrenal será completamente santificada, son en cuanto a la iglesia, incondicionales en el sentido de que definitivamente serán logradas. Pero, como he mostrado ya, en cuanto a los individuos, el cumplimiento de estas promesas debe depender del ejercicio de la fe. Con respecto a la salvación de los pecadores y a la santificación de los cristianos, Dios abundantemente prometió que acontecería la salvación de aquel, y la santificación del otro en la medida de su promesa a Cristo.

 

13. También se objeta que la santificación de los santos depende de la soberanía de Dios. A esto respondo, que tanto la santificación de los santos como la conversión de los pecadores son, en cierto sentido, dependientes de la gracia soberana de Dios. Pero ¿quién excepto un antinomiano, por esta razón, titubearía en instar a los pecadores a arrepentirse inmediatamente y creer el evangelio? ¿Pensaría alguien en objetar la doctrina o el hecho del arrepentimiento, que éste y la conversión de los pecadores fueran dependientes de la soberanía de Dios? Y sin embargo, si la soberanía de Dios puede justamente instar como un impedimento a la doctrina de la santificación completa, puede, que yo vea, con igual propiedad ser instada como un impedimento a la doctrina y el hecho del arrepentimiento. No tenemos ninguna controversia con nadie sobre el tema de la santificación completa que sostenga tan plena y tan firmemente el deber y la posibilidad, y la obtenibilidad práctica, de la santificación entera, como de arrepentimiento y salvación. Que ambos sean puestos donde la Biblia los ponga en el mismo fundamento en cuanto se refiere al deber y a la practicabilidad. Supóngase que cualquiera afirme que fuera irracional y peligroso paraqué los pecadores esperaran ser convertidos y santificados y salvados porque todo esto dependiera de la soberanía de Dios, y no sepan qué hará Dios. ¿Quién diría eso? Pero ¿por qué no también decirlo como hacer la objeción a la santificación que estamos considerando ahora?

 

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