LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 5

La Unidad de la Acción Moral

 

¿Puede ser parcial la obediencia a la ley moral?

1. ¿Qué constituye obediencia a la ley moral?

Hemos visto en las lecciones anteriores que benevolencia desinteresada es todo lo que necesita el espíritu de la ley; es decir, que el amor requerido para Dios y el prójimo sea buena disposición, disposición al bien supremo o al bienestar de Dios y de ser en general, como un fin, o por su propia causa, que esta disposición es una consagración a este fin de todos los poderes en tanto estén bajo el control de la voluntad. Consagración entera a este fin debe por supuesto constituir la obediencia a la ley moral. La siguiente pregunta es: ¿puede la consagración a este fin ser real y a la vez parcial en el sentido de que no sea completa por el momento? Esto nos lleva a la segunda proposición:

2. Que la obediencia no puede ser parcial en el sentido de que el sujeto obedezca o pueda obedecer en parte y desobedecer en parte al mismo tiempo.

La consagración para que sea real debe ser por el momento competa y universal. Se verá que esta discusión se refiere a la simplicidad de la acción moral ya sea que las elecciones de la voluntad, que tienen cualquier grado de conformidad a la ley moral, están siempre, necesaria y totalmente en concordancia con la consagración o totalmente no conformadas. Hay dos distintas vertientes a esta indagación:

(1.) ¿Puede la voluntad al mismo tiempo tomar elecciones opuestas? ¿Puede elegir el bien supremo de ser como fin soberano y al mismo tiempo elegir otro fin soberano, o tomar decisiones inconsistentes con la elección soberana?

(2.) La segunda vertiente de esta indagación se refiere a la fortaleza o a la intensidad de la elección. Supongamos que pueda existir sólo una elección soberana al mismo tiempo, ¿no puede esa elección ser menos eficiente e intensa de lo que debería ser? Pongamos estas dos preguntas en orden.

(1.) ¿Puede la voluntad al mismo tiempo elegir lo opuesto y discrepar con los fines soberanos? Mientras un fin soberano se elige, ¿puede la voluntad elegir algo inconsistente con ese fin? En respuesta a la primera vertiente observo…

(a) que la elección de un fin soberano es y debe ser la preferencia suprema de la mente. El pecado es la preferencia suprema de la autocomplacencia. La santidad es la preferencia suprema del bienestar. ¿Pueden las dos preferencias supremas coexistir en la misma mente? Es imposible hacer elecciones opuestas al mismo tiempo, es decir, elegir fines opuestos, contradictorios y soberanos.

(b) Toda elección inteligente, como se ha mostrado anteriormente, respeta los fines o los medios. La elección es sinónimo de intención. Si hay una elección o intención, necesariamente algo debe ser elegido o debe tener la intención. Este algo debe ser elegido por su propia causa, o como un fin, o por la causa de algo más lo cual sostiene la relación de un medio. Negar esto es negar que la elección sea inteligente pero hablamos de elección inteligente o la elección de un agente moral.

(c) Esto nos lleva a la conclusión inevitable: que ninguna elección puede ser hecha de manera inconsistente con la elección presente de un fin soberano. La mente no puede elegir un fin soberano y elegir al mismo tiempo otro fin soberano, pero si esto no puede ser, es claro que no se puede elegir un fin soberano y al mismo tiempo, mientras en el ejercicio de la elección, signifique asegurar algún otro fin soberano, que otro fin no sea elegido. Pero si toda la elección debe respetar necesariamente los fines o los medios, y si la mente puede elegir más que un sólo fin soberano a la vez, se deduce que mientras en el ejercicio de una elección, o mientras en la elección de un fin soberano, la mente no puede elegir por el momento cualquier cosa inconsistente con esa elección. La mente en la elección de un fin soberano se encierra en la necesidad de querer los medios para lograr ese fin, y antes de que pueda querer los medios para asegurar algún otro fin soberano, debe cambiar la elección de un fin. Si, por ejemplo, el alma elige el bienestar supremo de Dios y del universo como fin soberano no puede, mientras siga eligiendo ese fin, usar o elegir medios para llevar a cabo otro fin. No puede elegir, mientras la elección continúe en autocomplacencia, u otra cosa como fin soberano, ni puede aplicar cualquier volición para ser inconsistente con ese fin. No puede aplicar ninguna volición no inteligente que no esté diseñada para asegurar ese fin. La única elección posible e inconsistente con este fin es la elección de otro fin soberano. Cuando se hace, otros medios pueden utilizarse o ser elegidos pero no antes. Es claro entonces que la obediencia a la ley moral no puede ser parcial en el sentido de que ya sea que la mente pueda elegir dos fines soberanos opuestos al mismo tiempo, o que pueda elegir un fin soberano y al mismo tiempo usar o escoger medios para asegurar cualquier otro fin soberano. "No puedes servir a Dios y al dinero." No se puede querer el bien de ser como fin soberano y al mismo tiempo querer la autocomplacencia como un fin soberano. En otras palabras, no se puede ser egoísta y benevolente al mismo tiempo. No se puede elegir como fin soberano de ser y al mismo tiempo elegir gratificar al yo como un fin soberano. Hasta que la autocomplacencia se elija como un fin, la mente no puede querer los medios de gratificación de uno mismo. Esto dispone de la primera vertiente de la indagación.

(2) La segunda vertiente de la indagación tiene que ver con la fuerza o la intensidad de la elección. ¿Puede la elección de un fin no ser real y sin embargo tener menor fuerza o intensidad requeridas? Esto se contesta con lo siguiente: ¿Puede honestamente la mente querer o elegir un fin soberano, y sin embargo no elegirlo con toda la fuerza o intensidad que se requiere o con la que debe elegirse? Ahora bien, ¿qué grado de fuerza se demanda? ¿Con qué criterio se establece la pregunta? No puede ser que el grado de certeza requerido sea igual al valor real del fin escogido porque éste es infinito. El valor del bienestar supremo de Dios y del universo es infinito, pero un ser finito no puede estar bajo obligación de ejercer fuerza infinita. La ley le requiere a él sólo ejercer su propia fuerza, pero ¿escoge o no puede escoger el fin correcto con menos que toda su fuerza? Toda su fuerza yace en su voluntad. La pregunta por tanto es: ¿puede no quererla honestamente, y al mismo tiempo retener una parte de la fuerza de su voluntad? Nadie puede suponer que la elección pueda ser aceptable si no es honesta. ¿Puede ser honesta y ser menos intensa y energética de lo que debiera ser?

Hemos visto en el estudio anterior que la percepción de un fin es una condición de la obligación moral para escoger ese fin. Ahora observo que como la luz con respecto al fin es la condición de la obligación, así el grado de la obligación no puede exceder el límite de luz. Es decir, la mente debe aprehender lo valioso como una condición de la obligación para quererlo. El grado de obligación debe ser igual al estimado honesto de la mente del valor del fin. El grado de obligación debe variar como la luz varía. Ésta es la doctrina de la Biblia y de la razón. Si esto es así, se deduce que la mente es honesta cuando, y sólo cuando, dedica su fuerza al fin a la vista con una intensidad sólo proporcional a su luz presente, o al estimado del valor de ese fin.

Hemos visto que la mente no puede querer nada inconsistente con una elección soberana presente. Si, por tanto, el fin no es elegido con la energía y la intensidad iguales a la luz presente, no puede ser porque una parte de la fuerza se emplearía en alguna otra elección. Si toda la fuerza no es dada a este objeto, debe ser porque alguna parte del objeto está retenido voluntariamente. Es decir, escojo el fin pero no con toda mi fuerza, o escojo el fin pero escojo no elegirlo con toda mi fuerza. ¿Es esto una elección honesta siempre y cuando el fin me parezca digno de mi fuerza? Ciertamente no es honesta.

Pero de nuevo: es absurdo afirmar que elijo un fin soberano y no me consagro a ese fin con toda mi fuerza. La elección de cualquier fin soberano implica que eso es lo único por lo cual vivimos y actuamos, aquella meta a la que aspiramos y no vivimos por otra cosa por el momento. Ahora lo que se propone por la afirmación de que ¿puedo honestamente elegir un fin soberano con menor fuerza o intensidad de la que debiera? ¿Se intenta que pueda honestamente elegir un fin soberano y no mantener mi voluntad en tensión y querer a cada momento con intensidad muy posible? Si esto es el significado, admito que puede ser. Pero al mismo tiempo contiendo que la ley de Dios no requiere que la voluntad, o cualquier otra facultad, debiera estar a cada momento en tensión máxima y toda la fuerza debiera ser ejercitada a cada momento. Si es así, se declararía que incluso Cristo no la obedeció. Insisto que la ley moral nada más requiere la honestidad de la intención y supone que la honestidad de la intención asegurará y deberá asegurar sólo ese grado de intensidad que de vez en vez la mente en su mejor juicio ve que se demande. La Biblia en todos lados da por sentado que la sinceridad o la honestidad de la intención es perfección moral, es decir, obediencia a la ley. Los términos sinceridad y perfección en el lenguaje de la escritura son sinónimos. Rectitud, sinceridad, santidad, honestidad, perfección son palabras del mismo significado en el lenguaje de la Biblia.

De nuevo, parece ser intuitivamente cierto que si la mente escoge su fin soberano debe en cada acto de elección consagrar todo su tiempo, fuerza y ser a ese fin y, mientras la elección permanezca, a cada momento elegir y actuar con una intensidad en conformidad precisa con su habilidad y lo mejor que se tenga. La intensidad de la elección y la tenacidad de sus esfuerzos para asegurar el fin escogido deben corresponder a la opinión que el alma tiene de la importancia del fin elegido si la intención es sincera. No parece ser posible que la elección o intención deba ser real y honesta a menos que fuera así. Querer a cada momento con toda la fuerza e intensidad no sólo es imposible, pero si fuera posible hacerlo, no podría estar en concordancia con las convicciones del deber del alma. El juicio irresistible de la mente es que la intensidad de su acción no deba exceder el límite de la entereza, que las energías del cuerpo y del alma deban ser tan prudentemente utilizadas como para poder lograr el bien supremo sobre el todo y no en dado momento.

Pero para volver a la pregunta: ¿requiere la ley de Dios simplemente rectitud de intención, o requiere no solamente de rectitud, sino también un cierto grado de intensidad en la intención? ¿Está satisfecha con la simple sinceridad o la rectitud de la intención, o requiere que la más alta intensidad de elección posible exista a cada momento? Cuando se requiere que amemos a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con la fuerza, ¿quiere decir que todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza deben consagrarse a este fin y agotarlo a cada momento, a cada hora según el mejor juicio que la mente pueda formar de la necesidad y conveniencia del esfuerzo tenaz, o significa que todas las facultades del alma y cuerpo están a cada momento en tensión máxima? ¿Significa que todo el ser va a ser consagrado y agotado para Dios con la mejor economía de la que es capaz el alma, o requiere que todo el ser no sólo se consagre a Dios, sino también sea agotado sin ninguna consideración por la economía y sin el ejercicio de ningún juicio del alma o discreción en el caso? En otras palabras, ¿es la ley de Dios la ley de la razón o de la locura? ¿Es inteligible y justa en sus demandas, o es perfectamente inteligible e injusta? ¿Es una ley apta para la naturaleza, las relaciones y circunstancias de los agentes morales, o no tiene consideración de ellos? Si no tiene consideración de ninguno, ¿puede ser ley moral e imponer obligación moral? Me parece que la ley de Dios requiere que todo nuestro poder, fuerza y ser estén honesta y continuamente consagrados a Dios, no que esté sostenida en un estado de absoluta tensión, sino que la fuerza se consuma y se utilice en concordancia exacta con el juicio honesto de la mente de lo que es en cada momento la mejor economía para Dios. Si esto no es el significado y el espíritu de la ley, pues tampoco puede ser inteligible ni justo. Nada más puede ser una ley de la naturaleza. ¿Qué? ¿Requiere o puede requerir el mandamiento "amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas" que cada partícula de mi fuerza, y cada facultad de mi ser, esté en un estado de tensión posible? ¿Cuánto tiempo podría aguantar mi fuerza o durar mi ser, bajo tal presión como esa? ¿Qué razón, o justicia, o utilidad, o equidad, o sabiduría, podría haber en un mandamiento como ese? ¿Sería esto apto para mi naturaleza y relaciones? Argumentaré las siguientes razones a favor de que la ley no necesita de la constante y la más intensa acción de la voluntad:

1. Ninguna criatura en el cielo o en la tierra podría saber si por un solo momento la obedeció. ¿Cómo podría saber que no podría soportar más tensión?

2. Tal requerimiento sería irracional en tanto que tal estado de la mente sería insoportable.

3. Tal estado de tensión y presión constantes de las facultades no podría ser de utilidad.

4. No sería económico. Más bien podría ser efectuado por la prudente utilización de la fuerza.

5. Cristo ciertamente obedeció la ley moral y nada es más evidente el que sus facultades no siempre estuvieron en tensión.

Todos saben que la intensidad de la acción de la voluntad depende, y debe depender, de la claridad con lo que se percibe el valor del objeto elegido. Es totalmente absurdo suponer que la voluntad deba o pueda actuar en todo tiempo con el mismo grado de intensidad. En tanto las aprehensiones de la verdad varíen, la intensidad de la acción de la voluntad debe variar, o no actuará racionalmente, y como consecuencia, no actuará virtuosamente. La intensidad de las acciones de la voluntad debe variar como varía la luz, y si no varía, la mente no es honesta. Si es honesta, debe variar como varían la luz y la habilidad.

Argumento yo el que una intención no pueda ser correcta y honesta en tipo y deficiente en grado de intensidad:

1. Por el hecho de que es absurdo hablar de una intención correcta en tipo mientras es deficiente en intensidad. ¿Qué significa en tipo? ¿Significa simplemente que la intención termina en el objeto propio? Pero, ¿es esto el tipo correcto de intención cuando sólo el objeto propio es escogido mientras hay una retención voluntaria de energía requerida de elección? ¿Es, o puede ser, esto una intención honesta? Si así fuera, ¿qué significa una intención honesta? ¿Es honesta, puede ser honesta para retener voluntariamente de Dios y del universo lo que percibimos ser su merecimiento y de lo que estamos conscientes de que podemos hacer? Es una contradicción llamar esto honesto. ¿En qué sentido puede una intención ser aceptable en tipo mientras es deficiente en grado? Ciertamente en ningún sentido a menos que la deshonestidad conocida y voluntaria pueda ser aceptable. Pero de nuevo, me pregunto ¿qué se intenta por una intención que es deficiente en grado de intensidad? Si esta deficiencia es una deficiencia pecaminosa, debe ser una deficiencia conocida. Es decir, el sujeto de esta deficiencia debe saber al momento de que esta intención está en el punto de intensidad menor a lo que debe ser o lo que quiere con menos energía de lo que debe, o en otras palabras, que la energía de la elección no equivale, o no está de acuerdo, a su propio estimado de valor del fin escogido. Pero esto implica un absurdo. Supongamos que yo escojo un fin, es decir, escojo una sola cosa debido a su propio valor intrínseco. Es por su valor que la escojo. La escojo por su valor pero no de acuerdo con su valor. Mi percepción de su valor me lleva a escogerla, y sin embargo mientras la escojo por esa razón, voluntariamente retengo ese grado de intensidad que sé que es demandado por su propio estimado de valor de la cosa que escojo. Esto es absurdo y contradictorio. Si escojo una cosa por su valor, esto implica que la escojo según mi estimado de su valor. La felicidad, por ejemplo, es un bien en sí misma. Ahora supongamos que quiero su existencia imparcialmente, es decir, solamente por su valor intrínseco, pues bien ¿no implica que cada grado de felicidad deba quererse según su valor real o relativo? ¿Puedo quererlo imparcialmente por su propia causa y sólo por su valor intrínseco y sin embargo no preferir de una mayor a menor cantidad de felicidad? Es imposible. Quererlo debido a su valor intrínseco implica quererlo según el estimado que tengo de de su valor intrínseco. Así, debe ser que una intención no puede ser sincera, honesta y aceptable en tipo mientras sea pecaminosamente deficiente en grado.

Como la santidad consiste en la intención soberana, también el pecado. Y como la santidad consiste en elegir el bien supremo de Dios y el bien supremo del universo, por su propia causa, o como el fin supremo soberano de búsqueda; también el pecado consiste en querer, con una elección o intención supremas, la complacencia de uno mismo e interés personal. Es egoísmo el preferir menos que un bien mayor porque es nuestro propio bien. Todo egoísmo consiste en una intención suprema y soberana. Por una intención soberana, he dicho, se intenta aquello que es escogido por su propia causa como un fin, y no como un medio para algún otro fin. Cuando un ser moral prefiere o escoge su propia gratificación, o su propio interés, en preferencia a un bien más alto porque es el suyo, lo escoge como un fin por su propia causa, y como un fin soberano, no lo diseña como un medio para promover algún otro bien más elevado, ni porque sea una parte del bien universal. Cada pecado entonces consiste en un acto de voluntad. Consiste en preferir la autocomplacencia o el interés propio a la autoridad de Dios, la gloria de Dios, y el bien del universo. Es, por tanto, y debe ser, una elección o una intención supremas y soberanas. El pecado y la santidad entonces consisten en elecciones o intenciones supremas, soberanas y opuestas y no pueden coexistir.

Se pueden hacer 5 supuestos y, hasta ahora como lo veo, sólo cinco con respecto a este tema.

1. Se puede suponer que el egoísmo y la benevolencia pueden coexistir en la misma mente.

2. Se puede suponer que el mismo acto o elección puede tener un carácter complejo debido a la complejidad en los motivos que lo inducen.

3. Se puede suponer que un acto o una elección puede ser correcto o santo en tipo pero deficiente en intensidad o grado, o…

4. Que la voluntad o el corazón pueda ser correcto, mientras los afectos o emociones son incorrectos.

5. Que pueda haber una preferencia santa o intención latente, de hecho existente y reinante que coexista con voliciones opuestas.

Ahora, a menos de que uno de estos supuestos sea verdadero, debe deducirse que el carácter moral es totalmente correcto o totalmente incorrecto, y nunca parcialmente correcto y parcialmente incorrecto al mismo tiempo. Vamos al análisis:

1. Se puede suponer que el egoísmo y la benevolencia pueden coexistir en la misma mente.

Se ha mostrado que el egoísmo y la benevolencia son elecciones o intenciones supremas, soberanas y opuestas. Por tanto, no pueden coexistir en la misma mente.

2. La siguiente suposición es que el mismo acto o elección puedan tener un carácter complejo debido a la complejidad en los motivos. Al respecto digo que…

(1) Los motivos son objetivos o subjetivos. Un motivo objetivo es aquello externo a la mente que induce elección o intención. Un motivo subjetivo es la intención en sí misma.

(2) El carácter, por tanto, no pertenece al motivo objetivo, o a aquello que la mente escoge, sino que el carácter moral se confina al motivo subjetivo que es sinónimo de la elección o intención. De este modo, decimos que un hombre es juzgado por sus motivos, lo que significa que su carácter es como es su intención. Multitudes de motivos objetivos o consideraciones pueden coincidir directa o indirectamente con su influencia para inducir la elección o la intención, pero la intención o el motivo subjetivo es siempre necesariamente simple e indivisible. En otras palabras, el carácter moral consiste en la elección de un fin soberano, y este fin es elegido por su propia causa, de otro modo no sería un fin soberano. Si el fin elegido es el bien supremo del bienestar de Dios y el bien del universo, si es querer o intentar promover y tratar cada interés en el universo según su valor relativo percibido es una intención o un motivo santo y correcto. Si es algo más, es pecaminoso. Ahora, cual sea la complejidad que pudo haber en las consideraciones que llevaron la forma de este elección o intención, es obvio que la intención debe ser una, simple e indivisible.

(3) Cual sea que haya sido la complejidad en aquellas consideraciones que prepararon el camino para establecerse en esa intención, la mente en una elección virtuosa ha tenido, y puede tener, más que una razón soberana para su elección y que es el valor intrínseco del objeto escogido. El bienestar supremo de Dios y el bien del universo, y cada bien según su valor relativo percibido, debe ser escogido por una sola razón que es el valor intrínseco del bien que es elegido por su propia causa. Si es escogido por cualquier otra razón, la elección no es virtuosa. Es absurdo decir que una cosa es buena y valiosa en sí misma, pero que puede ser correctamente elegida no por eso sino por otra razón, que el bienestar supremo de Dios y la felicidad del universo son un bien infinito en sí mismos, pero no son escogidos por esa razón y por su propia causa, sino por alguna otra razón. La santidad entonces debe consistir en un solo propósito o intención. Debe consistir en la elección suprema y desinteresada, querer o tener la intención del bien de Dios y del universo por su propia causa. En esta intención no puede haber ninguna complejidad. Si la hubiese, no sería santa sino pecaminosa. Es por consiguiente una tontería decir que una, y la misma elección, pueda tener un carácter complejo debido a la complejidad del motivo porque ese motivo en el que consiste el carácter moral es la intención o la elección suprema y soberana. Esta elección o intención debe consistir en la elección de una cosa como un fin y por su propia causa. La suposición, entonces, es totalmente inadmisible de que la misma elección o intención pueda tener un carácter complejo por la complejidad de los motivos.

Si hubiese insistencia en que la intención, o el motivo subjetivo pudiera ser complejo, que varias cosas pudieran incluirse en la intención, y fuera dirigida por la mente, y que pudiera ser, por consiguiente, parcialmente santa y parcialmente pecaminosa, respondo que…

(4) Si por esto quiere decir que varias cosas pueden ser dirigidas o intencionadas por la mente al mismo tiempo, yo pregunto, ¿qué cosas? Es verdad que la elección suprema y desinteresada del bien supremo de ser pueda incluir la intención para usar todos los medios necesarios. También puede incluir la intención para promover cada interés en el universo según su valor relativo percibido. Éstos están propiamente incluidos en una intención, pero esto no implica tal complejidad en el motivo subjetivo como para incluir tanto el pecado como la santidad.

(5) Si por complejidad de intención significa que puede ser parcial y desinteresadamente benévola y parcialmente egoísta, que debe ser parcialmente santa y parcialmente pecaminosa, respondo que esta suposición es absurda. Se ha demostrado que el egoísmo y la benevolencia consisten en elecciones o intenciones supremas, soberanas y opuestas. Suponer entonces que una intención puede ser tanto santa como pecaminosa es suponer que puede incluir dos elecciones o intenciones supremas, soberanas y opuestas al mismo tiempo. En otras palabras, es naturalmente imposible que yo intente suprema y desinteresadamente considerar y promover cada interés en el universo según su valor relativo percibido por su propio bien, y al mismo tiempo pueda supremamente considerar mi propio interés y autocomplacencia, y en algunas cosas tener la intención suprema de promover mis intereses egoístas en oposición a los intereses del universo y los mandamientos de Dios. Una intención soberana entonces puede ser compleja en el sentido de que puede incluir el diseño de promover cada interés percibido según su valor relativo, pero no puede ser compleja en el sentido de que incluya egoísmo y benevolencia, o santidad y pecado.

3. La tercera suposición es que la santidad puede ser correcta o pura en su tipo, pero deficiente en grado. Sobre esto comento…

(1) Hemos visto que el carácter moral consiste en la intención soberana.

(2) La suposición por tanto debe ser que la intención pueda ser correcta o pura en tipo pero deficiente en el grado de su fuerza.

(3) Nuestra intención es ser tratada por la ley de Dios con respecto a su tipo y grado.

(4) La ley de Dios nos requiere querer, o tener la intención de la promoción de cada interés en el universo según su valor relativo percibido por su propio bien; en otras palabras, que todas nuestras cualidades sean suprema y desinteresadamente dedicadas a la gloria de Dios y al bien del universo.

(5) Esto no significa que cualquier facultad se mantenga en tensión en todo momento, o en un estado de tensión máxima pues esto sería inconsistente con la habilidad natural. Se requeriría una imposibilidad natural, por tanto, sería injusto.

(6) No puede significar que en todo momento, y en todos los sujetos, el mismo grado de esfuerzo sea hecho pues la mejor exención del deber no siempre requiere el mismo grado o intensidad de esfuerzo mental o corporal.

(7) La ley no puede, justa o posiblemente, requerir más de lo que todo el ser se consagre a Dios, que plena y honestamente queremos o tenemos la intención de promover cada interés según su valor relativo percibido y según la extensión de nuestra habilidad.

(8) Ahora la fuerza o la intensidad de la intención tiene o debe por necesidad depender en el grado de nuestro conocimiento o luz en relación al objeto de elección. Si nuestra obligación no es ser graduados por la luz que poseemos, entonces se deduciría que debemos estar bajo la obligación de exceder nuestra habilidad natural, lo cual no puede ser.

(9) La importancia con que nos adherimos a objetos de elección, y por consecuencia al grado de fervor e intensidad de la intención, debe depender de la claridad u obscuridad de nuestro punto de vista del valor real o relativo de los objetos de elección.

(10) Nuestra obligación no puede ser medida por las percepciones que Dios tiene de la importancia de aquellos objetos de elección. Es una verdad bien establecida y generalmente aceptada que la luz incrementada aumenta la responsabilidad, o la obligación moral. Ninguna criatura está atada a querer cualquier cosa con intensidad o el grado de fuerza con el que Dios lo quiere por la sencilla razón de que ninguna criatura ve su importancia o valor real como él lo ve. Si nuestra obligación fuera graduada por el conocimiento de Dios del valor real de los objetos, nunca obedeceríamos la ley moral en este mundo o en el venidero, ni podría cualquiera ser cumplir las demandas más que Dios.

El hecho es que la obligación de cada ser moral debe ser graduada por su conocimiento. Si, por consiguiente, su intención es igual a su intensidad por su modo de ver o por el conocimiento del valor real o relativo de objetos distintos, es correcta. Depende de la medida completa de su obligación, y si su propia opinión honesta no va a dar la medida de su obligación, entonces su obligación puede exceder lo que es capaz de saber, lo cual contradice la verdadera naturaleza de la ley moral y es por tanto falso.

Si la honestidad concienzuda de la intención en cuanto al tipo y al grado de intención según el grado de luz poseída no es enteramente la obediencia a la ley moral, entonces no hay ser en el cielo ni en la tierra que pueda saber sobre él mismo para ser completamente obediente, pues todo lo que puede un ser saber sobre el tema es que honestamente quiere o tiene la intención según los dictados de su razón, o el juicio que tiene del valor real o relativo del objeto elegido. Ningún ser moral puede culparse o castigarse a sí mismo por cualquier falta cuando está consciente de intentar o querer o elegir y actuar honestamente según la mejor luz que tenga, pues en este caso obedece la ley como la entiende, y claro que no puede concebirse a sí mismo ser condenado por la ley.

La buena disposición o la intención con respecto a Dios es ser en todo tiempo suprema y con respecto a otros seres estar en proporción al valor relativo de su felicidad como es percibido por la mente. Esto es siempre la intención. Las voliciones, o esfuerzos de la voluntad para promover estos objetos, pueden variar y deben variar indefinidamente en su intensidad en proporción al deber particular al cual por el momento somos llamados.

Pero además, hemos visto que la virtud consiste en querer el bien según su valor relativo percibido y que nada menos que esto es virtud. Pero ésta es virtud perfecta por ahora. En otras palabras, son términos sinónimos la virtud y la perfección moral con respecto a un acto dado, o un estado de la voluntad. La virtud es santidad. La santidad es rectitud. La rectitud es aquello que justamente debe ser bajo toda circunstancia, y eso nada más es virtud, santidad o rectitud. Son sinónimos de virtud, santidad, rectitud, perfección moral cuando se aplican estos términos a cualquier estado de la voluntad. Por tanto, hablar de una virtud, una santidad, una rectitud, una justicia correctas en tipo, pero deficientes en grado es hablar puras tonterías. Es la misma tontería si habláramos de santidad pecaminosa, justicia injusta, rectitud incorrecta, pureza impura, una perfección imperfecta, y una obediencia desobediente.

4. El siguiente supuesto es que la voluntad o corazón pueden ser correctos mientras los afectos y las emociones están equivocados. Sobre esto observo:

(1) Que esta suposición pasa por alto la mera esencia de lo que consiste el carácter moral. Se ha mostrado que el carácter moral consiste en la intención suprema y soberana de la mente, que esta suprema benevolencia desinteresada, buena disposición o una intención, es el todo de la virtud. Ahora esta intención origina voliciones. Dirige la atención de la mente, por tanto, produce pensamientos, emociones o afectos. También a través de la volición produce acción corpórea. Pero el carácter moral no estriba en acciones externas, movimientos del brazo, ni en la volición que mueve los músculos, pues esa volición termina en la acción misma. Quiero mover mi brazo, y mi brazo debe moverse por una ley de la necesidad. El carácter moral pertenece únicamente a la intención que produce la volición que movió los músculos para la ejecución del acto externo. Entonces, la intención produce la volición que dirige la atención de la mente a un objeto dado. La atención, por una necesidad natural, produce pensamiento, afecto, o emoción. Ahora el pensamiento, el afecto, o la emoción están conectados con la volición por una ley de la necesidad; es decir, si la atención es dirigida a un objeto, pensamientos y emociones correspondientes deben existir como cosa común. El carácter moral no estriba más en la emoción que en la acción externa. No estriba en pensamiento o atención. No estriba en la volición específica que dirigió la atención, sino en la intención, o el diseño de la mente, que produjo la volición, que dirigió la atención, que de nuevo produjo el pensamiento, que de nuevo produjo la emoción. Ahora la suposición de que la intención pueda ser correcta, mientras que las emociones o los sentimientos de la mente puedan ser incorrectos, es lo mismo que decir que la acción externa pueda ser incorrecta mientras que la intención es correcta. El hecho es que el carácter moral es y debe ser como es la intención. Si cualquier sentimiento o acción externa es inconsistente con la existente intención soberana, debe serlo a pesar del agente. Pero si cualquier acción externa, o estado de sentimiento, existen en oposición a la intención, o a la elección de la mente, no puede tener carácter ni por la posibilidad más remota. Lo que está más allá del control de un agente moral, no puede ser responsable. Lo que no se pueda controlar por la intención, no se puede controlar en lo absoluto. Todo por lo que pueda ser responsable se resuelve en sí mismo en su intención. Todo su carácter, por tanto, es, y debe ser, como es su intención. Si, por consiguiente, las tentaciones que vengan de cualquier parte producen emociones dentro de él inconsistentes con su intención, y que no puede controlar, no puede ser responsable por ellas.

(2) De hecho, aunque las emociones contrarias a sus intenciones por las circunstancias más allá de su control son llevadas a la existencia en su mente, sin embargo, por querer desviar la atención de la mente de los objetos que las producen, puede ordinariamente disiparse de la mente. Si esto se hace tan pronto como en la naturaleza del caso puede ser, no hay pecado. Si no se hace tan pronto como en la naturaleza del caso pueda ser, entonces es muy cierto que la intención no es lo que debe ser. La intención es para dedicar todo el ser al servicio de Dios y al bien del universo, y por supuesto, para evitar cada pensamiento, afecto, y emoción inconsistente con eso. Mientras que la intención existe, es seguro que si cualquier objeto sea empujado en la atención que incita los pensamientos y emociones inconsistentes con nuestra intención soberana y suprema, la atención de la mente será instantáneamente desviada de aquellos objetos y la emoción detestada será silenciada, si esto es posible. Pues mientras la intención exista, voliciones correspondientes deben existir. No puede haber, por tanto, un estado correcto del corazón o de la intención, mientras las emociones o afectos de la mente sean pecaminosos, pues las emociones por sí mismas no son en ningún caso pecaminosas, y cuando existen en contra de la voluntad, a través de la fuerza de la tentación, el alma no es responsable de su existencia. Como dije, la suposición pasa por alto aquello en lo que consiste el carácter moral, y lo hace que consista en aquello sobre el cual la ley no legisla propiamente, puesto que el amor o la benevolencia es el cumplimiento de la ley.

Pero aquí se puede decir que la ley no sólo requiere benevolencia, o buena voluntad, sino también requiere un cierto tipo de emociones, así como requiere la ejecución de ciertas acciones externas y que, por consiguiente, pueda haber una intención correcta donde hay una deficiencia ya sea en tipo o grado de la emoción correcta. Respondo al respecto…

Las acciones externas son requeridas por los hombres sólo porque están conectadas con la intención por una necesidad natural. Y ninguna acción externa es requerida de nosotros a menos que se produzca al intentar o aspirar hacerlo. Si el efecto no sigue nuestros intentos honestos debido a cualquier influencia antagonista, opuesta a nuestros esfuerzos que no pueden vencer, hemos por nuestras intenciones acatado con el espíritu de la ley y no podemos ser culpados que el efecto externo no se lleve a cabo. Lo mismo con las emociones. Todo el poder que tenemos que hacer es dirigir la atención de la mente a aquellos objetos calculados para asegurar un estado dado de emoción. Si de cualquier agotamiento de la sensibilidad, o de cualquier otra cosa más allá de nuestro control, las emociones no surgen a lo que la consideración de este asunto es calculada para producir, no somos más responsables por la ausencia o por la debilidad de la emoción de lo que debemos ser por la carencia de poder o la debilidad del movimiento de nuestros músculos cuando queremos moverlos siempre que la debilidad fuera involuntaria, y que estuviera más allá de nuestro control. El hecho es que no podemos ser culpados por no sentir o hacer aquello que no podemos hacer o sentir al tener la intención. Si la intención entonces es lo que debe ser por ahora, nada puede ser moralmente incorrecto.

5. El último supuesto es que una preferencia latente, o intención correcta pueda coexistir con voliciones opuestas o pecaminosas. Anteriormente supuse que esto podría ser verdad, pero ahora estoy convencido de que no puede ser verdad por las siguientes razones:

(1) Observemos: la suposición es que la intención o la preferencia reinante pueda ser correcta, pueda realmente existir como un estado activo y virtuoso de la mente, mientras que al mismo tiempo la volición pueda existir inconsistentemente con eso.

(2) Ahora, ¿cuál es la intención correcta? Respondo: Nada menos que esto: disponer, elegir, o tener la intención del bien más elevado de Dios y del universo, y promover esto en todo momento, en la medida de nuestra habilidad. En otras palabras, la intención correcta es suprema, desinteresada y benevolente. Ahora, ¿cuáles son elementos que entran en esta intención correcta?

(a) La elección o la disposición de cada interés según su valor intrínseco percibido.

(b) Dedicar todo nuestro ser ahora y siempre a este fin. Esto es intención correcta. Ahora la pregunta es, ¿puede coexistir esta intención con una volición inconsistente? La volición implica la elección de algo por alguna razón. Si es la elección de lo que sea puede promover este fin supremamente benevolente, y por esa razón, la volición es consistente con la intención, pero si es la elección de algo percibido para ser inconsistente con este fin, y por una razón egoísta, entonces la volición es inconsistente con la intención supuesta. Pero la pregunta es ¿coexisten la volición y la intención? De acuerdo con la suposición, la voluntad escoge o quiere algo por una razón egoísta o escoge algo percibido como inconsistente con la benevolencia suprema y desinteresada. Ahora, es totalmente imposible que esta elección pueda llevarse a cabo mientras exista la intención opuesta, porque esta volición egoísta, según la suposición, es pecaminosa o egoísta; es decir, algo es escogido por su propia causa que es inconsistente con la benevolencia desinteresada, pero la intención es soberana. Se termina en el objeto escogido por su propia causa. Suponer entonces que la benevolencia aún permanece en ejercicio, y que una volición coexiste con aquello pecaminoso involucra el absurdo de suponer que el egoísmo y la benevolencia puedan coexistir en la misma mente, o que la voluntad puede escoger, o querer, con una preferencia suprema o elección, dos opuestos al mismo tiempo. Esto es totalmente imposible. Supongamos que tengo la intención de ir a la Ciudad de Nueva York tan pronto como pueda. Ahora bien, en el camino holgazaneo innecesariamente un momento, y abandono un elemento indispensable de mi intención. En el disponer de mi holgazanería, o desvío a algún otro objeto por un día, o una hora, debo por necesidad abandonar la intención de ir tan pronto como podía. Puede que no planee finalmente abandonar mi viaje, pero por necesidad puedo abandonar la intención de ir tan pronto como pueda. Ahora, la virtud consiste en tener la intención de hacer todo el bien que pueda, o en querer la gloria de Dios y el bien del universo y tener la intención de promoverlos a la extensión de mi habilidad. Nada menos que eso es virtud. Si en cualquier momento, quiero algo percibido para que sea inconsistente con esta intención, debo por ahora abandonar la intención, ya que debe existir en mi mente indispensablemente a fin de que sea virtud. Puede que no llegue a la resolución que ya no más serviré a Dios, pero debo por necesidad abandonar por el momento la intención de dar toda la gloria a Dios si en cualquier momento aplico una volición egoísta, puesto que una volición egoísta implica una intención egoísta. No puedo aplicar una volición con la intención de asegurar un fin hasta que haya escogido el fin. Por tanto, una intención santa no puede coexistir con una volición egoísta. Debe ser, por consiguiente, que en cada elección egoísta la voluntad de un ser santo debe necesariamente dejar el ejercicio de la intención suprema y benevolente y pasar a un estado opuesto de elección; es decir, el agente debe cesar por ahora de ejercer benevolencia y tomar una elección egoísta, pues entiéndase que una volición es la elección de un medio para un fin, y por supuesto, una volición egoísta implica una elección egoísta de un fin.

Habiendo examinado varios supuestos que se pueden hacer en torno al carácter mixto de acciones, ahora responderé algunas objeciones de las que después retomaré esta filosofía tan brevemente como pueda a la luz de Biblia.

Objeción. ¿Deja un cristiano de ser cristiano cuando comete un pecado?

Cuando peca debe por el momento cesar de ser santo. Esto es evidente. Cuando peca, debe ser condenado. Debe incurrir a la pena de la ley de Dios. Si no lo hace, debe ser porque la ley de Dios es abrogada. Pero si la ley de Dios se abroga, él no tiene regla del deber; consecuentemente, no puede ser santo ni pecaminoso. Si se dice que el precepto aún compele en él, pero aquello con respecto al cristiano, la pena es para siempre puesta a un lado, o abrogada, respondo que abrogar la pena es repeler el precepto porque un precepto sin un castigo no es ley. Sólo es un consejo u opinión. El cristiano por tanto es justificado no más que él quien obedece, y debe ser condenado cuando desobedece o el antinomianismo sería verdad. Hasta que se arrepiente no puede ser perdonado. Referente a esto, entonces, el cristiano que peca y el pecador inconverso están precisamente en la misma situación.

2. El cristiano que peca difiere ampliamente del pecador inconverso en dos aspectos importantes:

(1) En sus relaciones con Dios. Un cristiano es un hijo de Dios. Un pecador cristiano es un hijo desobediente de Dios. Un pecador inconverso es un hijo del diablo. Un cristiano sostiene un pacto de relación con Dios, tal pacto de relación como para asegurarle de que la disciplina tiende a reclamar y a traerlo de regreso si se aleja de Dios. "Si dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios, si profanaren mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos, entonces castigaré con vara su rebelión, y con azotes sus iniquidades. Mas no quitaré de él mi misericordia ni falsearé mi verdad. No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios." Sal. 89:30-34.

(2) El cristiano que peca difiere del inconverso en el estado de su sensibilidad. Cualquier cosa que se llevara a cabo, cada cristiano sabe que el estado de su sensibilidad con respecto a las cosas de Dios ha pasado por un gran cambio. Ahora, es verdad que el carácter moral no estriba en la sensibilidad ni en la voluntad de obedecer a la sensibilidad; sin embargo, nuestra conciencia nos enseña que nuestros sentimientos tienen gran poder para promover la elección incorrecta por un lado, y remover el obstáculo para la elección correcta, por otro lado. En la mente de cada cristiano hay por tanto un fundamento puesto para apelar a las sensibilidades del alma que da a la verdad una ventaja decidida sobre la voluntad. Y multitudes de cosas en la experiencia de cada cristiano da a la verdad una ventaja más decidida sobre su voluntad a través de la inteligencia, lo cual no es el caso con pecadores inconversos.

Objeción. ¿Puede un hombre nacer de nuevo y luego ser no nacido? Respondo:

Si hubiera algo posible en esto, entonces la perseverancia no sería virtuosa. Nada mantendría que hubiese algo naturalmente imposible en esto excepto aquellos que sostienen la regeneración física. Si la regeneración consiste en un cambio en la preferencia reinante de la mente, o en la intención soberana, como veremos que sí, es claro que un individuo pueda nacer de nuevo y luego cesar de ser virtuoso. Que el cristiano pueda apostatar es evidente por las muchas advertencias dirigidas a los cristianos en la Biblia. Un cristiano puede ciertamente caer en pecado e incredulidad y luego ser renovado al arrepentimiento y a la fe.

Objeción. ¿Puede haber fe débil, amor débil y arrepentimiento débil? Respondo:

Si quieren decir comparativamente débil, digo que sí, pero si quieren decir en sentido tal como pecaminoso yo digo que no. La fe, el arrepentimiento, el amor y la gracia de cada cristiano, llamados propiamente así, consisten, y deben consistir, en actos de la voluntad y resolverse ellos mismos en alguna modificación de benevolencia suprema y desinteresada.

Más adelante tendré la ocasión de mostrar la naturaleza filosófica. Que sea suficiente decir aquí que la fe necesariamente depende de la claridad u obscuridad de la aprehensión intelectual de la verdad. La fe para ser real o virtuosa debe abrazar todo lo que es verdad aprehendida por la inteligencia por el momento. Varias causas pueden operar para desviar a la inteligencia de los objetos de la fe, o causar a la mente que perciba más que algo de ellas, y aquellas en obscuridad comparativa. La fe puede ser débil y, cierta y necesariamente será débil en tales casos en proporción a la obscuridad de las perspectivas. Y sin embargo, si la voluntad o el corazón confía en cuanto aprehende la verdad, lo cual debe hacer para ser virtuosa, la fe no puede ser débil en el sentido tal como para ser pecaminosa, pues si un hombre confía en cuanto a que aprehende o percibe la verdad, en cuanto a la verdad se refiere, está cumpliendo todo su deber.

De nuevo, la fe puede ser débil en el sentido de que a menudo interrumpe y da lugar a la incredulidad. La fe es confianza y la incredulidad es la retención de la confianza. Es el rechazo de la verdad percibida. La fe es la recepción de la verdad percibida. La fe y la incredulidad entonces son estados opuestos de elección y no pueden coexistir.

La fe puede ser débil también tocante a sus objetos. Los discípulos de nuestro Señor Jesucristo sabían muy poco de él, estaban llenos de ignorancia y los prejuicios de educación como para tener fe muy débil con respecto al mesiazgo, al poder y a la divinidad de su Maestro. Habla de ellos como quien tiene poca confianza, y sin embargo no parece que ellos implícitamente no confiaran en él hasta donde le entendían. Y aunque hay evidencia, su fe era débil a través de la ignorancia, sin embargo no hay evidencia de que cuando tenían fe no confiaban en cualquier verdad que aprehendían.

Pero ¿no oraban los discípulos "auméntanos la fe?" Respondo: Sí, y por esto ellos debieron haber tenido la intención de orar por instrucción, ¿por qué otra cosa ellos pensaban? A menos que un hombre quiera decir esto, cuando ora por fe, no sabe por lo que está orando. Cristo produce fe por la iluminación de la mente. Cuando oramos por fe, oramos por luz. Y la fe para que sea real debe ser igual a la luz que tenemos. Si la verdad aprehendida no está implícitamente recibida y confiada, no hay sino incredulidad. Si lo es, la fe es lo que debe ser sin estar en lo absoluto mezclada con el pecado.

Pero ¿qué no dijo alguien al Señor, "Creo; ayuda mi incredulidad" implicando que estaba en el ejercicio de fe e incredulidad al mismo tiempo? Respondo sí pero…

1. Esto no era inspiración.

2. No es seguro de que tuviera fe en lo absoluto.

3. Si tenía, y oró compasivamente, no quiso nada más que pedir por un aumento de fe, por un grado tal de luz como para remover sus dudas con respecto al poder divino de Cristo.

De nuevo, se objeta que esta filosofía contradice la experiencia cristiana. A esto respondo…

Es absurdo apelar desde la razón y la Biblia a la conciencia empírica lo que debe ser la apelación en este caso. La razón y la Biblia plenamente afirman la verdad de la teoría aquí apoyada. ¿A qué experiencia se apela entonces para poner a un lado su testimonio? Para que la verdad cristiana es respondida. Pero, ¿qué es la experiencia cristiana? ¿Cómo aprenderemos lo que es? Pues seguramente al apelar a la razón y a la Biblia. Pero éstas declaran que si un hombre ofende en un punto, viola y debe violar por el momento el espíritu de toda la ley. Nada es, o puede ser, más expreso que el testimonio de la razón y la revelación de este tema. Aquí, entonces, tenemos la decisión inequívoca de la única corte de jurisdicción competente en el caso, y ¿nos engañaremos a nosotros mismos al apelar desde este tribunal a la corte de la conciencia empírica?, ¿de lo que toma conocimiento? Pues de lo que hecho pasa por la mente; es decir, de sus estados mentales. Estamos conscientes de estos como hechos. Pero llamamos a estos estados experiencia cristiana. ¿Cómo aseguramos que ellos están en concordancia con la ley y el evangelio de Dios? Pues delo que sólo sea por una apelación a la razón y a la Biblia. Aquí entonces somos llevados de vuelta a la corte desde la cual habíamos apelado antes cuyo juicio es siempre el mismo.

Objeción. Pero se dice que esta teoría parece ser verdad en filosofía, es decir, la inteligencia parece afirmarla, pero de hecho no es verdad.

Respuesta. Si la inteligencia la afirma, debe ser verdad o la razón nos engaña, pero si la razón nos engaña en esto, puede también en otras cosas. Si nos falla aquí, nos falla en lo más importante de las preguntas. Si la razón da falso testimonio, nunca podemos saber la verdad del error en cualquier sujeto moral. Ciertamente nunca podremos saber qué religión es o no es si el testimonio de la razón puede hacerse a un lado. Si a la razón no se le puede apelar con seguridad, ¿cómo vamos a saber lo que quiere decir la Biblia pues es la facultad por la que obtenemos verdad de las revelaciones de Dios?

Estos son las objeciones principales a la postura filosófica que he tomado de la simplicidad de la acción moral que ocurre en la mente. Ahora brevemente referiré a la consistencia de esta filosofía con las escrituras.

1. En todos lados la Biblia parece que supone la simplicidad de la acción moral. Cristo expresamente informó a sus discípulos que no podían servir a Dios y al dinero. Ahora por esto él no quiso decir que un hombre no podía servir a Dios en un tiempo y al dinero en otro, sino que no podía servir a ambos al mismo tiempo. La filosofía que hace posible que las personas sean parcialmente santas y parcialmente pecaminosas al mismo tiempo hace posible servir a Dios y al dinero al mismo tiempo y así categóricamente contradice la afirmación de nuestro Salvador.

2. Santiago 2:10 ha puesto expresamente en orden esta filosofía al decir "porque cualquiera que guardare un toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos." Aquí él afirma que un pecado involucra una ruptura de todo el espíritu de la ley, y es por consiguiente inconsistente con el grado de santidad existente con él. Además, ¿acaso una fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce." Santiago 3:11-12. En estos pasajes claramente se afirma la simplicidad de la acción moral, puesto que por una "misma abertura" evidentemente quiere decir al mismo tiempo, y lo que dice es equivalente a decir que un hombre no puede ser santo y pecaminoso al mismo tiempo.

3. Cristo ha enseñado expresamente que nada es regeneración o virtud sino la obediencia completa o la renuncia de todo egoísmo: "Así, pues cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo." Mateo 14:33.

4. La manera en que los preceptos y las advertencias de la Biblia son por lo regular dados muestra que nada es considerado como obediencia, o virtud, sino hacer exactamente aquello que Dios manda.

Yo puedo ahondar en el análisis de testimonio de la escritura pero no puede ser necesario o conveniente en estas lecciones. Debo terminar con algunas inferencias y observaciones.

1. Algunos suponen que se ha recurrido a la simplicidad de la acción moral como teoría por los defensores de la santificación entera en esta vida como el único método consistente de llevar su principio a cabo. A esto respondo…

(1) Que esta teoría ha sido sostenida en común tanto por aquellos que sostienen y como por aquellos que niegan la doctrina de la santificación entera en esta vida.

(2) La verdad de la doctrina de santificación entera no depende del apoyo de la teoría filosófica pero puede establecerse por el testimonio de la Biblia cual sea la filosofía de santidad.

2. En intensidad o fuerza. En tanto el conocimiento aumenta, los cristianos naturalmente crecerán en gracia en ambos aspectos.

3. La teoría del carácter mixto de acción moral es eminentemente una teoría peligrosa, pues lleva a sus seguidores a suponer que en sus actos de rebelión hay algo santo, más estrictamente hay algo de santidad en ellos mientras están en la comisión conocida de pecado.

Es peligroso porque lleva a sus seguidores a colocar muy bajo el patrón de la conversión o regeneración para hacer consiste la regeneración, arrepentimiento, verdadero amor a Dios, fe, y demás con la sabida comisión consciente de pecado presente. Ésta debe ser una filosofía altamente peligrosa. El hecho es regeneración, o santidad bajo cualquier forma es otra cosa distinta de lo que se supone ser por aquellos que mantienen la filosofía de carácter mixto de acción moral. No puede haber un error más peligroso que decir que mientras estamos conscientes de pecado presente, estamos, o podemos, estar en un estado de aceptación con Dios.

4. La filosofía falsa de muchos los lleva a adoptar una fraseología inconsistente con la verdad, y de hablar como si ellos fueran culpables de pecado presente cuando de hecho no lo son, sino que están en un estado de aceptación con Dios.

5. Es erróneo decir que los cristianos pecan en sus ejercicios más santos y es tan perjudicial y peligroso como falso. El hecho es santidad es santidad y es absurdo hablar de una santidad que consiste en pecado.

6. La tendencia de esta filosofía es acallar en su engaño a aquellos cuyas conciencias los acusan de pecado presente como si esto pudiera ser verdad, y ellos no obstante en un estado de aceptación con Dios.

7. El único sentido en el que la obediencia a la ley moral pueda ser parcial es que la obediencia pueda ser intermitente. Es decir, el sujeto puede a veces obedecer y otras desobedecer. Puede en un momento ser egoísta, o querer su gratificación propia porque es suya y sin considerar el bienestar de Dios y su prójimo, y en otro momento querer el bienestar de Dios y del universo como un fin y su propia causa en proporción a su valor relativo. Éstas son elecciones opuestas o intenciones soberanas. Una santa y la otra pecaminosa. Una es obediencia, obediencia entera a la ley de Dios; la otra es desobediencia, desobediencia entera a aquella ley. Éstas podrán una a la otra tener éxito un sinfín de veces, pero no pueden coexistir.

retorno a INDEX