LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 26

Evidencias de Regeneración (continuación)

 

En donde los santos y pecadores deben diferir.

1. Recuérdese que las personas no regeneradas, sin ninguna excepción, tienen un solo corazón, es decir, son egoístas. Ése es todo su carácter. Es universal y solamente dedicado a la gratificación de sí mismos. Su corazón no regenerado consiste en esa disposición egoísta, o en una elección egoísta. Esta elección es el fundamento y la razón de toda su actividad. La única y sola razón soberana les acciona en todo lo que hacen, y en todo lo que omiten, y esa razón es ya sea presente o remota, directa o indirecta para gratificarse a ellos mismos.

2. El corazón regenerado es benevolencia desinteresada. En otras palabras, es amor a Dios y al prójimo. Todos los corazones regenerados son precisamente similares. Todos los santos verdaderos, cuando realmente tienen el corazón de los santos de Dios, son accionados por el único y mismo motivo. Tienen solamente una razón soberana para todo lo que hacen, sufren u omiten. Tienen una sola intención soberana, un fin. Viven para un mismo objeto y ése es el mismo fin por el que Dios vive.

3. El santo es gobernado por la acción, la ley de Dios, o la ley moral. En otras palabras, la ley de la benevolencia desinteresada y universal es su ley. Esa ley no sólo es revelada y desarrollada en su inteligencia, sino escrita en su corazón para que la ley de su inteligencia sea la ley de su corazón. No sólo ve y reconoce lo que tiene que hacer y ser, sino que está consciente de sí mismo, y da evidencia a otros de que si la recibe y si está convencido o no por ella, que su corazón, voluntad, o intención, está conformado a sus convicciones de deber. Ve el camino del deber y lo sigue. Sabe lo que debe querer, intentar y hacer, y lo hace. De esto está consciente. Y de esto, otros pueden estar satisfechos, si son observantes, caritativos y francos.

4. El pecador es contrastado con esto en los asuntos más importantes y fundamentales. No está gobernado por la razón y el principio, sino por el sentimiento, el deseo y el impulso. A veces sus sentimientos coinciden con la inteligencia y a veces no, pero cuando coinciden, la voluntad no busca su curso por respeto u obediencia a la ley de la inteligencia, sino en obediencia al impulso de la sensibilidad el cual, por el momento, impele en la misma dirección como lo hace la ley de la razón. Pero por la mayor parte de los impulsos de la sensibilidad lo inclinan a las gratificaciones mundanas, y en dirección opuesta a aquello que la inteligencia señala. Esto lo lleva a un curso de vida que es muy manifiestamente opuesto a la razón, para dejar cualquier espacio para la duda como para lo que es su verdadero carácter.

5. El santo es justificado, y tiene evidencia de ello en la paz de su propia mente. Está consciente de obedecer la ley de la razón y del amor. Como consecuencia, naturalmente tiene ese tipo y grado que fluye de la armonía de su voluntad con la ley de su inteligencia. A veces tiene conflictos con los impulsos de los sentimientos y deseos. Pero a menos que los venza, estos conflictos, aunque puedan causarle gemir internamente y, quizá audiblemente, no interrumpen su paz. Aún hay elementos de paz dentro de él. Su corazón y conciencia son uno, y mientras esto sea así, tiene entonces la evidencia de la justificación en sí mismo. Esto es, sabe que Dios no puede condenar su estado presente. Consciente de la conformidad del corazón a la ley de moral, no puede más que afirmarse a sí mismo que el Legislador está satisfecho de su actitud presente. Más aún, también tiene dentro el Espíritu de Dios testificando con su espíritu que es un hijo de Dios, perdonado, aceptado y adoptado. Siente el espíritu filial que llega a su corazón exclamando Padre, Padre. Está consciente de que agrada a Dios, y tiene la sonrisa de aprobación de Dios. Está en paz consigo mismo, porque afirma su corazón que está al unísono con la ley del amor. Su conciencia no censura, sino sonríe. La armonía de su propio ser es un testigo de sí mismo que esto es el estado en el cual fue hecho para existir. Está en paz con Dios, porque él y Dios están buscando precisamente el mismo fin, y por los mismos medios. No puede haber ningún choque, ninguna controversia entre ellos. Está en paz con el universo, en el sentido de que no tiene mala voluntad, ni ningún sentimiento malicioso o deseo para gratificar, en daño de cualquiera de las criaturas de Dios. No tiene temor, más que de pecar contra Dios. No está influenciado, por un lado, por el temor al infierno, ni por el otro por la esperanza de la recompensa. No está ansioso de su propia salvación, sino en oración y tranquilidad deja ese asunto en las manos de Dios, y el bien de ser. "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Ro. 5:1). "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Ro. 8:1).

6. La experiencia del pecador es lo opuesto. Está bajo condenación y rara vez puede hasta ahora engañarse a sí mismo, incluso en sus estados de ánimos más religiosos, como para imaginarse que tiene una conciencia de la aceptación ya sea con su propia conciencia o con Dios. Casi nunca hay tiempo en el que no tenga dentro mayor o menor grado de desasosiego y recelo. Incluso cuando no está comprometido con la religión, como supone, se encuentra insatisfecho consigo mismo. Algo está mal. Hay lucha y remordimiento. Quizá no puede ver exactamente dónde y cuál es la dificultad. Después de todo, no obedece a la razón y la conciencia, y no está gobernado por la ley y la voluntad de Dios. Al no tener la conciencia de esta obediencia, su conciencia no sonríe. A veces él siente profundamente, y actúa como siente, y está consciente de ser sincero en el sentido de sentir lo que dice, y actuar en obediencia a su profundo sentimiento. Pero esto no satisface a la conciencia. Después de todo él es un desdichado de alguna manera. No tiene paz verdadera. A veces tiene una tranquilidad y placer santurrones. Pero esto ni es tranquilidad de conciencia, ni paz con Dios. Después de todo, se siente incómodo y condenado a pesar de todo su sentimiento, celo y actividad. No son del tipo correcto. Por tanto, no satisfacen la conciencia. No cumplen las demandas de su inteligencia. La conciencia no lo aprueba. No tiene, después de todo, paz interior. No está justificado. No puede plena y permanentemente satisfacer lo que es.

7. Los santos están interesados y simpatizan con cada esfuerzo para reformar a la humanidad y promueven los intereses de la verdad y la justica en la tierra.

El bien de ser es el fin por el cual el santo real y verdaderamente vive. Esto no se sostiene meramente por él como teoría, como una opinión, como una especulación teológica y filosófica. Está en su corazón y precisamente por esa razón es un santo. Es un santo sólo porque la teoría, que está alojada en la cabeza del pecador y del santo, también tiene un alojamiento y poder reinante en su corazón, y consecuentemente en su vida.

Como los santos supremamente valoran el bien supremo de ser, deberán tomar mucho interés, y deben hacerlo, en lo que promueva ese fin. De este modo, su espíritu es necesariamente el de reformador. Están comprometidos a la reforma universal del mundo. Están consagrados para ese fin. Viven para ese fin y se mueven y tienen su ser. Les interesa cada reforma propuesta y naturalmente los lleva a examinar las exigencias de ésta. El hecho es que están estudiando y planeando formas y medios para convertir, santificar y reformar a la humanidad. Estando en ese estado mental, están predispuestos a agarrar cualquier promesa de bien al hombre. Los verdaderos santos aman la reforma. Es su asunto, ocupación, su vida, para promoverla; consecuentemente, están listos para examinar las exigencias de cualquier reforma propuesta; es franco, se niega a sí mismo y está listo para ser convencido no obstante la tanta auto-negación a la que puedan ser llamados. Han de hecho rechazado la autocomplacencia como el fin por el cual ellos viven, y están listos para sacrificar cualquier forma de autocomplacencia por la causa de promover el bien de los hombres y la gloria de Dios. El santo está verdadera y grandemente deseoso y empeñado en reformar todo pecado de este mundo, y sólo por esta razón está listo para aclamar con gozo, y tratar cualquier reforma que parezca, desde la mejor luz que pueda recibir, mostrar disposición para dejar el pecado y los males que están en el mundo. Incluso los hombres equivocados, quienes honestamente están buscando reformar a la humanidad, y negando sus apetitos como muchos han hecho en reforma dietética, están mereciendo el respeto de sus semejantes. Supongamos que su filosofía sea incorrecta, no obstante ellos han tenido buena intención. Han manifestado una disposición para negarse a sí mismos con el propósito de promover el bien de otros. Han sido honestos y fervientes. Ahora, ningún santo verdadero puede sentir o mostrar desprecio por tales reformadores, no obstante lo mucho que ellos puedan estar errados. No, sus sentimientos naturales serán, y deben ser, contrarios al desprecio o censura referente a ellos. Si su error ha sido injurioso, puede llorar por el mal, pero no juzgará, y no puede juzgar, severamente al reformador honesto. La guerra, la esclavitud, la lascivia y tales males y abominaciones semejantes son necesariamente considerados por el santo como males grandes y dolorosos, y añora por su derrumbe completo y final. Es imposible que una verdadera mente benevolente no considere estas abominaciones de desolación.

Los santos en todos los tiempos han sido reformadores. Sé que se dice que ni los profetas, Cristo, ni los apóstoles, ni los primeros santos y mártires hablaron en contra de la guerra y la esclavitud. Pero lo hicieron. Todas las instrucciones de Cristo y los apóstoles y profetas, estaban directamente en oposición a estos y demás males. Si no hablaron contra ciertas formas legisladas de pecado, y no las denunciaron por su nombre y no intentaron alinearse al sentimiento público con ellas, es porque fueron en su mayoría utilizadas en una obra preliminar. Introducir el evangelio como una revelación divina, establecer y organizar el reino visible de Dios en la tierra, por el cimiento para la reforma universal, fue más bien su asunto en vez de seguir adelante con las ramas particulares de la reforma. El derrocamiento del estado de idolatría, el gran pecado universal del mundo en ese tiempo; la labor de hacer que el mundo y los gobiernos de la tierra toleraran y recibieran el evangelio como una revelación del único Dios vivo y verdadero; la controversia con los judíos, el derribar sus objeciones hacia el cristianismo; en suma, la gran labor indispensable y preliminar de ganar para Cristo y su evangelio una audiencia y un reconocimiento de su divinidad, fue más bien su obra, el empuje de preceptos y doctrinas particulares del evangelio para sus resultados legítimos y consecuencias lógicas. Esta obra una vez hecha la ha dejado para los santos que siguieron para traer verdades, preceptos y doctrinas particulares de evangelio bendito para rendir toda forma de pecado. Los profetas, Cristo, y sus apóstoles no han dejado en las páginas de la inspiración ningún testimonio dudoso contra cada forma de pecado. El espíritu de toda la Biblia respira de cada página explosión y aniquilación de toda abominación impía mientras sonríe en cada buen reporte que promete bendiciones para el hombre y la gloria de Dios. El santo no es meramente a veces un reformador; lo es siempre.

8. El pecador nunca es un reformador en ningún sentido de la palabra. Es egoísta y nunca se opone al pecado, o a cualquier maldad, por ningún motivo puede ser digno de llamarse reformador. Algunas veces de manera egoísta está a favor y busca reformas externas, pero tan cierto como es un pecador sin regenerar, también es cierto que no está intentando reformar el pecado de este mundo desde un amor desinteresado por Dios y el hombre. Muchas consideraciones de una naturaleza egoísta lo pueden ocupar en ocasiones para ciertas ramas de reforma. En cuanto a su reputación puede provocar su celo para tal empresa. Consideraciones de una actitud santurrona lo pueden llevar también a enlistarse en el ejército de reformadores. Su relación con formas particulares de vicio puede influir en él para poner su rostro contra ellas. Por ejemplo, su benevolencia constitucional, como lo llaman los frenólogos, puede ser tal que de la compasión natural se pueda ocupar en reformas. Pero esto sólo da pauta a un impulso de la sensibilidad, y no es el principio que lo gobierna. Su escrupulosidad natural puede modificar su carácter externo y llevarlo a asumir el control de algunas ramas de reforma. Pero cualesquiera sean los otros motivos que pueda tener, seguro que no es un reformador, puesto que es un pecador, y es absurdo decir que un pecador está verdaderamente ocupado en oponerse al pecado como pecado. No, no es el pecado a lo que se opone, sino que está buscando gratificar un espíritu ambicioso, santurrón o algún otro tipo de espíritu, la gratificación de la cual es egoísmo.

Pero como cosa general, es fácil distinguir a los pecadores o a los profesantes engañados de los santos al ver firmemente su carácter y conducta en sus relaciones para reformar. Son autocomplacientes, y sólo por la razón que están dedicados a la autocomplacencia. A veces su espíritu autocomplaciente toma un tipo y a veces otro. Desde luego, no se les espera ridiculizar u oponerse a cada rama de reforma, sólo porque no es de cada reformador que reprenda sus indulgencias favoritas, y las llamen para reformar sus vidas. Pero como cada pecador tiene una o más formas particulares de indulgencia con la cual está casado, y como los santos están planeando y apoyando las reformas en todas las direcciones, es natural que algunos pecadores deban manifestar hostilidad en particular por una reforma, y algunos a otras. Cuando una reforma es propuesta que los reforme para quitar sus indulgencias favoritas, la ridiculizarán y aquellos que la proponen, se quejen, o en alguna forma se opongan, o la descuiden completamente. De ningún modo, no puede ser, con ningún santo verdadero. No tiene ninguna indulgencia que él valore cuando se pone en competencia con el bien de ser. No, él pone su vida a la disposición del bien supremo. ¿Ha usado, en ignorancia los males que crecen en su curso, aguardiente, vino, tabaco, o cerveza? ¿Ha tenido esclavos? ¿Se ha ocupado de cualquier tráfico que se considere injurioso? ¿Ha favorecido la guerra mediante la ignorancia?, o en suma, ¿ha cometido algún error? Que el reformador pase al frente y proponga discutir la tendencia de tales cosas, que el reformador ponga por delante razones poderosas, y de la mera naturaleza de la verdadera religión, el santo escuchará con atención, pesará con honestidad, sufrirá él mismo para ser llevado por la verdad, el corazón, y la mano, e influirá con la reforma propuesta si es digna de apoyo, qué tanto tendrá conflicto con sus hábitos anteriores. Esto debe ser verdad si sólo tiene una mirada para el bien de ser, el cual es el verdadero carácter de un santo.

9. El verdadero santo se niega a sí mismo. La negación de sí mismo debe ser su característica, por la sencilla razón de que la regeneración implica eso. La regeneración, como hemos visto, consiste en alejarse de corazón o de voluntad de la elección suprema de la gratificación de uno mismo para una elección de bienestar supremo de Dios y del universo. Esto es negar el yo. Esto es abandono de la autocomplacencia y de ir en pos de ella, o disponer de la voluntad y todo el ser a un fin opuesto. Esto es el destronamiento del yo y la coronación de Dios en el corazón. La negación de uno mismo no consiste, como muchos suponen, en actos de austeridad externa, en una penitencia ascética de padecimiento de hambre, y una mera limitación externa, en ponerse un abrigo con un botón, y en acto similares de "culto de voluntad, y humildad voluntaria y descuido del corporal," sino que consiste en la renuncia total y verdadera del egoísmo en el corazón. Consiste en dejar totalmente de vivir para el yo y puede ejercerse tanto como vivir en un trono, rodeado de la parafernalia de la realeza, como en una cabaña, como en harapos, y como en cuevas y guaridas de la tierra.

El rey en su trono puede vivir y reinar para complacerse a sí mismo. Puede rodearse de todo lo que puede cuidar de su placer, su ambición, su orgullo, sus concupiscencias, y su poder. Puede vivir por eso y para sí mismo. El agradarse a uno mismo, la gratificación de uno mismo, el ensalzamiento de uno mismo puede ser el fin por el que vive. Esto es egoísmo. Pero también puede vivir y reinar para Dios, y su gente. Esto es, puede estar tan realmente dedicado a Dios y dar al servicio de Dios, como también cualquier otra cosa. Sin duda su tentación es grande, pero puede perfectamente negarse a sí mismo en todo esto. No puede hacer lo que hace por su propia causa, ni ser lo que es, ni poseer lo que posee por su propia causa, sino acomoda sus pertenencias y carruaje a sus relaciones, puede estar tan verdaderamente negándose a sí mismo como otros en el caminar más humilde de la vida. Esto no es imposible aunque en probabilidad es un caso raro. Un hombre puede ser tan rico para Dios como pobre para él, si sus relaciones y circunstancias lo hacen esencial para la utilidad suprema para que deba poseer un gran capital. Está en camino de una gran tentación, pero si esto es plenamente su deber y está sometido a Dios y al mundo, puede tener gracia para estar enteramente negándose a sí mismo en estas circunstancias, y ser de lo más loable por permanecer firme bajo estas circunstancias.

También el pobre puede ser pobre por principio o por necesidad. Puede ser sumiso y estar contento en su pobreza. Puede negarse a sí mismo incluso a las comodidades de la vida, y hacer esto para promover el bien de ser, o puede hacerlo para promover su propio interés temporal o eterno, para asegurar una reputación de piedad, para apaciguar una conciencia mórbida, para apaciguar sus temores o asegurar el favor de Dios. En todas las cosas puede ser egoísta. Puede estar feliz en eso, porque puede ser una verdadera negación de sí mismo: o puede estar murmurando de su pobreza, puede quejarse y envidiar a otros que no son pobres. Puede ser censor y pensar que todos son orgullosos y egoístas, que visten mejor o poseen una casa y carruaje mejores. Puede incluso establecer su postura como un estándar y denunciar como orgullosos y egoístas a todos quienes no cuadran sus vidas a su regla. Esto es egoísmo, y estas manifestaciones demuestran el hecho. Un hombre puede preceder el uso de un abrigo, o una capa, o un caballo, o un carruaje o toda la comunidad y conveniencia de la vida, y todo esto debe proceder de una mente benevolente o egoísta. Si es benevolencia y una negación de uno mismo verdaderas, se someterá feliz y alegremente sin murmurar y quejarse sin censura, y sin envidia hacia otros, sin insistir que otros hagan y sean lo que él hace y es. Permitirá al juez su toga, al rey sus vestimentas de estado, al mercader su capital, y al granjero sus campos y sus rebaños, y veremos la razonabilidad y propiedad de todo esto.

Pero si es egoísmo y espíritu de gratificación de uno mismo en vez de negación de uno mismo, él será un asceta, cáustico, amargado, desagradable, desdichado, severo, censorio, envidioso y dispuesto a quejarse y criticar la extravagancia y la autocomplacencia de otros.

El santo especialmente niega sus apetitos y pasiones. Sus apetitos artificiales los niega absolutamente cuando su atención es llamada al hecho y a la naturaleza de la indulgencia. El cristiano es tal sólo porque se ha vuelto el amo de sus apetitos y pasiones, los ha negado, y se ha consagrado a Dios. El pecador es un pecador sólo porque sus apetitos y pasiones y los impulsos de sus deseos son sus amos, se inclina ante ellos y los sirve. Son sus amos en vez de sus siervos como fueron hechos. Está consagrado a ellos y no a Dios. Pero el santo ha cesado de vivir para gratificar sus concupiscencias. ¿Ha sido un borracho, un disoluto, un consumidor de tabaco? ¿Ha estado en hábitos de indulgencia consigo mismo de cualquier tipo? Él está reformado: las cosas viejas son pasadas y he aquí nuevas son hechas. ¿Acaso tiene aún algún hábito de carácter del cual ha errado o no ha considerado, como fumar, masticar o inhalar tabaco, usar estimulantes injuriosos de cualquier tipo, vivir de manera insana, vestir y tener carruaje extravagante, desvelarse y levantarse tarde en la mañana, comer demasiado, o entre comidas? En suma, ¿ha habido alguna forma de autocomplacencia acerca de él? Sólo llámesele la atención por eso, escuchará con franqueza, será convencido por evidencia razonable y renunciará a sus malos hábitos sin conferir con la carne y la sangre. Todo esto está implicado en la regeneración, y debe seguir de su misma naturaleza. Esto también en todos lados la Biblia afirma ser cierto de los santos. "Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos" (Gá 5:25). Debe recordarse siempre que el cristiano autocomplaciente es una contradicción. La indulgencia de uno mismo y el cristianismo son términos opuestos.

10. El pecador no se niega a sí mismo. No puede gratificar todos sus deseos porque éstos son a menudo contradictorios, y debe negar uno a costa de complacer a otro. La avaricia puede ser tan fuerte como para prohibir la indulgencia de la extravagancia de comer, beber, vestirse, o tener carruaje. Su amor por la reputación puede ser tan fuerte como para prevenir su ocupación en algo vergonzoso. Pero la autocomplacencia es su ley. El temor al infierno, o su deseo para ser salvo, pueden prohibir su indulgencia externa en cualquier pecado conocido. Pero aún vive y se mueve y tiene su ser sólo por la causa de complacerse a sí mismo. Puede ser un miserable, morirse de hambre, congelarse, negarse a sí mismo de lo necesario de la vida, pero complacerse a sí mismo en su ley. Algunas concupiscencias puede él y debe controlar, como pueden ser inconsistentes con otras. Pero hay otras que no controla. Es un esclavo. Se inclina ante sus concupiscencias y les sirve. Está esclavizado por sus propensiones conque no puede vencerlas. Esto demuestra que es pecador sin regenerar cual sea su clase social y profesión. Alguien que no puede conquistarse a sí mismo, porque no lo hará, ni a sus concupiscencias. Esto es la definición de un pecador sin regenerar. Es aquel sobre el cual tiene dominio alguna forma de deseo, concupiscencia, o apetito, o pasión. No puede, más bien no querrá, vencerlo. Éste es tan cierto como lo es el pecado, como el pecado es pecado.

11. El alma verdaderamente regenerada vence al pecado.

Que la Biblia sea escuchada sobre este tema. "Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos. El que dice, Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él" (1 Jn. 2:3-4). "Y cualquiera que tiene esta esperanza en él, se purifica, como él también es limpio. Cualquiera que hace pecado, traspasa también la ley; pues el pecado es transgresión de la ley. Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Cualquiera que permanece en él, no peca; cualquiera que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, no os engañe ninguno: el que hace justicia, es justo, como él también es justo. El que hace pecado, es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia, y que no ama á su hermano, no es de Dios" (1 Jn. 3:3-10). "Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios: y cualquiera que ama al que ha engendrado, ama también al que es nacido de él. En esto conocemos que amamos á los hijos de Dios, cuando amamos á Dios, y guardamos sus mandamientos. Porque este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son penosos. Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe (1 Jn. 5:1-4).

Estos pasajes, entendidos y forzados al pie de la letra, no sólo enseñarían que todas las almas regeneradas vencen y viven sin pecado, sino también que el pecado es imposible para ellos. Esta última circunstancia, como también otras partes de la escritura, nos prohíbe forzar este lenguaje fuerte al pie de la letra. Pero esto deba entenderse y aceptarse, que vencer el pecado es la regla de cada uno que es nacido de Dios, y que el pecado es sólo la excepción, que el regenerado habitualmente vive sin pecado y cae en pecado sólo en intervalos, tan pocas veces que en lenguaje fuerte se diga en verdad que no pecan. Esto es seguramente lo menos que se quiere decir por el espíritu de estos textos, no forzarlos al pie de la letra. Y esto es precisamente consistente con muchos otros pasajes de la escritura, varios de los cuales he citado, tales como: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (1 Co. 5:17). "Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor" (Gá. 5:6). "Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación" (Gá. 6:15). "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Ro. 8:1-4). "¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia" (Ro. 6:1-14).

El hecho es que, si Dios es verdadero, y la Biblia es verdad, el alma verdaderamente regenerada ha vencido al mundo, a la carne y a Satanás, y al pecado, y es más que vencedor. Triunfa sobre las tentaciones como algo general, y los triunfos de la tentación sobre él son muy remotos, que eso se dice de él en los oráculos vivientes, que él no peca y no puede pecar. No es un pecador, sino un santo. Está santificado; es una persona santa, un hijo de Dios. Si en cualquier momento es vencido, es para levantarse de nuevo y pronto regresar como el hijo pródigo. "Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino. Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, Porque Jehová sostiene su mano" (Sal. 37:23-24).

12. El pecador es esclavo del pecado. Romanos 7 es su experiencia en su mejor estado. Cuando tiene tanta esperanza en él mismo, y los demás tienen tanta esperanza en su buen estado, él no va más allá que hacer e incumplir los propósitos. Su vida no es más que estar muerto al pecado. No tiene la victoria. Él ve lo correcto, no lo hace. El pecado es su amo a quien se rinde como siervo que obedece. Sólo intenta, como dice, para abandonar el pecado, pero de hecho no lo hace en su corazón. Y sin embargo, es redargüido, y tiene deseos y forma propósitos de enmiendas, espera estar regenerado. ¡Oh, qué terrible engaño! Está muy lejos de la esperanza de que es ya un cristiano. ¡Ay! ¡Cuántos están ya en el infierno que han trastabillado con esta piedra de tropiezo!

13. El sujeto de la regeneración puede saber, si es honesto, y debe saber por cuál fin vive. No hay nada de lo cual, quizá, pueda estar más seguro que su estado regenerado o no regenerado, y si tiene en mente lo que es la regeneración, parecerá que difícilmente puede equivocar su propio carácter en cuanto a imaginarse él mismo que está regenerado cuando no lo está. La gran dificultad que ha estado en el camino del alma del conocimiento de su regeneración del alma regenerada, y ha llevado a tanta duda y vergüenza sobre este asunto, es que la regeneración ha sido considerada como que pertenece a la sensibilidad. Y por tanto la atención ha sido dirigida a los sentimientos siempre fluctuantes para evidenciar el cambio. Con razón esto ha llevado a las almas concienzudas a la duda y a la vergüenza. Pero que el sujeto de la regeneración que se libere de una filosofía falsa y que sepa que el nuevo corazón consiste en benevolencia suprema y desinteresada, o en la consagración completa a Dios, y entonces ¿quién no sabrá por cuál fin vive, o cuál es la preferencia suprema o la intención del alma? Si los hombres pueden arreglar cualquier cosa más allá de la duda al apelar a la conciencia, parecería que esto debería será el asunto. Por tanto la Biblia impone como un deber imperativo el conocernos a nosotros mismos, si somos cristianos. Debemos conocernos por nuestros frutos. Esto es dado expresamente en la Biblia como la regla de juicio en el caso. La pregunta no es tanto ¿cuáles son las opiniones del hombre?, como ¿para qué vive? ¿Manifiesta un estado mental amoroso? ¿Manifiesta los atributos de la benevolencia en varios momentos en el cual es puesto? ¿O cuando la locura de juzgar a los hombres más por sus opiniones y sentimientos que por el tenor de que cesan sus vidas? Pareciera difícil deshacer en los hombres el prejuicio de que la religión consiste en sentimientos y en experiencias en las que todas juntas están pasivas. Por tanto, están continuamente inclinados al engaño en el momento culminante de todas las preguntas. Nada puede romper el encantamiento más que la inculcación uniforme y exhaustiva de la verdad con respecto a la naturaleza de la regeneración.

 

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