The GOSPEL TRUTH

PODER DESDE LO ALTO

POR CHARLES FINNEY

 

Capítulo 2

¿Qué es?

 

Los apóstoles y hermanos en el Día de Pentecostés lo recibieron. ¿Qué recibieron? ¿Qué poder ejercieron después de ese evento?

Recibieron un bautismo poderoso del Espíritu Santo, un incremento vasto de iluminación divina. Este bautismo repartió una gran diversidad de dones que utilizamos para el cumplimiento de la obra. Claramente incluyó lo siguiente: El poder de una vida santa. El poder de una vida de renunciamiento de uno mismo. (La manifestación de éstos debió tener una gran influencia en aquellos a quienes se les proclama el evangelio). El poder una vida de llevar una cruz. El poder de gran mansedumbre, que el bautismo les permitiría exhibir en todos lados. El poder de un entusiasmo amoroso para proclamar el evangelio. El poder de enseñar. El poder de una fe amorosa y viva. El don de lenguas. Un aumento de poder para obrar milagros. El don de la inspiración, o la revelación de muchas verdades no reconocidas por ellos antes. El poder de valor moral para proclamar el evangelio y realizar el llamado de Cristo cual fuera el costo.

En sus circunstancias todas estas dotaciones fueron esenciales para su éxito, pero ni por separado ni tampoco todas juntas constituyeron ese poder desde lo alto que Cristo prometió, y que claramente recibieron. Aquello que ellos claramente recibieron como el medio supremo, culminante e importante de éxito fue el poder para prevalecer con Dios y el hombre, el poder para dejar impresiones salvadoras en las mentes de los hombres. Esto último fue sin duda aquello que entendieron y que Cristo prometió. Había comisionado a la Iglesia para convertir al mundo para él. Todo lo que he nombrado arriba fueron sólo medios que nunca podían asegurar el fin a menos que fueran vitalizados y hechos efectivos por el poder de Dios. Los apóstoles, sin duda, entendieron eso, impusieron las manos sobre ellos mismos y el altar, sitiaron un Trono de Gracia en el espíritu de consagración entera para la obra de ellos.

Recibieron, de hecho, los dones antes mencionados, pero suprema y principalmente este poder para impresionar a los hombres para salvación. Se manifestó de inmediato. Empezaron a dirigirse a la multitud y contar maravillas. Tres mil se convirtieron a la misma hora. Mas obsérvese, aquí no hubo ningún poder nuevo manifestado por ellos por la ocasión, excepto el don de lenguas.

No operaron milagros en ese entonces, y usaron estas lenguas simplemente como el medio para darse a entender. Nótese que no tuvieron tiempo de exhibir otros dones del Espíritu que he acabado de nombrar. En ese entonces no tenían la ventaja de exhibir una vida santa, o cualesquiera dones y gracias poderosos del Espíritu. Lo que se dijo en esa ocasión, como se registra en el evangelio, no pudo haber hecho la impresión que se hizo, si ellos no hubiesen hablado con un poder nuevo para hacer una impresión para salvación en la gente. Este poder no fue el poder de la inspiración, pues sólo declararon ciertos hechos de su propio conocimiento. No fue el poder de aprendizaje y culturas humanos, pues tenían poco. No fue el poder de la elocuencia humana, pues parece haber habido poca. Fue Dios hablando en y a través de ellos. Fue poder desde lo alto --Dios en ellos haciendo una impresión de salvación en aquellos a quienes hablaban. Ese poder para impresionar para salvación permaneció sobre y con ellos. Fue, sin duda, la gran y promesa principal hecha por Cristo y recibida por los apóstoles y los primeros cristianos. Ha existido en mayor o menor medida en la Iglesia desde entonces. Es un hecho misterioso con frecuencia manifestado de manera muy sorprendente. A veces una sola oración, una palabra, o incluso una mirada, llevará este poder de una manera victoriosa.

Para honrar a Dios solo hablaré un poco de mi propia experiencia en este asunto. Fui convertido poderosamente en la mañana del 10 de octubre. En la tarde de ese día, y en la mañana del día siguiente, recibí bautismos sobrecogedores del Espíritu Santo que me atravesaron, como lo veo, en cuerpo y alma. Inmediatamente me encontré a mí mismo investido con tal poder desde lo alto que unas solas palabras dichas ahí y allá a los individuos fueron los medios de su conversión inmediata. Mis palabras parecían como flechas penetrantes clavadas en las almas de los hombres. Cortaban como una espada. Rompían el corazón como un martillo. Muchos pueden constatarlo. Con frecuencia salía una palabra, sin recordarla, y traía convicción y resultaba en una conversión casi inmediata. A veces me encontraba, en gran medida, vacío de este poder. Salía a hacer visitación y encontraba que no hacía ninguna impresión de salvación. Exhortaba y oraba con el mismo resultado. Entonces apartaba un día para oración y ayuno en privado, temiendo que este poder se hubiera alejado de mí, inquiría ansiosamente ver por qué este vacío aparente. Luego de humillarme y clamar por ayuda, el poder regresaba sobre mí, con toda su frescura. Esto ha sido la experiencia de mi vida.

Podría llenar un volumen con la historia de mi propia experiencia y observación al respecto de este poder desde lo alto. Es un hecho de conciencia y observación, pero un gran misterio. He dicho que a veces una mirada tiene en sí el poder de Dios. Con frecuencia he sido testigo de esto. Permítanme ilustrar el hecho. Una vez prediqué, por primera vez, en un pueblo manufacturero. La mañana siguiente fui a la fábrica para ver sus operaciones. Mientras pasaba al departamento de tejido, vi una gran compañía de mujeres jóvenes, algunas de las cuales, observé, me estaban viendo, y en una manera que indicaba un espíritu trivial y que me conocían. Sin embargo, no las conocía. Mientras me acercaba más a aquellas jóvenes que me habían reconocido parecían aumentar sus manifestaciones de ligereza de mente. Su ligereza hizo una impresión especial en mí. Lo sentí en mi corazón. Me detuve y las miré. No sé cómo, mientras toda mi mente estaba absorta con el sentido de culpa y peligro. Mientras veía su aspecto, observé que una de ellas se puso muy agitada. Un hilo se rompió. Trató de arreglarlo, pero sus manos temblaban de una manera tal que no podía hacerlo. Inmediatamente observé que la sensación se estaba propagando, y se había vuelto universal entre esa clase de personas que toman las cosas a la ligera. Las miré fijamente hasta que una tras otra cedió y no pusieron más atención a sus tejedoras. Se pusieron de rodillas, y la influencia se propagó por toda la sala. No había dicho ni una palabra, y el ruido de las tejedoras hubiera prevenido que me oyeran. En unos minutos todo el trabajo fue abandonado y la sala se llenó de lágrimas y lamentaciones. En ese momento el dueño de la fábrica, quien él mismo era inconverso, entró, y acompañado, creo yo, del superintendente, quien era cristiano. Cuando el dueño vio la situación dijo al superintendente: "Detengan el trabajo". Lo que vio parece que le llegó al corazón.

"Es más importante", recalcó apresuradamente, "que estas almas sean salvas que esta fábrica trabaje. Tan pronto las máquinas dejaron de hacer ruido, el dueño preguntó: "¿Qué hacemos? Debemos tener un lugar para reunirnos donde se nos instruya". El superintendente contestó: "Donde están las mulas". Se sacaron las mulas y a todos se les notificó y arreglaron el lugar. Tuvimos una reunión maravillosa. Oré con ellos, les di las instrucciones que en ese momento podían entender. La palabra fue con poder. Muchos expresaron esperanza ese día; y en unos días, como se me informó, casi todos en ese lugar, junto con el dueño, tenían la esperanza en Cristo.

Este poder es una gran maravilla. Muchas veces he visto a gente incapaz de soportar la palabra, Las declaraciones más simples y ordinarias cortan como una espada a las personas desde donde se sientan, les quita su fuerza corporal y los deja tan incapacitados como un muerto. A veces en mi experiencia es cierto que no pude elevar mi voz, o decir algo en oración o exhortación excepto de la manera más suave, sin totalmente vencer a los presentes. Esto no fue porque estuviera predicando terror a la gente, sino los dulces sonidos del evangelio los vencía. Este poder a veces parece ocupar la atmósfera de alguien sumamente cargado del poder. Muchas veces grandes cantidades de personas en una comunidad se revisten de este poder cuando la misma atmósfera de todo el lugar parece cargada con la vida de Dios. Los forasteros que llegan y pasan por el lugar inmediatamente son golpeados con convicción de pecado y en muchas ocasiones se convierten a Cristo. Cuando los cristianos se humillan, y se consagran de nuevo a Cristo, y piden por este poder, con frecuencia recibirán tal bautismo que serán instrumento para convertir más almas en un día que en toda su vida anterior. Mientras los cristianos permanezcan lo bastante humildes para retener este poder la obra de la conversión seguirá hasta que comunidades enteras y regiones del país sean convertidas a Cristo. Lo mismo es cierto de los ministros, pero este artículo es ya muy largo. Si se me permite, tengo más que decir sobre este asunto.

 

Traducción por David Camps

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