The GOSPEL TRUTH

LAS MEMORIAS DE CARLOS FINNEY

1868

CAPITULO 29

 

VISITA a INGLATERRA en 1849 en CALIDAD de EVANGELISTA

Después de aquella severa enfermedad mis fuerzas regresaron lentamente. Reanudé mis labores como pastor y profesor muy pronto, y esto retrasó la total recuperación de mi energía. Por esta razón debí permanecer en casa durante el invierno de 1847 y de 1848. No me sentía capaz de realizar labores de evangelista en el exterior. Mientras tanto, repetidamente se me escribía y se me urgía para que fuera a Inglaterra y laborara en la promoción de avivamientos. En el otoño de 1948 mi esposa y yo nos embarcamos con destino rumbo a este país, dejando la familia al cuidado de mi hija mayor. Después de un viaje cundido de tormentas a bordo del vapor Hermon, arribamos a Southampon en los primeros días de noviembre. Allí conocimos al pastor de la iglesia de Houghton, Huntingdonshire, una villa situada en la mitad del camino que va de Huntington y Saint Ives, dos pueblos comerciales. Un señor llamado Potto Brown, un hombre muy benevolente, de quien ya tendré oportunidad de hablar con frecuencia, había enviado al señor James Harcourt, su pastor, para que nos encontrara en Southampon. Arribamos a esta ciudad porteña un domingo en la mañana, y el lunes pasamos a través de Londres por ferrocarril para llegar a la casa del señor Brown, en Houghton.

El señor Potto Brown era cuáquero por linaje y educación. Junto a un socio estaba involucrado en el negocio de los molinos, y ambos pertenecían a una congregación de independientes en Saint Ives. Eran, por supuesto, disidentes. El estado de su vecindario y de sus alrededores empezó a afectarles grandemente. Sentían que La Iglesia, como se le llama en Inglaterra, hacía muy poco por la salvación de las almas. Fuera de las escuelas de la iglesia no había otras para la educación de las masas pobres, y el pueblo estaba grandemente desatendido. Después de mucha oración y de consultarse mutuamente, acordaron adoptar medidas para la educación de la gran cantidad niños de su villa y de las villas aledañas, y extender estas influencias tan lejos como les fuera posible. También estuvieron de acuerdo en invertir sus medios para establecer la adoración y construir iglesias independientes a la establecida por el estado. Empezaron esta obra en Houghton, una villa, como ya dije, a medio camino entre Saint Ives y Huntington. Sin embargo, no mucho tiempo después de haber iniciado esta obra el socio del hermano Brown falleció. Si no me equivoco, la esposa de aquel hombre ya había fallecido para entonces, por lo que recurrió al hermano Brown para dejarlo a cargo del cuidado fraternal de su familia, que consistía de varios hijos e hijas. El señor Brown encomendó la educación de estos hijos a una prudente dama viuda de una villa vecina. En su lecho de muerte, su socio le había rogado que no descuidara la obra que habían proyectado y que la persiguiera con vigor y determinación.

El corazón del hermano Brown estaba en la obra. Su socio les había dejado una gran propiedad a sus hijos. El señor Brown solo tenía dos hijos varones y era un hombre de hábitos sencillos, gastaba muy poco dinero en su persona y en su familia. Empleó a un maestro de escuela en la villa en donde residía, y construyó una capilla para la adoración pública. Contrató a un hombre de perspectivas híper calvinistas para que fuera el ministro, y como era de esperarse, después de varios años de labores los resultados que el hermano Brown esperaba estaban lejos de alcanzarse. El hermano Brown frecuentemente trataba el tema de aquella falta de resultados con el ministro. Él pagaba el salario del pastor y había destinado su dinero para promover la religión de varias maneras por medio de las escuelas dominicales, maestros y obreros, pero había muy pocos o ningún convertido. Tantas veces el hermano Brown le había traído el tema a dicho pastor, que éste finalmente le respondió: "Señor Brown, ¿soy Dios acaso, para poder convertir almas? Les predico el evangelio, pero si Dios no les convierte, ¿es mía la culpa?" El hermano Brown le respondió: "Ya sea usted Dios o no, tenemos que tener conversiones. La gente se tiene que convertir". Finalmente, despidió a aquel ministro y contrató a otro, el reverendo James Harcourt. El señor Harcourt es un bautista de comunión abierta. Es un hombre talentoso, un predicador entusiasta y un obrero serio en pro de la conversión de almas. Bajo su predicación pronto empezaron a darse las conversiones y la obra empezó a avanzar con esperanza. Su pequeña iglesia, que ocupaba una pequeña capilla, empezó a aumentar en número y en fe, la obra se fue expandiendo gradualmente, y aquella levadura empezó a crecer en su influencia, perceptible pero gradualmente, por todos lados.

Pronto empezaron a extender sus operaciones en villas aledañas con buenos resultados. Sin embargo, aún no sabían cómo promover avivamientos de la religión. Los hijos de su socio que habían quedado a su cargo se habían convertido en jóvenes, pero no estaban convertidos. Se trataba de tres mujeres y tres varones, una familia de bien y con mucha propiedad, pero todos inconversos. El señor Brown tenía un buen número de amistades muy interesantes e influyentes en aquella región, por cuya salvación tenía un hondo interés. También tenía una gran ansiedad por que esta familia Goodman--ese era el apellido de su socio--llegara a convertirse. Para la educación de sus hijos había contratado a un maestro de su familia, y un considerable número de jóvenes de familias respetables de los pueblos vecinos habían estudiado junto a ellos. Esta pequeña escuela familiar, a quienes estos jóvenes, hijos de amigos suyos en diferentes partes del condado, habían sido invitados, había creado una fuerte lazo de interés entre el hermano Brown y aquellas familias. Con todo, las labores del hermano Harcourt, por alguna razón, no conseguían alcanzar aquellas familias, o a la familia Goodman.

El hermano Harcourt tenía éxito en medio de las clases más bajas y pobres, era un ministro celoso, devoto y realmente predicaba el evangelio. Como decía el señor Brown: "era un poderoso ministro de Jesucristo". Mas, le faltaba experiencia para alcanzar la clase de personas por las cuales el corazón del señor Brown tenían tanta ansiedad. Conversaba frecuentemente acerca del tema con el hermano Harcourt, y se preguntaban cómo poder alcanzar aquella clase de personas y llevarlas a Cristo. El hermano Harcourt decía haber hecho todo lo que podía, y que algo más debía de hacerse o aquellas personas quedarían sin ser alcanzadas.

El hermano Harcourt leyó mis lecturas acerca del avivamiento, las cuales habían circulado extensamente en Inglaterra, y finalmente le sugirió al hermano Brown que me escribiera para ver si me era posible visitar Inglaterra y llegar al lugar. Esto concluyó en que yo recibiera una petición muy urgente de parte del señor Brown. El hermano Brown conversó con muchas personas, y con algunos de los ministros, lo que desembocó en que yo recibiera diversas cartas con una insistente invitación a visitar Inglaterra.

En primera instancia estas cartas causaron en mí muy poca impresión, pues no sabía cómo me sería posible ir a Inglaterra. De cualquier modo, las circunstancias me guiaron a ver que el camino se me había abierto para dejar Oberlin, al menos por una temporada; y como ya he dicho, en el Otoño de 1848 mi esposa y yo partimos hacia Inglaterra. Una vez que arribamos y descansamos algunos días, empecé mis labores en la capilla de la villa. Descubrí pronto que el hermano Brown era un hombre excepcional. Aunque criado como cuáquero era completamente católico en sus perspectivas. Desde hacía mucho tiempo ya que no tenía relación particular con los cuáqueros, en cuanto a la denominación, sino que mas bien había estado laborando de forma independiente con el enfoque directo de la salvación de la gente de su alrededor. Tenía riquezas, y sus propiedades estaban en constante y rápido ascenso. Su historia con frecuencia me recuerda el proverbio: "Hay quienes reparten, y les es añadido más: Y hay quienes son escasos más de lo que es justo, mas vienen a pobreza". Podía gastar su dinero como un príncipe para propósitos religiosos. Mientras más gastaba, más se le añadía para usarlo con este fin.

Ya he dicho que nos hospedamos con el hermano Potto Brown. Mientras estuvimos en su casa abrió sus puertas mañana, tarde y noche e invitó a sus amigos, tanto a los de lejos como a los de cerca, para que vinieran a visitarnos. Venían en grandes números y su mesa estaba prácticamente llena en cada una de las comidas con distintas personas a las que había invitado para que conversáramos con ellas y para que vinieran a las reuniones. Inmediatamente comenzó un avivamiento y se esparció entre la gente. Pronto la familia Goodman se interesó en la religión y se convirtió a Cristo. La obra se extendió en medio de aquellos que nos visitaron para conversar y asistieron a las reuniones desde las vecindades aledañas. Escucharon la Palabra y la recibieron con gozo. Tan extensa y profunda fue la obra en medio de aquellos amigos particulares del hermano Brown, por quienes había orado y anhelado tanto su conversión, que antes de dejar aquella villa me dijo que cada uno de ellos se habían convertido--que el Señor no había dejado atrás a ninguno de aquellos por quienes había sentido ansiedad y por cuyas conversiones había orado.

La conversión de este gran número de personas se diseminó a lo largo del condado, lo cual produjo una impresión muy favorable en la gente que les conocía. La casa de adoración de Houghton era pequeña, mas se llenaba casi a capacidad en cada una de las reuniones y la devoción y el compromiso del hermano Brown y de su esposa eran conmovedoras e interesantes. Su hospitalidad parecía no tener límites. El maestro de sus hijos era un hombre religioso y todos los días corría y venía a casi a todas las comidas para disfrutar de la conversación. Diferentes caballeros llegaban también de pueblos vecinos, a muchas millas de distancia, tan temprano como para estar con nosotros en el desayuno. Los jóvenes que se habían educados con sus hijos fueron invitados y creo que se convirtieron todos ellos. De esta manera el mayor deseo del hermano Brown con respecto a estas personas quedó cumplido, y aún mucho más de lo que él esperaba se logró en medio de las masas. El hermano Harcourt tenía varios lugares en las villas aledañas en donde predicaba además de Hougton. Para entonces estaban procurando establecer escuelas dominicales para disidentes en medio de los pobres, y establecer reuniones de oración y servicios religiosos en tres o más villas a poca distancia de Houghton. El gusto de esta obra continuó por varios años. El señor Harcourt me informó que predicó en una atmósfera de oración y de muchos sentimientos todo el tiempo que permaneció en Houghton. Ya tendré ocasión más delante de hablar de su salida de esta villa para ir a otro campo de labores en el cual tuvo gran éxito, y de su llamado a Londres, en donde finalmente le encontré en mi segunda visita a Inglaterra.

En aquella ocasión no permanecí mucho tiempo en Houghton--solo varias semanas. Entre los hermanos que me habían escrito urgiéndome ir a Inglaterra se encontraba un señor de apellido Roe, un ministro bautista de Birmingham. Tan pronto como se le informó que me encontraba en Inglaterra vino a Houghton, en donde pasó varios días asistiendo a las reuniones y siendo testigo de los resultados.

Dije que arribamos a Houghton a principios de Noviembre. Para mediados de diciembre dejamos Houghton y fuimos a Birmingham para laborar en la congregación del hermano Roe. Allí, tan pronto arribamos, nos presentaron al reverendo John Angell James, quien era al principal ministro disidente de Birmingham. Este reverendo era un gran hombre, y bueno, y se había forjado una importante influencia en aquella ciudad, y de hecho, a lo largo de Inglaterra. Cuando se publicaron por primera vez mis lecturas acerca del avivamiento en ese país, el hermano James escribió una introducción para el libro, en la cual lo recomendaba mucho. Estas lecturas tuvieron gran circularon entre los disidentes. Los ministros las leían en sus salones de clase para sus iglesias y las comentaban. Y a lo largo de Inglaterra, Escocia y Gales había, en aquel entonces, un amplio movimiento religioso. Sin embargo, cuando llegué a Birmingham se me informó que después de que el hermano James había recomendando mis lecturas públicamente en reuniones con ministros, e incluso con su propia pluma, gente de cierta estampa en este lado del Atlántico le había dicho que los avivamientos ocurridos especialmente en medio de mi ministerio habían resultado desastrosos. Hasta tal punto se le había hecho esta mala representación, que el hermano James se había retractado de lo dicho públicamente a favor de mis lecturas. De cualquier modo, cuando me vio en Birmingham invitó a los ministros independientes del lugar a un desayuno en su casa, y me pidió también que asistiera. Esta es una forma común de hacer las cosas en Inglaterra.

Una vez reunidos en su casa, y cuando el desayuno hubo acabado, le dijo a sus hermanos del ministerio que estaba muy impresionado de la forma en la que estaban fallando en cumplir con la meta de sus ministerios. Que ellos se encontraban muy satisfechos con tener gente que asista a las reuniones, les pague el salario, y mantenga la escuela dominical, todo esto con una prosperidad externa, cuando en la mayoría de las iglesias las conversiones eran muy pocas y la gente iba de camino a la destrucción. El hermano Roe, de quien he hablado y con quien estaba empezando mis labores, me había dicho que aún en la congregación del señor James había no menos de mil quinientos pecadores impenitentes. En aquel desayuno el hermano James se expresó con mucha calidez, y dijo que algo debía de hacerse. Finalmente, los ministros acordaron sostener reuniones, y que tan pronto como me fuera posible cumplir con su solicitud, predicara de forma alternativa en aquellas iglesias independientes. Sin embargo, durante algunas semanas limité mis labores a la congregación del señor Roe, en la cual se produjo un poderoso avivamiento. Esto era algo que ellos nunca habían visto. El avivamiento barrió la congregación con gran poder, y una porción muy grande de los impenitentes de la congregación se volvieron a Cristo.

El hermano Roe se involucró en la obra en cuerpo y alma. Hallé en él a un hombre bueno y sincero. En lo absoluto sus perspectivas eran sectarias o prejuiciadas. Este hermano abrió su corazón por completo a la influencia divina y se entregó por entero a la obra en pro de las almas como un hombre en urgencia. Día tras día se sentaba en la sacristía de la iglesia y conversaba con aquellos que estaban interesados por sus almas--y con quienes habían sido invitados a visitarle--y les dirigía a Cristo. Durante muchos días casi todo su tiempo estuvo dedicado a esta labor. Para aquel entonces su iglesia era una de las pocas de comunión cerrada en Inglaterra, pues casi todos los bautistas de Inglaterra son de comunión abierta. Luego de que las conversiones se hicieron muchas, la iglesia empezó a examinar a los convertidos para proceder a las admisiones. Se examinó a un gran número y estaban a punto de realizar una comunión. Prediqué en la mañana y la comunión iba a realizarse en aquella tarde. Cuando el servicio de la mañana terminó, el hermano Roe le pidió a la iglesia que se quedara por unos momentos. Yo y mi querida esposa, quien había entrado a la obra con mucha calidez y se había extendido a las damas de la congregación al máximo, nos retiramos a nuestro hospedaje, en casa del señor Roe. Después de un rato el hermano Roe llegó a casa, entró sonriendo a nuestra habitación y nos dijo: "¿Qué creen ustedes que ha hecho nuestra iglesia?" Le contesté que no sabía, pues tampoco se me había ocurrido preguntar que iban a hacer luego de la prédica. Me contestó: "Han votado unánimemente para invitarle a usted y a la señora Finney a nuestra comunión de esta tarde. La comunión cerrada a la que estaban acostumbrados era algo que no podían digerir en una ocasión como esa. De cualquier modo, al reflexionar al respecto, mi esposa y yo concluimos que era mejor no aceptar la invitación, pues temíamos que hubieran realizado esa votación en base a una presión que más tarde pudiera crear alguna reacción o remordimiento; y siendo que nos encontrábamos verdaderamente fatigados, nos excusamos y nos quedamos en casa.

Como tenía que predicar nuevamente en la noche me sentí feliz de haber disfrutado de aquel descanso. Pronto acepté la invitación de los ministros para laborar en varios de sus púlpitos. En todas partes las congregaciones estuvieron llenas y se produjo gran interés y emoción; y el número de gente que ocupaba las sacristías, después de ser invitadas al finalizar la predicación, era grande. La sacristía más grande que tenían a disposición se repletaba de gente interesada por sus almas cada vez que se les hacía la invitación para recibir instrucción. En cuanto a los medios usados se refiere, use los mismos empleados en este país. Sin embargo, pronto descubrí que el hermano James estaba recibiendo cartas provenientes de varios cuarteles que le advertían en contra de la influencia de mis labores. Él mismo me informó del hecho y de lo que se le había escrito y dicho acerca del tema. El hermano tenía conocidos en este lado del Atlántico, y según entiendo, algunos de ellos le habían escrito con aquellas advertencias. Además, desde varios lugares de su propio país recibía el mismo tipo de presión. Fue muy franco conmigo y me dejó saber el estado de las cosas. Yo también fui muy franco con él. Le dije: "Hermano James, su responsabilidad es grande. Estoy consciente de su influencia y de su responsabilidad en cuanto a estas labores. A usted le están conduciendo a creer que mis perspectivas son heréticas. Mas usted me escucha predicar cada noche, y en cada una de esas prédicas podrá ver si realmente predico o no el Evangelio".

Llevé conmigo dos ejemplares de la Teología Sistemática. Le dije: "¿Me ha escuchado predicar algo que no sea el Evangelio?" Me respondió: "No, en lo absoluto". Entonces le dije: ""Tengo aquí mi Teología Sistemática, la cual enseño en mis clases en casa, y en base a la cual predico en todos lados; me gustaría que la tome y la lea". El hermano se mostró ansioso por leerla. Noté pronto que un caballero de muy venerable apariencia acudía junto a él cada noche a las reuniones. Asistían juntos; y cada vez que invitaba a la gente preocupada por sus almas, entraban a la habitación y se sentaban donde encontraran lugar para escuchar toda la instrucción. Para entonces no conocía quien era este venerable caballero. Esto hicieron durante varias noches sucesivas de la misma manera, más el seños James no me presentó a esta persona que le acompañaba, ni se acercó a mí para conversar en aquellas reuniones.

Después de que las cosas transcurrieron así durante una o dos semanas, el hermano James y su venerable amigo vinieron a nuestro hospedaje. Su amigo era el doctor Redford, a quien me presentó, informándome a la vez que era uno de los teólogos más prominentes del país. Me dijo que confiaba más en la agudeza teológica del doctor Redford que en la suya propia; y que le había pedido visitar Birmingham, asistir a las reuniones y, en especial, ayudarle a discernir en cuanto a mi volumen de Teología Sistemática. Me dijo que habían estado leyendo el libro todos los días, y que el doctor Redford deseaba conversar conmigo acerca de algunos puntos teológicos. Conversamos con mucha libertad acerca de todas las cuestiones que el doctor Redford deseaba traer a mi atención y luego dijo con mucha franqueza: "Hermano James, no veo razón para considerar que el señor Finney esté errado en ningún aspecto. Él tiene su propia manera de presentar proposiciones teológicas; mas no veo que difiera en los puntos esenciales con nosotros".

Estos hermanos llevaban consigo un pequeño manual preparado por la Unión Congregacional de Inglaterra y Gales, en la cual se hallaba una breve declaración de sus perspectivas teológicas. Me leyeron ciertas porciones de este manual, y cuando fue mi turno las cuestioné. Escuché sus explicaciones, y quedé satisfecho, estábamos de acuerdo en lo sustancial. El doctor Redford se quedó por un tiempo más en Birmingham. Luego, partió a casa, y con mi consentimiento, se llevó mi Teología Sistemática diciendo que la leería cuidadosamente y que me escribiría después dándome sus perspectivas al respecto. Observé que realmente era un hombre entendido en teología, un erudito y un hombre cristiano de amplios estudios teológicos. Por esto, estuve más que dispuesto a que criticara mi Teología, y de que si hubiera algo de lo cual debiera retractarme o enmendar, me lo indicara. Le pedí que hiciera aquello profunda y francamente, y me afirmó que lo haría. Se la llevó a casa y se entregó a la exhaustiva examinación de la obra, leyó los volúmenes con paciencia y con sentido crítico. Más tarde recibí una carta suya, expresándome una fuerte aprobación a mis perspectivas teológicas y diciendo que encontró pocos puntos sobre los cuales le gustaría hacerme preguntas, y dijo que deseaba que tan pronto como pudiera dejar Birmingham fuera a predicar para él. Creo que permanecí en Birmingham durante otros tres meses. En aquella ciudad tuvimos conversiones muy interesantes, mas aun con esto los ministros no estaban todavía preparados para comprometerse de corazón en el uso de los medios necesarios para la extensión universal del avivamiento en el lugar.

Podría mencionar muchos casos muy interesantes que tuvieron lugar en Birmingham. Con todo, particularmente uno fue en su carácter tan interesante que merece la atención. Supongo que es de conocimiento general en este país que el Unitarismo de Inglaterra fue promovido en primera instancia en Birmingham. Esta ciudad era el hogar del viejo doctor Priestly, quien era uno de los principales-- y tal vez uno de los primeros-- ministros unitarios de Inglaterra. Descubrí que su congregación aun existía en Birmingham, precedida por un pastor. Una tarde, antes de dejar Birmingham, prediqué en base a este texto: "Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo". Primero hablé acerca de la divinidad y de la personalidad del Espíritu Santo. Luego señalé muchas de las formas en las que los hombres son capaces de luchar contra el Espíritu. Dije que la labor del Espíritu Santo es la de enseñar y convencer al hombre de pecado, y la de indicarle cuál es su deber para con Dios, abogar por la causa y los requerimientos de Dios ante los pecadores y ante todos los hombres. Mi interés era el demostrar en cuántas formas y en cuántos temas el hombre resiste la instrucción divina. Que aun estando convencidos por el Espíritu Santo, persisten en continuar con su propio camino; y que en tales casos los hombres se encuentran resistiendo el Espíritu Santo. El Señor me dio la libertad de predicar en aquella noche un sermón muy escrutador. Mi objetivo era mostrarles que aún cuando alegaban dependencia al Espíritu Santo realmente estaban constantemente resistiéndole. Hallé que en Birmingham, como en el resto de Inglaterra, el mayor énfasis estaba sobre la influencia del Espíritu Santo. Sin embargo, en ningún lugar encontré que se hiciera una discriminación clara entre la influencia física del Espíritu, ejercida de forma directa sobre el alma, y la influencia moral, en forma de la influencia persuasiva que el Espíritu ejerce sobre la mente de los hombres. La gente de Inglaterra era muy celosa y temerosa de que el Espíritu Santo no fuera deshonrado o de que su influencia fuera ignorada. Sin embargo, hallé allí, como he hallado también en este país, que no se hacía una distinción con respecto a la forma de esta influencia. En consecuencia, con frecuencia me vi en la necesidad de mostrarle a la gente la forma en la cual el Espíritu Santo está verdaderamente involucrado, y explicarles las enseñanzas expresas de Cristo acerca de este tema; y guiarles para que pudieran ver que no debían esperar una influencia física, sino entregarse a sí mismos a la influencia persuasiva del Espíritu Santo y a la obediencia de sus enseñanzas. Este fue el propósito de mi discurso aquella noche. Después de arribar a nuestro hospedaje, una dama que se encontraba presente en la reunión y que se había ido a visitar a la familia que nos alojaba, señaló que observó que un ministro unitario estaba en medio de la congregación. Dije que mi discurso sin duda debió de sonar extraño en los oídos de un unitario. La dama respondió que tenía la esperanza de que lo escuchado le fuera de provecho. No mucho después de estas cosas, cuando me encontraba laborando en Londres, recibí una carta de aquel ministro narrándome el gran cambio que se produjo en su experiencia religiosa por causa de aquel sermón. A continuación, copio textualmente aquella misiva.

"Stratford sobre Avon Warwickshire, 16 de Agosto de 1850.

Estimado Reverendo y señor. Habiendo conocido por medio del Banner que está próximo a dejar Inglaterra, siento que sería ingrato de mi parte el permitirle partir sin expresarle lo consiente que estoy de haber quedado obligado para con usted por causa del beneficio que recibí por medio del sermón que predicó en Steelhouse Lane, Birmingham. Si no me equivoco fue su última predicación en el lugar, y trató acerca de resistir al Espíritu Santo, mas no me ha sido posible encontrar el texto que usó. Por causa de los puntos que capturaron mi interés, no pensé mayormente en el texto por unos dos o tres días. Para que usted logre comprender el beneficio que recibí con su sermón me es necesario primero hacer un breve recuento de la peculiar postura que sostenía en aquel momento.

Me eduqué para el ministerio en uno de los colegios disidentes, que es también uno de los colegios independientes. Entré al ministerio y continué ejerciéndolo durante aproximadamente siete años. Durante aquel periodo mis perspectivas teológicas sufrieron un cambio gradual muy grande. Creo que aquel cambio fue producido, parcialmente, por especulaciones filosóficas y por el deterioro de mi condición espiritual. Debo decir con mucha tristeza que mi piedad nunca recuperó el tono que perdió en mi paso por el colegio. Es este hecho a lo que atribuyo principalmente todos mis pesares. Mis especulaciones me guiaron a, aún sin haber leído el libro del doctor William acerca de la Soberanía Divina y la Equidad, adoptar fundamentalmente sus perspectivas. La lectura de aquel libro perfeccionó por completo mi sistema: El pecado es un defecto y el obligatorio resultado de la imperfección de una criatura que no esta siendo suplida de la gracia de Dios. Por lo tanto, lo único que hace el pecado del ser humano es expresar aquella inevitable imperfección original de la raza humana. El gran fin del gobierno moral de Dios es corregir aquella imperfección por medio de la educación, la revelación, etc., y finalmente, perfeccionar la condición humana. Para esto, ya había hace mucho tiempo adoptado las perspectivas del doctor Jenkyn acerca de la influencia espiritual. No es necesario que le explique cómo bajo la guía de tales principios el pecado se convirtió en un mero infortunio temporal y permitido, o mejor dicho, en un mal necesario a ser remediado por medio de la sabiduría y la bondad infinita. También entenderá como para mí el castigo eterno se convirtió en algo cruel que no merecía un instante en el pensamiento en las dispensaciones de un ser benévolo--y cómo la expiación se convirtió en un completo absurdo basado en perspectivas poco filosóficas acerca del pecado. Me volví unitario por completo, y a principios de 1848 profesé este unitarismo y me convertí en ministro de una iglesia de Birmingham.

Afortunadamente, las tendencias de mi mente eran demasiado lógicas como para permitirme descansar en el Unitarismo. Empujé mis conclusiones hasta llegar a un simple deísmo para luego descubrir que debían aun de llegar más lejos, para lo cual no estaba preparado. Toda mi alma empezó a sentirse aterrada. Revisé mis principios. Y una revolución tuvo lugar en todo mi sistema filosófico. La doctrina de la responsabilidad se restauró dentro de mí en su forma más estricta y literal, y con una profunda consciencia de pecado. No me es necesario entrar en minuciosos detalles para referirle mi lucha y mi sufrimiento mental. Aproximadamente dos semanas antes de escucharle a usted, vi con claridad que algún día debería volver a adoptar el sistema evangélico, el cual nunca dudé que fuera el sistema de la Biblia. Mi unitarismo tenía bases puramente racionalistas. Sin embargo, en aquel momento entendí que debía de aceptar la Biblia o de lo contrario perecer en la oscuridad. Ya imaginará las agonías que tuve que soportar en mi espíritu. Por un lado estaban estas convicciones, que se hacían más fuertes cada día-- esa conciencia de pecado y esa necesidad de Cristo empezaron a adueñarse de mi corazón--y por el otro aquella miserable condición de estar suprimiendo la verdad que la gente esperaba recibir de mí en forma de instrucción. También, por otro lado, si me profesaba instantáneamente a ojos de todas las gentes (y en especial ante aquellos que no simpatizan con este tipo de luchas) mi carácter quedaría arruinado por causa de esta aparente inestabilidad y me entregaría a mí, a mi esposa y a mis hijos (estábamos para entonces esperando nuestro sexto hijo) a merced del mundo. Esta alternativa me impedía tomar una decisión. Me resolví a esperar--para poder preparar gradualmente a las personas para este cambio--y a ejercer una economía más rígida durante algunos meses para hacer provisión para las necesidades que se suscitarían en un periodo de transición.

Estando en este estado mental escuché su sermón. Usted lo recordará y podrá entender con facilidad el efecto que tuvo en mí. Pude sentir la verdad de sus argumentos--los cuales cobraron un irresistible sentido en mi corazón--y aquella noche, mientras iba de camino a casa, juré delante de Dios que pase lo que pase, de inmediato me consagraría nuevamente a ese salvador cuya sangre aprendí a valorar recientemente, y cuyo nombre deshonré tanto. El resultado ha sido que, bajo la amable influencia del señor James, últimamente me he convertido en ministro de la iglesia de este pueblo. La paz mental que ahora disfruto sobrepasa todo entendimiento. Nunca antes hallé placer tan absorbente en la obra del ministerio. Ahora entiendo por completo el significado de las palabras de Pablo al decir "Si alguien está en Cristo nueva criatura es". Por todo esto no tengo forma de expresarle con cuántos sentimientos de gratitud su nombre estará para siempre asociado con mi alma. Bendigo a Dios por aquella gentil providencia que le trajo a Birmingham. Ahora veo que muy probablemente aquel despertar religioso se hubiese destruido bajo mi supresión de aquellas profundas convicciones si no le hubiera escuchado a usted. Mi conciencia hubiera vuelto a endurecerse--y hubiera yo muerto en mis pecados. Por medio de la gracia de Dios debe apuntar hacia usted cualquier trazo de utilidad con la cual el Señor pueda coronar mis labores.

Debí haberle dicho todo esto antes, pero la idea de que mi historia llegase a hacerse pública me apocó. Su retorno a América me resguarda de esto y sentí que era injusto que le privara del conocimiento del fruto de sus labores.

Que Dios en su gracia y misericordia infinitas le conceda una vida larga y aún mayor utilidad de la que le ha otorgado, bendiciéndole. Esta es la continua oración de

Apreciado señor,

Sinceramente,

James Cranbrook."

Cuando recibí esta carta me encontraba laborando con el Reverendo John Campbell D.D en el Viejo Tabernáculo de Whitfield, en Londres. A él se la entregué para que la leyera, lo cual hizo manifestando profunda emoción y exclamó: "¡Allí lo tiene! Por eso ha valido la pena que usted viniera a Inglaterra."

Ya he dicho que para el tiempo de mi primera y breve estadía en Birmingham los ministros de las iglesias disidentes no estaban preparados para comprometerse con una obra que pudiera provocar un avivamiento general capaz de renovar moralmente toda la ciudad, tal como ha sucedido en los avivamientos que han barrido y renovado nuestros pueblos y ciudades americanas cada cierto tiempo. Debo mencionar la razón. Cuando el reporte de nuestros grandes avivamientos de 1825 y de años posteriores llegó a Inglaterra, Escocia y Gales, se levantó un espíritu de inquietud y cuando mis Lecturas acerca del Avivamiento se publicaron, pronto fueron estereotipadas en Inglaterra y enseguida se tradujeron al galés y al francés. Tan pronto esto ocurrió me informaron por carta que la publicación y la circulación de aquellas lecturas inauguraron un movimiento de avivamiento en el país. Ya he mencionado que el reverendo John Angel James, uno de los ministros disidentes de mayor influencia, escribió un prefacio comentando aquellas lecturas. Sin embargo, cuando los opositores de los avivamientos en este país supieron de la influencia que estas lecturas estaban produciendo en Inglaterra, tomaron medidas para contrarrestarlos. Le aseguraron al señor James que los avivamientos ocurridos en América habían resultado ser desastrosos para las iglesias, y llegaron a hacer tales representaciones que indujeron al señor James a retirar el comentario que había hecho. Algunos de los opositores en este país, entre ellos el señor Nettleton, visitaron Inglaterra y Escocia con el aparente propósito de contratacar las influencias de mis lecturas. Sus testimonios acerca de los avivamientos americanos relacionados con mis labores fueron tales que llegaron a espantar a esos buenos hermanos ingleses con respecto a ese movimiento de avivamiento que con tanta esperanza inauguramos. Miles de personas se habían convertido mientras tanto. Antes de mi visita a ese país, los esfuerzos en pro del avivamiento habían cesado ya y los hermanos estaban bajo la impresión de que aquellos grandes y gloriosos avivamientos americanos habían resultado ser mas bien de maldición y no de bendición para las iglesias.

Para entonces había yo dejado Nueva York para venir a Oberlin. Los ingleses, que escuchaban de mí por medio de las lecturas reportadas en el New York Evangelist, ya no podían hacerlo y finalmente se dijo en aquel país que me había convertido en hereje y en infiel. Me enteré de todo esto con asombro cuando arribé a Inglaterra en 1848. No conozco cuan extensamente llegaron a creerse estas mentiras en Inglaterra, con todo los reportes acerca de los perversos resultados de los avivamientos se esparcieron mucho y se creyeron de manera general. A esto se debió el azoramiento y el temor en las mentes de los mejores hombres de Europa, lo que les prevenía de comprometerse a esforzarse para garantizar un avivamiento general de la religión que estuviera relacionado a mis labores. Bajo tales circunstancias hice lo mejor que pude, esto sin poner en duda la integridad de los hermanos ingleses que dudaban en embarcarse conmigo en esfuerzos a gran escala para promover un avivamiento abarcador entre los protestantes de Europa. Jamás he dudado de que de no haber sido por aquellas malas representaciones por parte de los opositores de América, un avivamiento abrazador, de gran alcance y poderoso se hubiera desencadenado, no solo en Birmingham, sino en toda Inglaterra, Gales y Escocia.

Salí de Birmingham hacia Worcester, si no me equivoco, a mediados de marzo, para laborar junto al doctor Redford. Ya he mencionado que él tenía mi Teología Sistemática, que la había leído y que me había escrito diciéndome que deseaba conversar conmigo acerca de ciertos puntos. Había llevado conmigo mi respuesta a la crítica que me había hecho el doctor Hodge de Princenton, como también mi respuesta al doctor Duffield. Me parece que mi respuesta al presbiterio de Troy estaba incluida en la obra. Cuando llegué a Worcester le entregué al doctor Redford los panfletos que contenían estas respuestas, los cuales leyó por completo. Luego pasó a verme y me dijo: "Sus respuestas me aclararon todas las cuestiones sobre las cuales deseaba dialogar con usted, por lo que he quedado satisfecho y creo que usted está en lo correcto". Luego de esto en ningún instante que pueda recordar hizo crítica alguna a ninguna parte de mi teología. Quienes han visto la edición Inglesa de aquella obra habrán notado que el doctor Redford escribió un prefacio en el cual la recomienda al público cristiano. Para el tiempo del que hablo, después de haber leído mis respuestas a aquellas revisiones, el doctor me expresó su enorme deseo de que la teología fuera publicada inmediatamente en Inglaterra, y me dijo que consideraba que aquella obra era muy necesaria en su país y que produciría grandes beneficios. La opinión de este hombre, en cuanto a asuntos teológicos, tenía mucho peso en Inglaterra. Recuerdo que el doctor Campbell aseguró en su periódico que el doctor Redford era el teólogo más importante de Europa. Me quedé en Worcester varias semanas y prediqué para el doctor Redford, y también para una congregación bautista. Se dieron muchas conversiones interesantes en aquella ciudad. Durante todo el tiempo de mi estadía la obra fue de hecho muy poderosa e interesante.

Algunos hombres adinerados de Worcester me presentaron una propuesta para el siguiente efecto: Propusieron erigir un tabernáculo móvil, o una casa de adoración que pudiera ser desarmada y transportada de un lugar a otro en la vía férrea y a un costo módico, para ser armada nuevamente con sus asientos y la respectiva parafernalia. Propusieron que la construcción fuera de ciento cincuenta pies cuadrados, con asientos para cinco mil o seis mil personas. Dijeron que si consentía en hacer uso de ella, predicando de lugar en lugar, según se dieran las circunstancias durante unos seis meses, se harían cargo de los gastos para construirla. Sin embargo, al consultar con los ministros del lugar me recomendaron que no lo hiciera. Ellos entendían que me sería mejor y más útil ocupar los púlpitos en las congregaciones ya establecidas en los diferentes puntos de Inglaterra, en lugar de recorrer el país de forma independiente como era la propuesta de los caballeros. Como tenía razones para creer que, en general, los ministros no estarían de acuerdo con un sistema así de novedoso, no acepté aquella propuesta. Desde entonces creo que probablemente cometí un error, pues cuando llegué a conocer las congregaciones y los lugares de adoración pública de las iglesias independientes, las hallé por lo general tan pequeñas, tan mal ventiladas y ubicadas, limitadas en tantos aspectos y tan atadas y circunscritas a la Iglesia--es decir, a la Iglesia establecida--que desde que me negué a aceptar la propuesta he dudado de haber hecho lo correcto, pues tengo la opinión de que se pudo haber logrado mucho más en Inglaterra si se hubieran llevado a cabo aquellos planes y hubiera podido llevar conmigo mi propio lugar de adoración, yendo a donde me placiera y asegurando la asistencia de las masas sin importar su denominación. No me cabe duda de que hubieran asistido multitudes en todo lugar; y aún mayores números de lo que semejante edificio pretendía albergar. Si mis fuerzas fueran hoy las mismas que en aquel día, me sentiría fuertemente inclinado a visitar Inglaterra y poner en marcha un experimento semejante al que se me propuso en ese entonces.

El doctor Redford estaba muy conmovido por la obra en Worcester, y en los aniversarios de mayo, se dirigió en Londres a la Unión Congregacional de Inglaterra y Galés dando un interesante recuento de lo sucedido. Asistí a aquellas reuniones de mayo, cuando me encontraba a punto de empezar labores con el doctor John Campbell, quien era el sucesor de Whitfield y el pastor de la iglesia en el Tabernáculo de Finsbury y de la Capilla de la calle Tottenham Court. Ambas congregaciones estaban en Londres, como a tres millas de distancia la una de la otra y se construyeron para el uso del señor Whitfield, quien las ocupó por años. Para aquel momento el doctor Campbell era el editor del British Banner, el Christian Witness, y de una o dos revistas más. No predicaba por causa de su voz, pero dedicaba su tiempo a la edición de aquellos periódicos. Vivía en la casa en la cual Whitfield había residido, que era la casa parroquial y creo que usaba su misma biblioteca. El retrato de Whitfield estaba colgado en su estudio, en el tabernáculo. La sensación del nombre Whitfield todavía podía sentirse, con todo debo decir que el espíritu que había estado sobre él no era muy aparente en aquel momento en aquella iglesia. Como ya dije, el doctor Campbell no predicaba. Conservaba todavía el pastorado, residía en la casa parroquial y recibía un salario, pero suplía su púlpito empleando a los predicadores más populares que le fuera posible por espacio de pocas semanas a la vez. Empecé mis labores en los primeros días de mayo. Quienes están familiarizados con aquellos cambios constantes en el ministerio, lo cual había sido lo común por varios años en aquel tabernáculo, entenderán que la religión no estaba en un estado floreciente.

Por supuesto, la casa de adoración del doctor Campbell era grande. Los asientos estaban juntos, y se podía acomodar a unas tres mil personas. Un amigo personal se preocupó en verificar cuál edificio podría albergar el mayor número de asistentes: el Tabernáculo en Moorfields, el de Finsbury o el gran salón Exeter, del cual todos habían oído. Se concluyó que el Tabernáculo albergaría a más gente que el Salón Exeter.

 

 

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