LA VERDAD DEL EVANGELIO

LA CONVERSIÓN VERDADERA Y FALSA

por Charles G. Finney

 

"He aquí que todos vosotros encendéis fuego, y os rodeáis de teas; andad a la luz de vuestro fuego, y de las teas que encendisteis. De mi mano os vendrá esto; en dolor seréis sepultados" -- Isaías 50:11

Evidentemente, Isaías se estaba dirigiendo a aquellos que profesaban ser religiosos y que se alardeaban de estar en un estado de salvación, pero su esperanza era un fuego encendido por ellos, y las teas fueron creadas por ellos. Esta discusión no sería de utilidad excepto para aquellos que sean honestos en aplicarla a sí mismos. Si lo hacen, puedo llevarlos a descubrir su verdadero estado y, si ahora están engañados, dirigirlos a la senda verdadera de salvación.

El estado natural de los hombres antes de la conversión es egoísmo puro y sin mezcla. No tienen ninguna benevolencia del evangelio. El egoísmo está supremamente considerando la propia de felicidad de uno y buscando el propio bien de uno porque es suyo. Los hombres egoístas ponen su propia felicidad por encima de otros intereses de mayor valor, como la gloria de Dios y el bien del universo. El que los hombres, antes de la conversión, estén en ese estado es evidente por muchas consideraciones.

Cada hombre sabe que todos los otros hombres son egoístas. Todos los tratos de la humanidad son conducidos sobre este principio. Si cualquier hombre pasa por alto esto e intenta tratar con la gente como si no fuera egoísta, se le considerará demente.

La benevolencia es escoger la felicidad de otros. En un estado de conversión, el carácter del hombre se vuelve benevolente o amoroso. Una persona que se convierte es benevolente y no es supremamente egoísta. Esto es el estado mental de Dios.

Se nos dice que Dios es amor. La benevolencia comprende todo su carácter. Todos sus atributos morales son sólo manifestaciones de su benevolencia. Una persona convertida está en este respecto como Dios. No quiero decir que nadie se convierte a menos que sea tan puro y perfectamente benevolente como es Dios, sino que su elección prevaleciente es benevolencia. Sinceramente busca el bien de otros por causa del bien. Por benevolencia desinteresada no quiero decir que una persona que es desinteresada no sienta interés en su objeto de búsqueda. Busca la felicidad de otros por causa de ellos y por promover su propia felicidad.

Dios es puramente benevolente. No hace felices a sus criaturas por causa de promover su propia felicidad, sino porque ama la felicidad de ellos y la elige por causa de ellos. Desde luego, se siente feliz en promover la felicidad de sus criaturas, pero no lo hace por causa de su propia gratificación, El hombre desinteresado se siente feliz en hacer el bien. Si no amara y disfrutara hacer el bien, no habría virtud en él.

La benevolencia es santidad. La ley de Dios requiere que amemos al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente… Amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22: 37, 39). El hombre convertido se rinde a la ley de Dios, y tanto es como Dios, es benevolente. Es la característica conductora de su carácter.

La verdadera conversión es un cambio de un estado de egoísmo supremo a benevolencia. Es un cambio en el fin que se persigue y no un simple cambio de medios para obtener el fin. Es falso que el convertido y el inconverso difieran solo en los medios que utilizan, mientras ambos están apuntando al mismo fin. Gabriel y Satanás no están apuntando a ser felices. El arcángel no obedece a Dios por causa de promover su propia felicidad.

MOTIVO Y ACCIÓN

Un hombre puede cambiar sus medios y aún tener el mismo fin: su propia felicidad. Puede no creer en Jesús o en la eternidad y aún puede ver que hacer el bien será para su provecho en este mundo. Supongan, entonces, que sus ojos son abiertos y ve la realidad de la eternidad. Puede que tome la religión como un medio de felicidad en la eternidad. Ninguna virtud hay en eso. Es el motivo lo que da el carácter al acto y no los medios utilizados.

El convertido verdadero y falso difiere en eso. El verdadero convertido escoge, como el fin a seguir, la gloria de Dios y el bien de su reino. Ve eso como un bien mayor que su propia felicidad. No es indiferente a su propia felicidad, pero prefiere la gloria de Dios porque es un bien mayor. Ve la felicidad de cada individuo según su importancia real en cuanto es capaz de valorarla, y elige el bien mayor como su objeto supremo.

Hay formas en las que los santos verdaderos y la gente engañada concuerdan y formas en las que difieren. Concuerdan en llevar una vida moral. La diferencia está en los motivos. El inconverso usa la moralidad como el medio para llevar a cabo su propia felicidad.

Pueden igualmente ser fervorosos en cuanto a la forma de oración. De nuevo, la diferencia está en los motivos. Al verdadero santo le encanta orar, mientras que el otro ora porque espera obtener algún beneficio para él mismo por la oración. El santo verdadero espera un beneficio de la oración, pero no es el motivo conductor. El otro ora por ningún otro motivo.

Los dos pueden ser igual de celosos en religión. Uno puede ser celoso porque su fervor está de acuerdo al conocimiento, y sinceramente desea y ama promover el cristianismo por su propia causa. El otro puede mostrar el mismo fervor para asegurar su propia salvación o porque tiene de miedo de irse al infierno si no trabaja para el Señor. Quiere acallar su conciencia y no ama el cristianismo por su propia causa.

Pueden ser igualmente responsables en sus deberes&emdash;el verdadero convertido porque ama la obra del Señor y el otro porque no se atreve a descuidarla.

Los dos tienen la misma consideración de lo que es correcto&emdash;el convertido verdadero porque ama lo que es correcto y el otro porque sabe que no puede ser salvo a menos que haga lo correcto. Es honesto en sus actividades comerciales porque es la única forma de asegurar su interés propio. Tiene la reputación de ser honesto, pero no tiene ningún motivo más elevado, no tendrá recompensa de Dios.

Pueden concordar en su deseo, en muchos respectos. Puede concordar en su deseo de servir a Dios. El verdadero convertido sirve a Dios porque ama el servicio de Dios, y la persona engañada sirve a Dios por la recompensa, como el siervo contratado sirve a su amo.

El verdadero santo desea la conversión de las almas porque glorificará a Dios. La persona engañada desea el favor de Dios para ganancia personal. Será motivado en eso así como es para dar dinero. Una persona puede dar dinero a la sociedad bíblica o misionera por motivos egoístas. También puede desear y trabajar para la conversión del mundo por puros motivos egoístas.

SANTIDAD Y EGOÍSMO

El convertido verdadero y falso puede desear arrepentirse. El convertido verdadero aborrece el pecado porque deshonra a Dios. El otro desea arrepentirse porque sabe que si no lo hace será condenado.

Pueden concordar no sólo en los deseos, sino en las resoluciones. Ambos resuelven rendir el pecado, obedecer a Dios y testificar para el Reino. Pueden ambos resolverlo con gran fuerza y propósito, pero con motivos distintos.

Los planes pueden ser similares. Pueden ambos planear glorificar a Dios, convertir a los hombres, extender el Reino de Cristo. El verdadero santo trabaja por amor a Dios y la santidad, y el convertido falso trabaja por causa de asegurar su propia felicidad. Uno la escoge como fin, mientras que el otro la escoge como un medio para promover un fin egoísta.

Ambos pueden planear ser verdaderamente santos&emdash;el santo verdadero porque ama la santidad y la persona engañada porque sabe que no puede ser feliz de otro modo.

Pueden ambos amar la Biblia. El verdadero santo la ama porque es la verdad de Dios y se deleita en ella. El otro la lee y la aplica a sus esperanzas egocéntricas.

El verdadero santo ama a Dios porque ve el carácter de Dios que es supremamente amoroso y excelente en sí mismo. El otro cree que Dios es su amigo particular y va a hacerlo feliz por siempre. Conecta la idea de Dios con sus propios intereses.

Ambos pueden amar a los cristianos. El verdadero convertido ve en ellos la imagen de Cristo. La persona engañada los ama porque pertenecen a su propia denominación o porque ellos están de su lado.

Pueden concordar también en odiar las mismas cosas. Ambos pueden odiar la infidelidad y oponerse a ella enérgicamente&emdash;el verdadero santo porque se opone a Dios y la santidad y la persona engañada porque daña sus propios intereses.

El verdadero convertido odia el pecado porque es odioso a Dios y la persona engañada lo odia porque es dañino a él mismo. Muchos individuos han odiado sus propios pecados y sin embargo no los dejan. Con frecuencia el borracho ve lo que una vez fue y aborrece el alcohol porque lo ha arruinado. Y aún sigue bebiendo, aunque cuando ve los efectos sienta indignación.

AMOR DE SANTOS Y PECADORES

El verdadero santo se opone bondadosamente a los pecadores y aborrece cualquier carácter o conducta calculada para derrocar el Reino de Dios. El convertido falso se opone a los pecadores porque contradice su religión.

Los dos se pueden regocijar en la conversión de las almas&emdash;el verdadero convertido porque tiene su corazón puesto en ella y la ama él por su propia causa. La persona engañada la ama porque piensa que tiene una preocupación progresiva.

El convertido verdadero y falso puede lamentarse por la falta de fervor en la Iglesia. El verdadero convertido está angustiado porque Dios es deshonrado y la persona engañada se lamenta porque su alma no es feliz.

El convertido verdadero disfruta la conversión espiritual, pero la persona engañada espera sacar ventaja de la compañía de los santos. El primero la disfruta porque de la abundancia del corazón habla la boca. Al otro le encanta hablar del gran interés que siente en la religión y la esperanza que tiene de ir al cielo.

El verdadero santo se deleita en el culto, la oración y el escuchar la palabra de Dios, y el estar en comunión con Dios y sus santos. El otro cree que una reunión religiosa apoya sus esperanzas especiales. Puede tener cientos de razones para amar las reuniones, pero no porque ame el culto en sí.

Mientras que ambos pueden encontrar placer en la oración, el verdadero santo se acerca a Dios y halla deleite en la comunión con él. Ninguna vergüenza lo mantiene fuera de ir directo a Dios. La persona engañada encuentra satisfacción en ella porque es su deber orar en secreto, y siente una satisfacción santurrona al hacerlo. Puede sentir cierto placer en eso, de un tipo de entusiasmo de la mente que confunde por comunión con Dios.

Ambos pueden amar la ley de Dios. Al santo verdadero le encanta porque es excelente, santa, justa y buena. El otro cree que le hará feliz si la ama.

Aunque cada uno pueda estar de acuerdo con el castigo de la ley, sólo el santo de verdad lo acepta porque siente que es justo que Dios lo envíe al infierno. La persona engañada cree que no está en peligro. Siente un respeto por ella porque sabe que es correcta, y su conciencia la aprueba, pero nunca la aceptará para su caso.

Pueden ser igualmente dadivosos para las organizaciones de caridad. Los dos pueden dar las mismas sumas de dinero para una causa digna, pero por motivos diferentes. Uno estaría tan dispuesto para dar si supiera que nadie más da. El otro da para tener crédito de eso, para acallar su conciencia, o porque espera comprar el favor de Dios.

Pueden igualmente negarse a sí mismos en muchas cosas. La negación de uno mismo no está confinada a los verdaderos santos. Vean los sacrificios de los musulmanes en sus peregrinaciones a la Meca. Vean a los papistas pasando descalzos por piedras puntiagudas hasta sangrar, pero sabemos que eso no es cristianismo. El verdadero santo se niega a sí mismo por causa de hacer más bien a otros. Está más dispuesto en eso que su propia indulgencia o su propio interés. La persona engañada puede pasar por lo mismo, pero por motivos puramente egoístas.

Ambos pueden estar dispuestos a sufrir martirio. Lean las vidas de los mártires, y no tendrán duda que algunos estaban dispuestos a sufrir por una idea equivocada de las recompensas del martirio. Buscaron su propia destrucción porque pensaban que era el camino seguro para la vida eterna.

En todos estos casos, los motivos de una clase contradice la otra. La diferencia yace en la elección de fines diferentes. Uno escoge el interés de Dios. Para que una persona pretenda que estas dos clases busquen el mismo fin es decir que un pecador impenitente es tan desinteresado como un cristiano de verdad.

¿QUIÉN SOY YO?

Si estas dos clases son tan parecidas, entonces ¿cómo sabemos nuestro carácter verdadero? Sabemos que el corazón es engañoso por encima de todas las cosas y desesperadamente perverso. ¿Cómo sabemos si estamos buscando el favor de Dios para nuestro propio beneficio?

Si verdaderamente estamos buscando benevolencia y santidad, aparecerá en nuestras actividades diarias. Si el egoísmo gobierna nuestra conducta ahí, tan seguro como Dios reina, somos verdaderamente egoístas. Si somos egoístas con los hombres, entonces somos egoístas con Dios. "Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?" (1 Juan 4:20).

El cristianismo no es meramente amar a Dios, sino también al hombre. Si nuestras actividades diarias nos muestran ser egoístas, somos inconversos. De otro modo, la benevolencia no es esencial para la fe, y un hombre puede ser cristiano sin amar a su prójimo como a sí mismo.

Si son desinteresados, los deberes cristianos no serán una tarea para ustedes. No trabajarán como si fuera una molestia. El convertido falso no trabajaría si no tuviera que hacerlo. Es una tarea, y si toma algún placer en ella, es por sus resultados anticipados&emdash;el apoyo o consuelo de su familia o el aumento de sus posesiones.

Ésta es la actitud que algunas personas tienen tocante al cristianismo. Actúan como un enfermo que toma medicina. Desean sus efectos, y saben que deben tomarla o morirán. Nunca lo harían por causa de la medicina. Supongan que a los hombres les encanta trabajar como a un niño le encanta jugar. Lo harían todo el día sin ningún otro incentivo que el placer. Cuando el cristianismo es amado por su propia causa, no existe ninguna preocupación.

Si hay un tiempo de frialdad general en la iglesia, los convertidos reales aún disfrutarán su propia relación con Dios, pero se encontrarán a las personas engañadas invariablemente abrazando al mundo. Entonces, cuando los santos verdaderos se levantan y gritan sobre su gozo para que el cristianismo empiece a revivir, el engañado pronto se apresurará y aparecerá incluso más celoso que los santos verdaderos. Es impulsado por convicciones y no afectos. Cuando no hay interés público, no siente compunción, pero cuando la iglesia despierta, es obligado a agitarse para mantener su conciencia callada. Esto es solamente egoísmo en otra forma.

Si ustedes son egoístas, su gozo dependerá principalmente de la fuerza de sus esperanzas del cielo y no de sus afectos. Sus disfrutes no están en los usos del cristianismo, sino en un tipo vastamente distinto del santo verdadero. Casi son mayormente por anticipar. Cuando se sienten muy seguros de ir al cielo, entonces disfrutan su fe. Depende de su esperanza y no de su amor.

La gente dice no tener disfrute en la religión cuando pierden sus esperanzas. La razón es simple. Si amaran el cristianismo por su propia causa, su disfrute no dependería de su esperanza. Una persona que ama su trabajo es feliz en cualquier parte. Y si amaran los usos del cristianismos, serían felices si Dios los pusiera en el infierno a condición de que les dejara trabajar para él ahí.

Desde luego, los verdaderos santos disfrutan su esperanza, pero piensan poco en ella. Al contrario, la persona engañada está consciente de que no disfruta sus deberes. Sólo los disfruta como un hombre que piensa que por el trabajo arduo tendrá gran riqueza.

El santo verdadero disfruta la paz de Dios porque el cielo ha empezado ya en su alma. No sólo tiene el prospecto de eso, sino la vida eterna ha de hecho empezado en él. Tiene esa fe que es la misma sustancia de las cosas que se esperan (Véase Hebreos 11:1). Sabe que el cielo ha empezado en él y que no está obligado a esperar hasta que muera para probar los gozos de la vida eterna. Su disfrute es en proporción a su santidad y no en proporción a su esperanza.

LA OBEDIENCIA DE AMOR

Otra forma de ver si son egoístas en la religión es ésta: la persona engañada tiene solamente un propósito mientras el santo de verdad tiene una preferencia de obediencia. Esto es una distinción importante, y me temo que pocos la hacen. Multitudes tienen un propósito de obediencia, pero no tienen preferencia verdadera de obediencia. La preferencia es la elección u obediencia reales de corazón. Los individuos hablan del propósito de obedecer, pero fallan en hacerlo, y les dirán cuán difícil es ejecutarlo.

Por otro lado, los verdaderos santos prefieren y eligen la obediencia. Aquél tiene el propósito de obedecer, como el que tenía Pablo. Antes que Pablo se convirtiera, tenía un fuerte propósito de obediencia, pero no obedeció porque su corazón no estaba en él. (Véase Romanos 7). El convertido falso se propone ser santo porque sabe que es la única forma de ser feliz. El verdadero santo elige la santidad por su propia causa y es santo.

El convertido de verdad y la persona engañada también difieren en su fe. El primero tiene confianza en el carácter de Dios que lo lleva a la sumisión completa a Dios. La confianza en las promesas del Señor depende de conocer el carácter de Dios.

Gobiernos, humanos o divinos, son obedecidos sobre dos principios solamente: temor y confianza. No importa si es el gobierno de una familia, un barco, una nación o un universo. Toda obediencia proviene de uno de estos dos principios.

En un caso, los individuos obedecen por la esperanza de recompensa y temor al castigo. En el otro, obedecen por la confianza en el carácter del gobierno que obra por amor. Un hijo obedece a sus papás por confianza. Su fe obra por amor. El otro rinde una obediencia externa por esperanza y temor. El verdadero convertido tiene fe para obedecer a Dios porque ama a Dios. Esto la obediencia de la fe.

El otro tiene sólo fe parcial y sumisión parcial. El diablo tiene fe parcial. Cree y tiembla (Véase Santiago 2:19). Una persona puede creer que Cristo vino a salvar a los pecadores y rendirse a él para ser salvo, pero ¿acaso se rinde al gobierno de Dios? ¡No! Su sumisión es sólo con la condición de que sea salvo. Nunca es con aquella confianza sin reservas en el carácter completo de Dios que lo lleva a decir: "Hágase tu voluntad".

Se rinde sólo a la salvación. Su religión es la religión de ley. El otro es evangelio de fe. Uno es egoísta y el otro benevolente. Aquí yace la diferencia verdadera entre las dos clases: Una es externa e hipócrita, y la otra es del corazón, santa y aceptable a Dios.

Si son egoístas, se regocijarán en la conversión de pecadores sólo cuando tengan parte en ella. Tendrán muy poca satisfacción cuando alguien más se involucre. La persona egoísta se regocija cuando está activa y es exitosa en convertir pecadores porque cree que tendrá una gran recompensa, pero en vez de deleitarse en ella cuando es hecha por otros, le dará envidia.

El verdadero santo sinceramente se deleita y se goza cuando los pecadores se convierten por otros tanto como si hubiera sido por él mismo. Algunos toman interés en vez de hacer que los pecadores permanezcan inconversos que ser salvados mediante un evangelista o ministro de otra denominación. El espíritu de verdad de un hijo de Dios dice: "Envía, Señor, a quien quieras&emdash;sólo deja que las almas sean salvas y tu nombre sea glorificado".

VIVIR PARA GLORIFICAR A DIOS

Consideren su propia felicidad según su valor. Pónganla junto a la gloria de Dios y el bien del universo, y entonces denle el valor que merece. Esto es precisamente lo que Dios hace, y esto es lo que quiere decir cuando ordena amar al prójimo como a uno mismo.

Promoverán de hecho su propia felicidad al grado que la dejen ustedes fuera de la vista. Su felicidad consiste principalmente en la gratificación de deseos virtuosos. Puede haber placer en gratificar los deseos que son egoístas, pero no es felicidad real, y para que sean virtuosos, sus deseos tienen que ser desinteresados.

Supongan a un hombre que se encuentra con un mendigo&emdash;con frío y hambre, y listo para perecer. Los sentimientos del hombre son tocados y va a una tienda a comprarle pan al mendigo. De inmediato, el rostro del mendigo se ilumina con gratitud inexpresable. La gratificación del hombre en el acto está en proporción exacta a sus motivos. Si lo hizo solo por amor, su gratificación es completa en el acto en sí, pero si lo hizo en parte para dar a conocer que es una persona caritativa y humana, entonces su felicidad no es completa hasta que su obra sea conocida por otros.

Imaginen a un pecador en sus pecados. Es muy perverso y desgraciado. La compasión de ustedes es movida y lo llevan a Jesús. Si su motivo era obtener el honor entre los hombres y asegurar el favor de Dios, no son completamente felices hasta que la acción se conozca, pero si desearon puramente salvar al alma de la muerte, entonces como lo ven hecho, su gratificación es completa.

Si apuntan a hacer el bien por su propia causa, entonces serán felices al grado que hacen el bien, pero si hacen el bien para asegurar su propia felicidad, fracasarán. Serán como un niño en busca de su propia sombra: nunca la puede rebasar porque va adelante de él.

Supongan el caso mencionado, no tienen deseo de ayudar al mendigo, pero simplemente quieren el aplauso de cierta persona. No sienten placer para nada en ayudar al mendigo hasta que el individuo oye al respecto y lo celebra&emdash;entonces ustedes son gratificados, pero no lo son en aquello en sí. O supongan que apuntan a la conversión de los pecadores. Si no es por amor a los pecadores que los lleva a hacerlo, ¿cómo puede la conversión de los pecadores hacerlos feliz? La verdad es que Dios ha hecho al hombre para que busque la felicidad de otros o no puede ser feliz.

Ésta es la razón de verdad por la que fallan los hombres que buscan su propia felicidad y no la de otros. Es siempre justo ante ellos. Si dejaran de buscar su propia felicidad y trabajaran para hacer el bien, serían felices.

LA FELICIDAD A TRAVÉS DE LA SANTIDAD

Cristo menospreció el oprobio, soportó la cruz, consideró el gozo puesto delante de él, pero ¿cuál fue el gozo puesto delante de él? No fue su propia salvación o felicidad, sino el gran bien que haría en la salvación del mundo. Él fue perfectamente feliz en sí mismo. La felicidad de otros fue su meta. Éste fue el gozo puesto delante de él y lo obtuvo.

Donde dice: "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero" (1 Juan 4:19), el lenguaje plenamente sugiere dos interpretaciones: que el amor a nosotros ha provisto la forma para nuestro retorno y la influencia que nos llevó amarlo, o que lo amamos por su favor mostrado a nosotros. El primero no es el significado porque Jesucristo plenamente refutó el principio en su Sermón del Monte. "Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?" (Mateo 5:46). Si amamos a Dios, no por su carácter, sino por sus favores a nosotros, Jesucristo nos llamaría réprobos.

La Biblia habla de la felicidad como resultado de la virtud, pero ésta no es la búsqueda de la propia felicidad de uno. Si una persona desea el bien a otros, será feliz al grado que gratifique ese deseo.

Dios ama a otros. Él desea la felicidad de cada uno y para ser como él, debemos apuntar y deleitarnos en su felicidad y gloria y el honor y la gloria del universo.

Dios nos requiere arrepentimiento verdadero&emdash;esto es, dejar el pecado porque es odioso en sí mismo. No es arrepentimiento verdadero dejar el pecado con la condición del perdón o decir: "Si me perdonas, me disculparé por mis pecados". El arrepentimiento de verdad requiere fe de verdad y sumisión de verdad, no fe condicional o sumisión parcial. Esto es lo que la Biblia insiste.

Mucha gente tiene diferentes posturas de la naturaleza del evangelio. Algunos lo ven como un asunto de acomodamiento para la humanidad en el cual Dios se ha vuelto menos estricto a como era bajo la ley. Esto les permite ser mundanos o modernos, y el evangelio llegará y reparará las deficiencias y los salvará. La otra clase ve el evangelio como una provisión de benevolencia divina para destruir el pecado y promover la santidad. Su todo consiste en su poder para hacerlos santos.

Por esta discusión, podemos ver por qué algunas personas están mucho más ansiosas para convertir pecadores que ver a la Iglesia santificada y a Dios glorificado por las buenas obras de su pueblo. Muchos sienten una simpatía natural por los pecadores y desean haberlos salvado del infierno. Si eso es obtenido, no tienen más preocupación, pero los santos verdaderos son afectados por el pecado porque deshonra a Dios, y se angustian más por ver a cristianos pecar porque deshonra más a Dios.

Algunos no parece importarles cómo la gente de la Iglesia vive si pueden sólo ver la obra de la conversión. No están ansiosos de tener a Dios honrado. Muestra que no son motivados por el amor de la santidad, sino por mera compasión por los pecadores.

 

 

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