The GOSPEL TRUTH

LAS MEMORIAS DE CARLOS FINNEY

1868

CAPITULO 25

 

ASUNTOS EN OBERLIN

 

Antes de regresar a mi recuento de los avivamientos, y para poder hacer conocida la conexión de las cosas con nuestra historia aquí en Oberlin y con mis propias labores, me es necesario abundar un poco más acerca del movimiento abolicionista o antiesclavista. Esto lo haré no solo en esta porción, sino en demás lugares en los cuales esté relacionado con mis labores. He hablado del sentimiento público que existía acerca del tema y que nos rodeaba por todas partes cuando llegamos por primera vez a Oberlin. También he dicho que encontramos la oposición de todo el campo y de la región a nuestro alrededor y que incluso la legislatura demócrata del estado buscaba algún recurso que le justificara para abolir nuestro derecho a la propiedad por causa de nuestros sentimientos y acciones en contra de la esclavitud. Como es de suponerse, cuando recibimos por primera vez estudiantes de color se produjo una considerable excitación por el hecho de que estos jóvenes eran recibidos en nuestras familias y porque se sentaban en nuestras mesas, y donde querían en las mesas del salón del internado.

 

Muy poco tiempo después de mi arribo a Oberlin, que se dio sino me equivoco más o menos para cuando recibimos a los primeros estudiantes de color&emdash;se levantó la cuestión en forma de una petición por parte de los internos blancos para que en el salón comedor los estudiantes de color tuvieran su propia mesa; acerca de esto hice la moción de que los estudiantes blancos que no desearan sentarse junto a los de color, tuvieran su propia mesa. Toda la facultad estuvo de acuerdo con la moción. Con esto, los pocos que optaron por tomar tal postura se encontraron en una posición incómoda, pese a la cual no podían quejarse. Estábamos determinados a que, si tenía que haber algún tipo de separación, no sería al darle a los estudiantes de color su propia mesa, sino a quiénes se rehusaran a sentarse junto a ellos. Aunque supuse que esta acción de la facultad no les resultó muy cómoda a aquellos estudiantes, se había formulado de tal forma que no podían rechazarla. Mientras tanto, diferentes miembros de la facultad alojamon a los estudiantes de color y los sentamos en nuestras mesas sin hacer distinción alguna por causa del color. Lo mismo hicieron todas las familias líderes del lugar, sino me equivoco. Buscamos corregir el sentimiento que había por medio de la predicación y la instrucción pública y logramos prevalecer casi de manera universal. El prejuicio por causa del color pronto disminuyó, y hoy, hace muchos años ya que en las asambleas públicas la gente parece casi no darse cuenta de diferencia alguna entre ellos. La gente de color se sienta donde le place y hasta dónde sé nadie dice, hace o piensa nada acerca de aquello. Al principio, por todos lados, se reportaba que teníamos la intención de animar al matrimonio entre nuestros estudiantes negros y blancos, e incluso se decía que pensábamos obligarles a casarse y que nuestro objetivo era introducir un sistema universal de mestizaje.

 

Un pequeño hecho va a ilustrar el sentimiento que existía incluso en medio de los granjeros inteligentes del vecindario. Después de mi llegada a Oberlin tuve la oportunidad de viajar unas cuantas millas para conseguir unos arbustos de grosella. Acudí a un granjero que se dejó ver muy hosco y receloso cuando descubrió quién era yo y desde dónde había venido. El hombre me dio a entender que no quería tener nada que ver con la gente de Oberlin, pues nuestro objetivo era amalgamar las razas y animar a que los estudiantes negros se casaran con los blancos. Dijo que también teníamos la intención de introducir la unión de la iglesia con el estado, y que nuestras ideas y proyectos eran por completo revolucionarios y abominables. El hombre era muy serio en su opinión. Sin embargo, debo decir que el comentario me pareció tan ridículo que no fui capaz de responderle con ningún grado de seriedad, y por lo tanto no le respondí en lo absoluto. Sabía que si trataba de decirle algo me le reiría en la cara. Durante nuestros primeros días en Oberlin tuvimos serias razones para temer que una turba del pueblo vecino fuera a destruir nuestros edificios.

 

Con todo esto, no teníamos mucho tiempo en el lugar cuando se dieron circunstancias que crearon una reacción en la mente del público. Este lugar se convirtió en uno de los puntos del "tren subterráneo"&emdash;como se le llamó entonces&emdash;en el cual esclavos que habían escapado y que estaban de camino a Canadá, se refugiaban por un día hasta que el camino de su escape quedara despejado. Se dieron varios casos en los cuales estos esclavos eran perseguidos por sus dueños, y esto produjo que se levantara un clamor, no solo en este vecindario sino también en los pueblos aledaños, ante el intento de forzar a los esclavos de regreso a la esclavitud. Recuerdo que en cierta ocasión varios esclavos se guarecieron secretamente aquí. De esto yo no supe nada sino hasta que se produjo el escándalo. Los dueños de los esclavos aparecieron buscándolos, y los esclavos de percataron de esto y avisados por algunos de sus amigos&emdash;no sé cuales eran estos amigos&emdash;empezaron a huir atravesando lotes y bosques con dirección al lago. Los dueños de los esclavos los siguieron y lograron descubrir el rumbo que habían tomado. Mientras tanto, los amigos de los esclavos, algunos a pie y otros a caballo, partieron en diferentes direcciones, dando la impresión de que ellos mismos estaban buscando a los esclavos, lo que resultó en una confusión total, y en medio de gritos de "por aquí" y "por allá", los esclavos lograron el escape pasando por campos de maíz crecido y por bosques.

 

Pronto escenas semejantes a estas levantaron el sentimiento público en los pueblos de los alrededores y empezaron a producir una reacción. Los granjeros y la gente de los alrededores empezaron a estudiar de forma particular nuestros objetivos y perspectivas y pronto nuestro colegio se hizo conocer y se ganó un mayor aprecio. Esto resultó, hasta dónde llega mi entendimiento, en un estado de confianza universal y de buena voluntad entre Oberlin y los pueblos y condados vecinos. Tanta hostilidad se había excitado en contra nuestra a lo largo y ancho de la tierra, que los editores parecían aprovecharse con avidez de cualquier cosa que pudiera mortificar a Oberlin y le daban tanta circulación como les era posible.

 

Entre otras circunstancias curiosas ocurridas de las cuales los editores hicieron un gran espectáculo de oposición&emdash;pero que al final produjo una reacción a nuestro favor&emdash;relataré la siguiente: Un joven, sino me equivoco de Kentucky, vino a Oberlin a estudiar y mientras estaba en periodo de prueba, y antes de que se hiciera realmente conocido entre nosotros, elaboró un plan para seducir a una de nuestras jóvenes. Esta era una joven muy apreciada y modesta. Según tengo entendido el joven era un maestro de la escritura y hacía uso de su pluma en forma magistral. Le escribió a la dama una carta, en la cual dibujó con su pluma una figura muy vil y redactó y le dio forma a una misiva que resultó calculada para producir en la joven el peor de los efectos. Le pedía responder a A.B.&emdash;no recuerdo a qué dirección se suponía que debía de llegar la respuesta. Por supuesto al recibir la comunicación la joven quedó muy impactada y se la entregó a la dama principal de la institución, quien a su vez se la mostró a su marido, que era uno de los miembros de la facultad. Poco después de esto el joven escribió una nueva carta del mismo estilo con el dibujo más repugnante posible&emdash;es decir, repugnante a los ojos de una mente pura&emdash; Escribiéndole para provocar en la joven la fuerte tentación de caer en una mala conducta. En esta carta nuevamente le urgía a dirigir su respuesta y enviarla de la misma manera en la que lo había hecho en el mensaje anterior. Esta carta pasó inmediatamente a manos de la dama principal, y por medio de ella a manos de la facultad. Por supuesto, esto levantó la atención del profesorado, quienes empezaron a investigar.

 

Para aquel momento teníamos a un joven muy confiable que nos servía de cartero. Después de que se recibieron estas dos cartas, se le presentó el asunto al cartero, quien se ofreció a averiguar de quién habían provenido. Me parece que él se quedó con las cartas para poderlas comparar con otras del mismo tipo que le llegaran a la mano. Inmediatamente después de esto una nueva carta para la joven llegó a la oficina postal. El cartero notó que se trataba de la misma letra y la abrió para encontrarse con otra de esas abominables epístolas, la misma que exaltó en él gran indignación. Me parece que sin consultarle a nadie, él mismo respondió aquella carta pretendiendo ser la joven. Al contestar hizo alusión a las cartas anteriores y escribió en una forma que invitaba a la respuesta. De esta manera el cartero abrió correspondencia con el joven. Esto resultó enseguida en una cita para encontrarse en cierto lugar de la villa, a determinada hora de la noche, para supuestamente pasar la noche juntos, pues el vil muchacho suponía que mantenía correspondencia con la joven&emdash;quien realmente estaba ignorante de todo lo que estaba sucediendo.

 

Para aquel tiempo teníamos con nosotros a una pareja de jóvenes muy energéticos que estaban comprometidos para casarse y que habían llegado para completar sus estudios antes del matrimonio. Estos jóvenes gozaban de buena reputación y de un alto grado de confianza en la comunidad. Al caballero de la pareja, junto a otros pocos, el cartero le había pedido ayuda en secreto para descubrir al villano que le había tendido la trampa a una joven tan diga. El joven le pidió a su prometida pretender ser la joven a la cual las horrendas cartas habían sido dirigidas, solo hasta que se haya logrado detectarlo y arrestarlo y ella accedió. Mientras tanto, consultaron también a varios de nuestros más estimados jóvenes y a uno de nuestros profesores más jóvenes, los que estuvieron de acuerdo en ser ellos los que le arrestaran y trataran con él según dictara el sentido común. La hora de la cita había llegado. Estaba oscuro. Si no me equivoco la hora señalada para el supuesto encuentro eran las diez en punto. El acuerdo era que debían encontrarse en cierta esquina de la villa y que él se revelaría haciendo cierta señal. Ella debería de tomar su bazo y acompañarle a un lugar ya preparado.

 

El joven se hospedaba en el hotel, y para entonces era muy poco conocido. Había tomado las cobijas de su habitación y las había llevado a un lugar un poco alejado de la villa para extenderlas bajo el abrigo de un árbol grande que había sido derribado y que dejaba ver sus grandes raíces extendidas hacia arriba. Con este árbol la vista desde el camino o la villa quedaba bloqueada. El joven comprometido para casarse condujo a su novia a través de unas yardas hasta casi el punto del encuentro y se escondió en un lugar desde donde pudiera escuchar. Era oscuro. La dama avanzó un poco más y esperó la señal, la cual escuchó casi enseguida y respondió. Se encontraron. El muchacho le brindó el brazo y caminaron a prisa hasta el lugar en donde se encontraba preparada la cama. Los jóvenes que iba a arrestarlo, conociendo bien lo que se había montado para descubrirle, se escondieron a poca distancia de dónde se suponía que los jóvenes debían de abandonar el camino para entrar al bosque. El joven de Kentucky estaba armado con una pistola y poseía un verdadero espíritu sureño. Cuando llegaron al punto en donde los jóvenes se encontraban escondidos, los muchachos salieron y lo rodearon, el chico sacó su pistola, pero lograron contenerle y nadie salió herido. Después de mucha conversación y oración resolvieron darle de latigazos, y señalaron a uno de nuestros más amables jóvenes para hacerlo, y aunque le dolió mucho tener que hacerlo, le aplicó a la espalda del villano el número de latigazos asignados con un cuero crudo que ellos mismos habían elaborado. Después de aplicado el castigo le dejaron ir. Creo que en ese momento el joven criminal entendió que se le había aplicado un castigo justo.

 

El hecho es que para entonces no había ley de la tierra que pudiera hacerse cargo de él o aplicar ningún tipo de castigo en este caso. No dudo de que nuestros jóvenes actuaron de acuerdo con su sentido del deber. Tomaron el caso en sus propias manos y administraron lo que les pareció un merecido y moderado castigo. Siendo nuestro colegio uno en el cual los hombres y las mujeres se asociaban en sus estudios, estos jóvenes entendieron que era justo que un acto de tal naturaleza se confrontara con una decidida desaprobación pública. Entendieron también que debía hacerse de aquel joven un ejemplo, para que así otros aprendieran qué les esperaba si venían a Oberlin e intentaban seducir a cualquiera de nuestras jóvenes. Sea como sea, aquellos jóvenes actuaron bajo su propia responsabilidad y, hasta dónde sé, sin consultarle a nadie fuera de su círculo. Cuando el padre del muchacho que recibió el castigo se enteró de lo ocurrido, se llenó de ira irreprensible y llegó a Oberlin en un espíritu muy violento y abusivo. Cuando conoció los hechos y al quedar sin justificación su hijo, se sintió deshonrado por el castigo que el muchacho había recibido, en lugar de por el crimen que había cometido; por lo que en vez de darnos las gracias, como era su deber al habérsele administrado un castigo tan merecido a su hijo, se esmeró mucho en levantar al país en nuestra contra por aquella causa. En aquel entonces la mente del público se encontraba dispuesta a aceptar cualquier ocurrencia que echara a nuestro colegio por los suelos. Los periódicos estaban llenos de oposición en nuestra contra, y la ira de la prensa se excitó en gran medida por aquellos latigazos. Hasta donde supe nunca se escuchó una palabra de desaprobación para el criminal o para nadie más por causa de su mala acción. Su asumía que se había cometido un gran crimen al haberle castigado, más el crimen que ameritaba un justo castigo quedó totalmente relegado. Como siempre, permanecimos quietos, ocupados en nuestros propios asuntos.

 

Cuando la corte se reunió en Elyria, el gran jurado encontró boletas de acusación en contra de los jóvenes involucrados y citaron a muchas personas de Oberlin para que sirvieran como testigos y fue así como, según entiendo, se descubrió a todos aquellos que habían tomado parte, menos a uno. Me enteré del proceso que se seguía cuando yo mismo fui citado para servir como testigo ante el gran jurado. Acudí a cumplir con aquel deber y al hacerlo observé que el fiscal distrital, quien se encontraba con el gran jurado, era alguien que yo conocía, y por cierto un escéptico declarado. Descubrí también que el presidente del jurado no era quien yo esperaba, sino otra persona y al observar al resto de integrantes del jurado noté que muchos eran los líderes de la oposición a Oberlin, y otros eran hombres que se oponían tanto al colegio como a la religión&emdash;es decir, si yo no estaba mal informado, varios de ellos eran escépticos. El juez del distrito que presidía la corte también era escéptico, al igual que uno de los jueces alternos. Era así que la mayoría de la corte, y la mayoría del gran jurado, eran escépticos. Este era también el caso del Sheriff y del agente del sheriff, si no me equivoco. De cualquier modo, al menos se me había informado que aquello era cierto del agente del sheriff que se encontraba presente con el Gran Jurado. Como era de esperarse, me encontraba rodeado de un ambiente moral no muy agradable.

 

El presidente del gran jurado me informó del objeto de mi presencia y después de administrar el juramento usual me dijo quiénes estaban acusados y me preguntó si yo conocía de alguien más en Oberlin que hubiera estado involucrado. Le dije que conocía de otra persona que se habían confesado conmigo, pues yo era su pastor, pero que esta persona no se encontraba en el estado: no por que se hubiera escapado ni porque se hubiera ido para huir del juicio, sino porque se había marchado a su casa, a sus amistades, y que hasta dónde yo sabía el joven esperaba permanecer en su hogar. El presidente me preguntó entonces cuál era su nombre. Le respondí que el joven era un miembro de la iglesia de la cual yo era pastor, y que en el momento de los sucesos era miembro de mi casa. Después del incidente, al conocer cómo la gente se sentía acerca del error que habían cometido, su conciencia empezó a molestarle y me confesó su conexión con los sucesos. Luego de esto dije: "No sé si es apropiado que se me halla llamado a testificar en este caso para revelar el nombre de aquel joven". Con todo esto, no me negué a testificar; simplemente hice la observación que ya he mencionado. No me urgieron a dar el nombre del caballero, sino que de hecho, sin decir nada más, me despidieron muy cordialmente.

 

Salí de la sala y fui directamente al hotel para recoger mi caballo y regresar a casa. Sin embargo, mientras esperaba en el hotel a que me trajeran el caballo a la puerta, supe por la conversación de los que se encontraban en el lugar que el gran jurado había dicho que "se quedarían allí hasta que hayan examinado a todos los hombres de Oberlin, de ser necesario, para así descubrir a todos quienes tuvieron relación con el suceso". Me enteré de que la impresión que había en Elyria, y en la mente de los integrantes del gran jurado, era que en Oberlin se quería cubrir los hechos y que no había la disposición por parte de la gente del colegio de que las leyes de la tierra se aplicaran. Observé, mientras cabalgaba a casa, que había mucha excitación en la mente de la gente del pueblo. Por esta razón me decidí a volver en la mañana del día siguiente a la corte y consultar con los jueces acerca de cuál era mi deber y la ley a aplicarse en aquel caso.

 

De acuerdo con esto al día siguiente, y a pesar de la lluvia y del camino lodoso&emdash;pues ya estaba bien entrado el otoño&emdash;me subí a mi caballo con destino a Elyria. Al llegar me dirigí de inmediato a la corte y me encontré con que estaban ocupados en cierta causa que había provocado un alto grado de interés, por lo que la sala estaba llena de espectadores. Me acerqué a uno de los caballeros del tribunal, a quien conocía, le llevé a un lado y le solicité que le pidiera a la corte que me permitiera dirigirme a ellos por unos breves instantes, pues tenía una cuestión importante que presentarles. El caballero con mucha deferencia y propiedad le comunicó a la corte mi deseo e inmediatamente suspendieron los asuntos y el juez que presidía señaló que el profesor Finney, quien se encontraba presente, tenía algo que comunicar a la corte y que lo que se encontraban tratando se suspendería brevemente para que pudieran escuchar lo que yo tenía que decir. Les dije entonces lo que había sucedido el día anterior ante el gran jurado y que el asunto que debía presentarles era si la ley o la equidad requerían que les diese el nombre del joven. Luego presenté lo que yo entendía era la ley que debía aplicarse a aquel tema. Les dije que los hombres tienen conciencias, y que aunque la gente podía diferir en muchas cuestiones, no podían existir diferencias de opiniones en cuanto a que todos los hombres y todas las mujeres poseían conciencias, y que en muchas veces casos muy embarazosos, y que necesitan de consejo, se levantan en la conciencia. En tales casos, que sin duda deben de existir en toda sociedad y en toda comunidad, el bien público exige que algunas personas, es decir, aquellas a las cuales la gente acude para recibir consejo, estén bajo la protección de la ley ante la posibilidad de convertirse en informantes públicos. Dije que sabía que este recurso había sido abusado por parte de los católicos romanos en sus confesiones, y que conocía también la ley que se había establecido con respecto a ellos. Mas dije, sin embargo, que aunque este país no reconoce la unión entre la iglesia y el estado, aún con esto sí reconoce la relación pastoral, y que está obligado a proteger esta relación para poder proteger también a la comunidad y al pastor, cuando éste ha sido consultado como pastor con respecto a algún caso relacionado con la conciencia en el cual se haya solicitado un consejo. Abundé en cuanto a esto a discreción y ocupé también un tiempo considerable para mostrar mis perspectivas y las razones detrás de ellas. De hecho, se podría decir que le prediqué a la corte y a todos los presentes.

 

Sentí que era una buena oportunidad para hablarles de nuestro sentir en Oberlin. Les dije por qué había regresado a Elyria, lo que había escuchado en la casa pública el día anterior, y que estaba convencido de que había malinterpretado por completo a la gente de Oberlin. Le aseguré a la corte que éramos gente sometida a la ley, que como pueblo no habíamos aprobado el curso seguido por los jóvenes, y que no deseábamos tampoco protegerles de la investigación que se seguía en su contra, sino que estábamos completamente dispuestos a que la justicia siga su curso y que más bien deseábamos ayudar en la investigación y no ser de tropiezo. En pocas palabras, les presenté el sentir y las perspectivas de Oberlin con respecto al tema, y les dije que lo único que deseábamos era que aquellos jóvenes recibieran un juicio justo, y la oportunidad de presentarle a la corte la provocación bajo la cual actuaron y las razones para su conducta cuando fueran juzgados. La corte jamás pareció cansada de escuchar lo que tuve que decir. La atención fue general, respetuosa e incluso a mi parecer, solemne. Después de esto le dije a los jueces: "Ahora, si sus señorías consideran que es mi deber como ciudadano el presentarme ante el gran jurado y darles el nombre de aquel joven, estoy dispuesto a hacerlo de inmediato". Con esto tomé asiento, y el juez que presidía dijo que estaban muy agradecidos de que hubiera regresado y dado una exposición de mis perspectivas en cuanto todo el asunto. Dijo que la corte estaba completamente de acuerdo conmigo, y que habían tenido una impresión equivocada acerca de las opiniones que Oberlin tenía del asunto, y que estaban felices de haber podido corregir aquella impresión. Dijo también que mi declaración había aliviado grandemente sus mentes y sus sentimientos, y que la perspectiva que les había presentado era una con la que estaban de acuerdo de manera unánime. Concluyó señalando que el asunto le concernía más bien al gran jurado y me preguntó si estaba dispuesto a realizar la misma declaración ante ellos en el salón que se encontraba abajo. Les dije que me sentiría complacido de tener la oportunidad de hacerlo. Observé también que la corte tenía la sensación de que aquello sería de beneficio para el gran jurado.

 

Me dirigí entonces al salón del gran jurado. Al igual que el día anterior les encontré a todos presentes. Estaban el agente del sheriff escéptico, de pie al servicio del gran jurado; el fiscal del distrito escéptico sentado al escritorio junto al presidente del gran jurado; y observé también, como lo había hecho en el día anterior, que habían muchos escépticos de la religión en medio del gran jurado. Les dije en sustancia lo que había presentado ante la corte, lo que había llegado a mis oídos el día anterior acerca del sentir del pueblo y del mismo jurado, y de sabía que se habían determinado a no cesar hasta haber examinado a toda la gente de Oberlin, si era necesario, para poder hallar a todos los involucrados en aquel hecho. Luego les presenté mis perspectivas, tal como lo había hecho en la corte, y tan bien como pude les di casi las mismas observaciones del caso. Noté en ellos la misma atención profunda y el mismo efecto que se produjo en la corte. Cuando terminé mi exposición el presidente del jurado, después de consultar brevemente con el fiscal del distrito, respondió en general tal como lo había hecho la corte. Expresó gran satisfacción de que hubiera regresado para dar mis perspectivas del tema, y concordaba totalmente conmigo en lo que yo había interpretado como mi deber; expresó también que no era la opinión del gran jurado el que debiera de dar el nombre de aquel joven, y que tampoco requerirían que lo hiciera. Mientras salía del salón, el agente del sheriff, quien estaba de pie dentro del salón y que había escuchado lo que se había dicho, me siguió hasta el pasillo, me agarró del brazo con manifiesta emoción y me dijo: "Señor Finney, el que usted haya regresado y haya dicho lo que dijo vale mil dólares".

 

Para cuando regresaba al hotel a buscar mi caballo, la corte en el piso superior había entrado en receso para almorzar. El juez que presidía, quien en aquel entonces era un extraño para mí, se me acercó y se presentó diciendo que estaba muy feliz de conocerme, y expresó que lamentaba el que hubieran malinterpretado mis perspectivas y los sentimientos y acciones de la gente de Oberlin. Me dijo: "Hemos estado engañados con respecto a ustedes, pero ahora tengo deseos de llegarles a conocer mejor"&emdash;y añadió&emdash;"Cuando vuelva acá en… (dijo la fecha) ¿me permitiría dejar a mi esposa en su casa para que ella pueda llegar a conocerle, y para que yo también pueda relacionarme con alguna de su gente?" De la forma más cordial le invité a venir y le aseguré que le traería, o que le haría traer, todos los días a la corte, y que también le recogería cada tarde para que se reuniera con su esposa. Unas pocas semanas después de esto pasé unos cuantos días en Cleveland, predicándole a la gente. Este juez residía en aquella ciudad. Le observé en medio de la congregación y pronto supe que estaba lidiando con la cuestión de la salvación de su alma. Tuve una conversación prolongada con él y noté que el estado de su mente no solo era muy interesante, sino también muy esperanzador. Le urgí a aceptar de manera inmediata al Salvador, y a todas luces su escepticismo le abandonó por completo. Recibió todas mis palabras con mansedumbre, y renovó su promesa de ir a Oberlin con su esposa la próxima vez que estuviera en Elyria. Lamentablemente, antes de que pudiéramos vernos nuevamente, falleció. Antes de dejar Elyria en el tiempo al que me he referido, supe que el gran jurado había suspendido su asamblea de forma indefinida. Que después de mi declaración había quedado convencidos de que no se necesitaban más investigaciones y al no tener otros pendientes que atender, disolvieron la reunión.

 

Después de esto un cambio terriblemente notable se produjo en la opinión y en los sentimientos de los hombres que lideraban la oposición en nuestros alrededores. Por ejemplo, en el siguiente invierno y después del suceso con aquella corte, uno de los jueces alternos, que era demócrata y hasta donde tengo entendido, escéptico, servía como miembro de la legislatura en la cual se estaba intentando complotar para quitarnos nuestro título de propiedad. Se nos dijo que este juez, que había estado presente cuando realicé la intervención, se mantuvo varonil y valientemente en defensa de Oberlin, y les dijo a los miembros de la legislatura que la impresión que se había extendido con respecto a nuestras perspectivas y nuestro carácter como colegio era del todo errónea. Tengo entendido que sus comentarios fueron la principal influencia para que la legislatura abandonara su propósito.

 

Situación tras otra se fueron dando que provocaron que la comunidad se relacionara mejor con nosotros y con nuestras perspectiva, hasta que el prejuicio en contra nuestra se disipó por completo. Mas, ¿qué efecto tuvo el juicio en aquellos jóvenes? Y especialmente, ¿qué efecto tuvieron los mordaces comentarios y denuncias de la prensa local y extranjera, sobre nuestra escuela? ¿Lograron acaso prevenir que los jóvenes, caballeros como señoritas, vinieran a Oberlin? ¡De ninguna manera! Mas bien produjeron el efecto contrario. El resultado fue que la gente razonó. La gente tenía miedo &emdash;y se habían hecho muchos esfuerzos para lograr este temor en el público&emdash; de confiarnos a sus hijos para que asistieran a un colegio en donde caballeros y señoritas se educaban juntos en las mismas clases, comían en el mismo salón y se asociaban en todos los aspectos tal como sucede aquí. Por supuesto, esto se consideraba un experimento, y para muchos era un experimento de muy cuestionable naturaleza. Mas el resultado de todo aquel escándalo y oposición, especialmente en lo relacionado al proceso del caso y a la causa del mismo, fue que la gente razonara de la siguiente manera: Bueno, si tal es el sentimiento público en Oberlin, y si el intento de seducir a una de aquellas muchachas provocó tal retribución al ofensor, ese es el mejor lugar para nuestras señoritas. Podemos enviarlas allí con más confianza que a cualquier otro lugar. Si los jóvenes de ese colegio están dispuestos a castigar de tal forma al que osa hacer una cosa semejante, tal sentimiento público debe de ser favorable para la castidad y para la protección de nuestras jóvenes cuando se encuentren lejos de casa. Por esta razón se produjo el incremento continuo de estudiantes, especialmente de señoritas. Las damas parecían aumentar relativamente en número cada año.

 

De hecho, por la providencia de Dios, casi todos los esfuerzos hechos en nuestra contra por medio de la prensa y por otros medios de ataque, resultaron en nuestro favor. Nos quedamos quietos, ocupados en nuestros propios asuntos, y esperamos a que el humo y el polvo se despejaran en el mejor tiempo de Dios.

 

Mientras tanto, el tema de la esclavitud agitaba grandemente tanto a las ciudades del este como a las del oeste y del sur. Nuestro amigo y hermano Willard Sears, de Boston, se encontraba enfrentando una feroz tempestad de oposición. Para abrir paso a la discusión libre del tema en Boston, y para poder tener una adoración religiosa en donde el púlpito estuviera abierto a la libre discusión de todos los grandes temas de reforma, este hermano había comprado el hotel Marlborough en la calle Washington, y se había establecido allí una capilla grande para la adoración pública y para reuniones de reforma que no eran admitidas en ningún otro lugar. El hermano Sears había logrado esto recurriendo a un gran costo. En 1842 se me estaba presionando mucho para que vaya a ocupar aquella capilla de Marlborough y predique por unos cuantos meses. Fue así que llegué a Boston y empecé mis labores, predicando con todas mis fuerzas durante dos meses. El Espíritu del Señor se derramó de inmediato y una gran agitación se produjo en medio de los huesos secos. Casi constantemente, cada día de la semana, era visitado en mi habitación por gente de varias congregaciones preocupadas por sus almas, y muchos obtenían esperanza cada día.

 

Para este tiempo Elder Knapp, un muy conocido predicador de avivamiento bautista, se encontraba laborando en Providence, Rhode Island, y se había encontrado con la persistente oposición de sus hermanos bautistas de aquella ciudad. Cuando la obra avanzaba con fuerza en Boston, fue invitado por los hermanos bautistas bostonianos para ir y laborar allí. Por esta razón dejó Providence y su tormenta de oposición y llegó a Boston. El hermano Josiah Chapin, y muchos otros, me estaban insistiendo en aquel momento para que fuera a Providence y sostuviera reuniones allí. Me sentía en gran deuda con el hermano Chapin por toda la ayuda que le había prestado a Oberlin, y a mí en lo personal, al haberme enviado dinero cada cierto tiempo para el sostenimiento de mi familiar durante aquella temporada de gran depresión financiera en el colegio. El dejar Boston en aquel momento representaba una gran prueba para mí. Con todo esto, después de haberme visto con el hermano Knapp, de haberle informado acerca del estado de las cosas en Boston y de asegurarle que una gran obra había empezado y que esta estaba extendiéndose por toda la ciudad de la forma más alentadora, partí hacia Providence. Esta fue la época del gran avivamiento de Boston. Este avivamiento prosperó de forma maravillosa, especialmente en medio de los bautistas y más o menos a lo largo de toda la ciudad. Los ministros bautistas se hicieron cargo del mismo junto al hermano Knapp, y también muchos hermanos congregacionalistas fueron grandemente bendecidos. La obra fue muy extensa.

 

Entre tanto, inicié mis labores en Providence, Rhode Island. La obra empezó casi inmediatamente y el interés en la gente incrementaba visiblemente cada día. Se dieron muchos casos impactantes de conversión. Entre estos casos se encuentra el de un anciano caballero cuyo nombre no puedo recordar. Su padre había sido juez de la Corte Suprema de Massachusetts, si mal no recuerdo, muchos años atrás. Este viejo caballero era escéptico y vivía en Providence a poca distancia de la iglesia en la cual me encontraba ofreciendo las reuniones, en la calle High. La obra ya tenía algún tiempo de haber empezado cuando observé a un caballero de muy venerable apariencia entrar en la reunión. Noté que prestaba estricta atención a la predicación. Mi amigo, el señor Chapin, lo notó de inmediato, y me informó de quién se trataba y cuáles eran sus perspectivas religiosas. Me dijo que el hombre nunca había tenido el hábito de asistir a reuniones religiosas. El hermano Chapin expresó gran interés en el caballero y en el hecho de que hubiera venido a la reunión. Observé que continuó asistiendo cada noche, y era sencillo percibir que, tal como lo sospechaba, su mente se encontraba muy agitada y profundamente interesada en los asuntos de la religión. Una tarde, cuando estaba por cerrar el sermón, este venerable anciano al que me refiero, alto como era, de cabellos grises y de decidida apariencia intelectual, se puso de pie y me solicitó dirigir unas pocas palabras a la congregación. Le dije que podía hablar. El hombre dijo en sustancia lo siguiente: "Amigos y vecinos, probablemente estén sorprendidos de verme asistir a estas reuniones. Ustedes han conocido mis perspectivas escépticas y que por mucho tiempo no he tenido el hábito de asistir a reuniones religiosas. Más al escuchar acerca del estado de las cosas en esta congregación he venido; y ahora deseo que mis amigos y vecinos sepan que creo que la predicación que hemos estado escuchando cada noche es el Evangelio. He cambiado de opinión. Creo que esta es la verdad, el verdadero camino a la salvación". Dijo además: "Quiero que sepan que mi verdadero motivo al venir aquí no es criticar y buscar faltas, sino poner atención al gran asunto de la salvación y animar a otros a que hagan lo mismo". Todo esto lo dijo con mucha emoción, y luego tomó asiento.

 

Había una habitación bastante grande que se utilizaba para la escuela del Sabbat y que se encontraba en el sótano de la iglesia. El número de personas preocupadas por el estado de sus almas había incrementado en gran manera, y la iglesia se abarrotaba demasiado como para llamar a estos interesados al frente, como lo había hecho en otros lugares. Por esta razón los invitaba a descender al sótano después de la bendición, a aquel salón para estudio que se encontraba en el sótano. El salón era casi tan grande como el salón de audiencias de la iglesia, y podía sentar a tantos como cabían en la congregación, con la excepción de los espacios en la galería superior. La obra aumentó y se extendió a cada parte de la ciudad hasta que el número de interesados fue tan grande, esto junto al número de los nuevos convertidos que estaban siempre dispuestos a descender al sótano con ellos, que aquel salón se llenaba o casi se llenaba a capacidad. Cada noche, después de la predicación, el sótano se llenaba con gozosos nuevos convertidos, y con pecadores interesados, ansiosos y temblorosos. Las cosas continuaron de esta manera por dos meses. Para entonces ya me encontraba extenuado, habiendo laborado tan fuertemente y de forma tan incesante durante cuatro meses: dos meses en Boston y dos en Providence. Además, había llegado&emdash;o estaba a punto de llegar&emdash; la época del año para la apertura de nuestro periodo de primavera en Oberlin. Por aquella razón partí de Providence con dirección a casa.

 

Hubo una circunstancia relacionada con Boston que considero mi deber relatar en este punto. Una mujer unitaria se había convertido en Boston. Esta mujer era amiga del Reverendo doctor Channing. Ella misma me contó que habiendo escuchando acerca de su conversión, el doctor Channing la envió a llamar para que le hiciera una visita, pues él se encontraba en mala salud y no le era posible ir a verla. La dama acudió cumpliendo con su petición, y el doctor le pidió que le relatara el proceso que había sufrido su mente, su experiencia cristiana y las circunstancias de su conversión. Ella así lo hizo, y el doctor manifestó un gran interés en su cambio de mente y le preguntó si acaso poseía algún escrito o publicación mía que él pudiera leer. Le dijo que conocía lo que estaba transpirando en Boston y que estaba muy interesado en poder comprender mejor los hechos; que deseaba conocer cuáles eran mis perspectivas y qué era lo que predicaba que parecía interesarle tanto a la gente. Ella le dijo que poseía una pequeña obra mía que se había publicado acerca de la santificación. Él se la pidió prestada y le dijo que la leería y que si ella volvía en una semana se la daría de vuelta, y estaría además feliz de conversar un poco más. Al término de la semana la dama volvió por su libro y el doctor le dijo: "Estoy muy interesado en este libro y en las perspectivas que presenta. Entiendo que los ortodoxos objetan esta perspectiva acerca de la santificación tal como la presenta el señor Finney; más no puedo entender cómo, ¿si Cristo es en realidad divino y verdaderamente Dios, por qué esta perspectiva debe de ser objetada? Si Cristo es realmente Dios, no veo por qué la gente no pueda ser santificada por él en esta vida, y tampoco puedo ver ninguna inconsistencia en el hecho de que el señor Finney sostenga esta perspectiva como parte de la ortodoxia de su fe. Me gustaría ver al señor Finney. ¿Podría convencerle usted de que venga a visitarme? Como usted sabe yo no puedo ir a verle". La mujer prometió llevar su mensaje y pedirme que fuera a verlo. De hecho la mujer fue de inmediato a buscarme a mi hospedaje, pero ya había partido rumbo a Providence.

 

Como ya dije, estuve ausente por dos meses pero pasé por Boston a mi regreso de Providence. La dama, al escuchar que me encontraba nuevamente en Boston fue a verme enseguida y me dio la información concerniente al doctor Channing. Además me informó que el doctor había dejado la ciudad y se había retirado al campo para tomar cuidado de su salud. Nunca le vi. Lamenté mucho el no haber tenido la oportunidad de entrevistarme con aquel hombre, a quien aprendí a respetar por sus talentos y pasión como líder de los unitarios de Boston. He sabido que el doctor Channing estuvo indagando acerca del tema de la religión y que estuvo dispuesto a reconsiderar toda la cuestión de la divinidad de Cristo y de su interés personal en él. Cuando aquella mujer me contó su historia lamenté grandemente el no haber tenido la oportunidad de verle. El doctor murió poco tiempo después y no conozco qué haya sido de él luego de su partida de Boston. Por su puesto, tampoco puedo dar fe de la veracidad del testimonio de aquella mujer.

 

Sin embargo, ella sí era manifiestamente una verdadera convertida, y en aquel momento no tuve dudas de que cada palabra que me dijo fuera la verdad. Tampoco hoy tengo dudas de su testimonio. Con todo, aquella dama era una desconocida para mí, y con el pasar de los años ya no me ha sido posible recordar su nombre.

 

La siguiente vez que me encontré con el doctor Beecher se mencionó el nombre del doctor Channing y le relaté estos hechos. En un momento vi lágrimas asomar en sus ojos y luego dijo con mucha emoción: "¡Espero entonces que haya ido al cielo!" Con esto quería decir que tenía la esperanza de que se hubiera convertido.

 

 

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