The GOSPEL TRUTH

LAS MEMORIAS DE CARLOS FINNEY

1868

CAPITULO 12

 

AVIVAMIENTO EN WESTERN

 

He hablado acerca del desvío que hice a Western cuando regresaba del sínodo en Utica. En este lugar se iniciaron una serie de avivamientos a los que más tarde se denominó como avivamientos del oeste. Por lo que tengo entendido, estos avivamientos llamaron la atención y provocaron la oposición del señor Nettleton y del doctor Beecher, y levantaron el clamor de lo que denominaron como las "Nuevas Medidas". Jamás, quienes laboramos en aquellos avivamientos, pudimos conocer la verdadera fuente de esta oposición. Estábamos seguros de que aquellos hermanos habían sido crasamente engañados por la información que habían recibido de alguna fuente. A estos hermanos les considerábamos hombres buenos y sinceros, mas también sabíamos que alguien les estaba dando la más falsa de las informaciones. No mencionaré aquí los esfuerzos que realizamos para entrar en contacto con los autores de dichos reportes, o acerca de las cartas&emdash;o lo que sea que hayan sido&emdash; por las cuales aquellos hermanos fueron dirigidos a oponerse públicamente a los avivamientos. De cualquier modo, no pudimos llegar a la fuente de la oposición. En su mayoría las iglesias de la región eran presbiterianas sin embargo, había en este condado tres ministros congregacionalistas que se hacían llamar "La Asociación de Oneida" y que en aquel tiempo publicaron un panfleto en contra de los avivamientos. Hasta lo que pudimos conocer el panfleto no causó impresión pública, y tampoco se lo mencionó públicamente. Creíamos que era muy probable que la asociación tuviera mucho que ver con la oposición que se levantó en el este.

El líder de esta asociación era el reverendo William R. Weeks. Era bien sabido que este pastor abrazaba y propagaba las peculiares doctrinas del doctor Emons, y que insistía mucho en lo que él llamaba "el esquema de la eficiencia divina". Entendimos que, como era natural, sus particulares perspectivas le hacían sospechar de todo lo que no estuviera de acuerdo con su idea de predicación y de los medios a emplearse para promover un avivamiento. Al parecer tenía poca o ninguna confianza en cualquier conversión que no llevara al individuo a abrazar sus peculiares perspectivas en lo referente a la eficiencia y la soberanía divinas y siendo que quienes laboramos en aquellos avivamientos no simpatizábamos con sus extrañas ideas al respecto, le resultaba muy natural poner en gran duda la veracidad de los avivamientos. Aún con esto, nunca llegamos a suponer que toda la oposición del hermano Nettleton y del doctor Beecher tuviera su origen en las representaciones hechas por cualquiera de los miembros de dicha asociación.

Ninguna respuesta pública a las cartas del doctor Beecher se halló en imprenta alguna, como tampoco se hizo réplica a cualquiera de las otras publicaciones en contra de los avivamiento en aquel entonces. Quienes nos encontrábamos laborando en ellos teníamos las manos y los corazones demasiado llenos como para volcarnos a responder cartas, reportes u otras publicaciones que manifiestamente desestimaran el carácter de la obra. El hecho de que en aquel tiempo no se ofrecieran respuestas a aquellos infundados argumentos en contra de la obra, hizo que el público que se encontraba lejos del alcance de los avivamientos y en el extranjero, malinterpretaran el carácter de los mismos. Tanta llegó a ser la mala interpretación que resultó algo común el que hombres buenos, al referirse a los avivamientos, asumieran que aunque de hecho constituían avivamientos de la religión, los tales fueron conducidos de tal manera que manifestaban grandes desórdenes y que había mucho que lamentar en cuanto a sus resultados.

Todas estas apreciaciones eran un error. Voy a relatar tan fielmente como me sea posible las características de aquellos avivamientos y las medidas utilizadas para promoverlos y a mostrar, con todo mi esfuerzo, su verdadero carácter y los resultados que produjeron. Esto lo haré teniendo en claro que hay una multitud de testigos aún con vida que pueden dar testimonio de la veracidad de mi narración, o en caso de incurrir yo en algún error, pueden aún corregirme.

Empezaré refiriéndome a Western, en donde tuvieron inicio los avivamientos que se produjeron en el condado de Oneida. Dije antes que el hermano Gale se había mudado a una granja en Western, y que había empleado a algunos jóvenes para que le ayudaran en el mantenimiento del lugar, que estaba ocupado enseñándoles a estos jóvenes y que procuraba recobrar la salud. Fui directamente a su casa y fui su huésped durante varias semanas. Arribamos a la granja, si mal no recuerdo, un jueves. Se había establecido para ese día una reunión de oración en la casa escuela, la misma que se encontraba cerca de la iglesia. La congregación no tenía un ministro establecido y el hermano Gale no estaba en capacidad de predicar, de hecho no había predicado en el lugar simplemente por causa de su salud. Me parece que solo habían tenido ministros durante periodos y que durante algún tiempo antes de mi arribo para nada se había establecido en la iglesia presbiteriana la predicación. La iglesia presbiteriana tenía tres ancianos y pocos miembros, era una iglesia muy pequeña y la religión estaba en muy mal estado. Parecía que en los cristianos no había vida, coraje ni espíritu emprendedor. Además no se estaba haciendo nada para asegurar la conversión de los pecadores y la santificación de la iglesia.

En la tarde el hermano Gale me invitó a ir a la reunión de oración, lo mismo que hice. Me pidieron tomar la dirección de la reunión, más no acepté, pues esperaba quedarme solo por esa tarde y prefería escucharles a ellos orar y hablar a tomar yo parte en la reunión. La reunión fue abierta por uno de los ancianos, se leyó un pasaje de la Biblia y luego cantaron un himno. Después de esto el anciano hizo una larga oración, o más bien debiera decir una exhortación o una narrativa&emdash;realmente no sé cómo llamarle. Le dijo al Señor cuántos años habían sostenido esa reunión de oración semanal y que, sin embargo, no había respuesta a sus oraciones. El anciano hizo declaraciones y confesiones que me impactaron. Cuando hubo terminado, otro de los ancianos retomó e hizo lo mismo. Leyó un himno, y después de cantar se envolvió en una larga oración, en la cual cubrió prácticamente lo mismo dicho por el otro, añadiendo afirmaciones y declaraciones que habían sido omitidas por el otro caballero. Luego tomó la reunión un tercer anciano que siguió la misma línea. En este punto ya podía decir al igual que Pablo que mi espíritu se enardecía dentro de mí. Cuando ya habían terminado las intervenciones y estaban por cerrar la reunión, uno de los ancianos me preguntó si quería hacer algunas observaciones antes de concluir. Me puse de pie y tomé sus declaraciones y confesiones como texto y creo que no me equivoco al afirmar que Dios me inspiró para hacerles un examen terrible.

Cuando me puse de pie no tenía idea de lo que iba a decir; pero el Espíritu de Dios vino sobre mí con tal poder, que tomé sus oraciones, sus declaraciones y sus confesiones y las diseccioné. Les pregunté si se daban cuenta de que su reunión de oración era una burla&emdash; si acaso se habían reunido profesamente para burlarse de Dios al querer decir que todo lo que había estado sucediendo durante todo ese tiempo debía atribuírsele a su soberanía. Al principio observé que lucían molestos. Algunos dijeron más tarde que estuvieron a punto de ponerse de pie y marcharse. Continué haciendo un recorrido de sus oraciones y confesiones hasta que el anciano principal, el que había abierto la reunión, rompió en llanto exclamando: "Hermano Finney, ¡todo lo que dice es cierto!" El hombre cayó de rodillas y lloró en voz alta. Esta fue la señal que desencadenó un quebrantamiento general. Todo hombre y mujer presente cayó sobre sus rodillas. Probablemente no había más de doce personas presentes sin embargo, estas personas eran líderes en influencia en la iglesia. Todos lloraron, confesaron y quebrantaron sus corazones delante de Dios. Creo que la escena continuó por una hora y ha sido uno de los quebrantamientos&emdash;y confesiones&emdash;más grandes que he visto.

Tan pronto como se recuperaron lo suficiente me pidieron que me quedara a predicarles en el Sabbat. Consideré su petición como la voz del Señor, y acepté quedarme. Esto sucedió un jueves por la noche. El día viernes mi mente se encontraba grandemente agitada. Fui varias veces a la iglesia para orar en secreto y tuve un acceso poderoso al Señor. La noticia circuló y en el Sabbat la iglesia se llenó de oyentes. Prediqué todo el día y Dios descendió con gran poder sobre la gente. Así quedó manifiesto delante de todos que la obra de gracia había comenzado. Hice citas para predicar en diferentes partes del pueblo, en casas escuela y en el centro durante la semana; y así la obra aumentaba de día en día.

Mientras tanto, mi mente estaba muy ocupada en la oración y descubrí que el Espíritu de oración prevalecía, especialmente entre los miembros femeninos de la iglesia. Descubrí enseguida que la señora Brayton y la señora Harris, que eran esposas de dos de los ancianos de la iglesia, estaban grandemente involucradas en la oración. Ambas tenían hijos inconversos y se entregaron a la oración con tanta efervescencia, que me parecía que su intensidad prometía la salvación de sus familias. Con todo esto, la salud de la señora Harris era bastante delicada, y no podía aventurarse a salir con frecuencia para asistir a las reuniones, sin embargo, obtuvo una gran inspiración en esa primera reunión, la cual se llevó a casa.

Me parece que fue la semana siguiente cuando pasé a visitar al señor Harris y lo encontré pálido y agitado. Me dijo: "señor Finney, creo que mi esposa va a morir. Su mente está en tal estado de agitación que no puede descansar ni de día ni de noche y se ha entregado por completo a la oración. Ha estado toda la mañana en su habitación clamando y luchando en oración y temo que llegue a consumir todas sus fuerzas". Cuando la mujer escuchó mi voz en la sala salió de su habitación y vi en su rostro el más celestial y sublime de los brillos. Su rostro resplandecía con una esperanza y gozo que solo podía provenir del cielo. Ella exclamó: "Hermano Finney, ¡el Señor nos ha visitado! ¡Su obra se extenderá en toda esta región! Una nube de misericordia se ha posado sobre nosotros y veremos una obra que jamás hemos visto antes". Su esposo la miraba con sorpresa, confundido y sin saber qué decir. Tal escena era nueva para él, más no para mí. Había visto antes casos semejantes y yo también creía que su oración había prevalecido, o más bien, estaba convencido de ello. La obra continuó, se extendió y prevaleció hasta que empezó a mostrar, indefectiblemente, la dirección que el Espíritu de Dios estaba tomando a partir de ese lugar. Me parece que de Western a Roma había unas nueve millas de distancia. A medio camino se encontraba una pequeña villa llamada Elmer's Hill. Allí había una casa escuela grande en la que sostenía una lectura semanal. Pronto quedó manifiesto que la obra se estaba extendiendo en dirección a Roma y Utica. Había un asentamiento al noroeste de Roma, a unas tres millas de camino, llamado Wright's Settement. Un gran número de personas provenientes de Roma y Wright's Settlement, llegaban a Elmer's Hill para asistir a las reuniones, sobre las cuales la obra pronto mostró su efecto.

Debo relatar, sin embargo, unos pocos incidentes que se suscitaron en el avivamiento en Western. La señora Brayton, la esposa de uno de los ancianos a la que ya he mencionado, tenía una familia grande de hijos inconversos. Si no me equivoco uno de sus hijos era profesor de religión y vivía en Utica; el resto de la familia permanecía en casa. Esta era una familia muy amigable, y la hija mayor, en especial, era manifiestamente considerada por la familia como casi perfecta. Visité el hogar varias veces para conversar con ella, pero encontré que la familia era tan sensible para con los sentimientos de la joven que no me era posible despojarla de su propia justicia, pues se le había hecho creer que ella era casi, y sino del todo, cristiana. La vida de esta joven había sido tan irreprochable que resultaba muy difícil convencerla de pecado. La hija que le seguía también era una joven muy amable, mas no se consideraba a sí misma digna de compararse con su hermana en cuanto a su carácter moral y cordialidad. Un día, cuando estaba hablando con Sarah, la hermana mayor, tratando de hacerle ver que era grandemente pecadora a pesar de su moralidad, Cynthia, la segunda, me dijo: "Señor Finney, me parece que usted está siendo muy duro con Sarah. Si usted me hablara de esa manera, sin duda sentiría que lo merezco, mas no creo que sea así con mi hermana". Después de varias derrotas en mis intentos por asegurar la convicción y la conversión de Sarah, tomé la decisión de esperar al momento oportuno, y aprovechar alguna oportunidad cuando me la encuentre fuera de su casa o sola. No había pasado mucho tiempo cuando me la encontré fuera de su casa. Empecé a conversar con ella y con la ayuda de Dios pude desmantelar la coraza de su corazón y la joven cayó bajo una poderosa convicción de pecado. El Espíritu la persiguió con gran poder. La familia estaba sorprendida y muy preocupada por ella; sin embargo, Dios empujó el asunto hasta el fin y después de luchar por pocos días, Sarah se quebrantó completamente, entrando al reino de Dios como una de las más hermosas convertidas que jamás he visto. Sus convicciones eran tan profunda que cuando se convirtió se mostró fuerte en la fe, clara en su comprensión del deber y la verdad, e inmediatamente se volvió una hueste en medio de sus amigos y conocidos, desplegando su poder del bien.

Mientras tanto Cynthia, la segunda hija, cayó en gran alarma y ansiedad por la salvación de su propia alma. Su madre, la señora Brayton, parecía estar en gran angustia de alma día y noche. Yo pasaba a visitar a la familia casi a diario, y en ocasiones, dos o tres veces al día. Uno tras otro, los hijos de la familia se fueron convirtiendo, y todos esperábamos ansiosos el día en el cual Cynthia se mostrara como una flamante convertida. Sin embargo, por alguna razón, continuaba rezagada. Estaba claro que el Espíritu estaba siendo resistido, así que un día pasé a la casa y la encontré sola, sentada en la sala. Le pregunté cómo se encontraba y ella me respondió: "Señor Finney, estoy perdiendo mi convicción. Ya no me siento tan preocupada por mi alma como antes." Justo en ese momento se abrió la puerta y entró el señor Brayton y le dije lo que Cynthia me había acabado de decir. Esto le chocó a ella tanto que gimió en voz alta y cayó postrada en el suelo. Era incapaz de ponerse de pie, y luchaba y gemía en una manera que me mostró enseguida que se convertiría. Ella no podía expresar mayor cosa en palabras, pero sus gemidos y sus lágrimas daban testimonio de la inmensa agonía de su mente. Tan pronto como esto sucedió, el Espíritu de Dios vino manifiestamente sobre ella. Cayó en sus rodillas y antes de ponerse de pie se había quebrantado y apareció ante todos como una convertida tan completa como su hermana Sarah. Todos los hijos de los Brayton, los varones y las mujeres, se convirtieron en aquel tiempo. Todos, excepto el menor, que era para entonces un infante aún, pero que se convirtió más tarde. Uno de los hijos de la familia ha predicado el evangelio por muchos años.

Entre otros incidentes recuerdo el caso de una joven dama que vivía en un área alejada del pueblo, pero que casi a diario acudía a las reuniones en el centro. Yo había hablado con ella en varias oportunidades y había notado que se encontraba en profunda convicción, y de hecho, casi al punto de la desesperación. Todos los días esperaba la noticia de que la joven se había convertido, mas sin embargo se encontraba estancada, o para decirlo mejor, solo aumentaba su desesperación cada día más. Esto me llevó a pensar que algo andaba mal en su hogar. Le pregunté si sus padres eran cristianos, a lo que ella respondió que eran miembros de la iglesia. Le pregunté luego si sus padres asistían a reuniones, y ella dijo que sí, en el Sabbat. "Sus padres asisten además en otras ocasiones", le pregunté y ella dijo: "No". Le pregunté si realizaban oraciones familiares en casa, y ella dijo: "No, señor. Solíamos tenerlas, pero hace mucho tiempo que ya no hacemos oración familiar". Sus respuestas me mostraron enseguida su piedra de tropiezo. Le pregunté en qué momento podría encontrar a sus padres en casa y me dijo que estaban en casa casi todo el tiempo, y que rara vez salían. Con la sensación de que era terriblemente peligroso el dejar su caso como estaba, a la mañana siguiente fui a visitar a su familia.

Creo que la joven era hija única; en todo caso, era la única hija en casa. La encontré arrodillada, desanimada y sumida en la desesperación. Le dije a la madre: "El Espíritu del Señor está luchando con su hija". Ella respondió: "Si. Mi hija no lo sabía, pero Dios ha estado luchando con ella". Le pregunté luego si estaba orando por su hija. La mujer me dio una respuesta que me dejó ver que no sabía qué significaba orar por ella. Pregunté entonces por su esposo y me dijo que estaba en el campo, trabajando. Le pedí que lo llamara y cuando el hombre entró a la casa le dije: "¿Esta viendo el estado en el que se encuentra su hija?" Me respondió que parecía que se sentía muy mal. "¿Y está usted alerta y comprometido en oración por ella?" le dije y su respuesta reveló el hecho de que si alguna vez se había convertido, se había apartado miserablemente y que no tenía ningún acceso a Dios. "Y ustedes no tienen oración familiar", le dije y él confirmó que no. Dije entonces: "Yo he visto como su hija día tras día se arrodilla con convicción y he llegado a entender que el obstáculo está aquí, en su casa. Usted le ha cerrado a su hija el acceso al reino de los cielos. Ni entra usted, ni la ayuda tampoco a entrar. Su incredulidad y su mente carnal previenen la conversión de su hija, y eso destruirá su propia alma. Usted debe arrepentirse ahora mismo y no pretendo dejar esta casa hasta que usted y su esposa se arrepientan y le dejen el camino a la salvación libre a su hija. Usted debe establecer la oración familiar y levantar el altar familiar que ha dejado caer. Ahora, mi estimado señor, ¿no se pondrán usted y su esposa de rodillas para orar? ¿No prometerá usted que a partir de este momento que cumplirá con su deber de establecer el altar familiar y de volver a Dios?" Fui tan ferviente con ellos que ambos empezaron a llorar. Mi fe era tan fuerte que no dude cuando les dije que no dejaría la casa hasta que se hubieran arrepentido, y hasta que hubieran establecido el altar familiar. Sentía que la obra debía de hacerse y hacerse en ese momento. Yo mismo me puse de rodillas y empecé a orar. Ellos se arrodillaron y lloraban gravemente. Hice confesión por ellos, tan bien como pude, y les guié a Dios, y prevalecí para con Dios a favor de ellos. Fue una escena conmovedora. Ambos quebrantaron el corazón, confesaron sus pecados, y antes de ponerse de pie su hija estaba en libertad y se mostró manifiestamente convertida. Se puso de pie regocijándose en Cristo. Muchas respuestas a la oración y muchas escenas de gran interés se produjeron en aquel avivamiento.

Hubo un pasaje en mi experiencia personal, que para la gloria de Dios, no puedo dejar de narrar. Prediqué y oré casi de continuo durante mi estadía en casa del señor Gale. Como estaba acostumbrado a orar en voz alta, por razones de conveniencia y para no ser escuchado, solía extender una piel de búfalo en el henil, que era el lugar en donde solía pasar la mayoría de mi tiempo en oración secreta cuando no estaba haciendo visitas o predicando. El hermano Gale me había advertido en múltiples ocasiones que si no tenía cuidado iba a agotar mis fuerzas y a sufrir un quebranto. Pero el Espíritu de oración estaba sobre mí y no podía resistirle, sino que le daba cabida y liberaba mis fuerzas derramando mi alma delante de Dios en oración. Corría el mes de noviembre y el clima se había hecho frío. El hermano Gale y yo habíamos estado realizando visitas a caballo y en carreta. Llegamos a la casa y fuimos al establo a dejar el caballo. Una vez le quitamos el arnés al caballo, en vez de entrar a la casa, fui al henil para derramar mi alma cargada en oración. Oré hasta que me dejaron las fuerzas. Estaba tan exhausto que caí sobre la piel de búfalo y me quedé dormido. Una vez que mi mente se alivió y dejé mis cargas delante de Dios, debí de quedarme dormido enseguida, esto lo asumo por el hecho de que no tengo recuerdo alguno del tiempo transcurrido después de que cesó la lucha en mi alma. El hermano Gale se había retirado a la casa, y yo había permanecido tanto tiempo en el establo, que se alarmó. Lo primero que recuerdo es que se trepó al henal y preguntó: "¿Está muerto, hermano Finney?" Me levanté y al principio no pude dar cuentas de que me había quedado dormido en ese lugar. Tampoco sabía cuánto tiempo había estado allí. Sin embargo, había algo que sí sabía: mi mente estaba en calma, y mi fe inamovible. La obra continuaría, de eso no tenía dudas.

He dicho antes que fui ordenado como ministro por el presbiterio. Esto ocurrió años antes de la división en la iglesia presbiteriana en lo que hoy se conoce como las Asambleas Nueva y Antigua. La doctrina Edwardiana de moral y habilidad e inhabilidad natural era sostenida por la iglesia presbiteriana casi de manera universal en la región en la cual empecé mi ministerio. Debo repetir aquí nuevamente que el señor Gale, quien bajo la dirección del presbiterio atendió de cierto modo mis estudios teológicos, sostenía firmemente la doctrina de la incapacidad de los pecadores para obedecer a Dios; y el tema, en la forma en que lo presentaba en sus prédicas&emdash;y este era el caso de la mayoría de los ministros presbiterianos de aquel entonces&emdash;dejaba la impresión en la gente de que debían esperar el tiempo de Dios. Que si eran elegidos, en el debido momento el Espíritu les convertiría; Por otro lado, si no eran elegidos, no había nada que pudieran hacer a favor de ellos mismos, y tampoco había nada que otro pudiera hacer en procura de su salvación.

Sostenían que la doctrina de la depravación moral era constitucional, y que era parte de la misma naturaleza; que la voluntad, aunque era libre para hacer lo malo, era últimamente incapaz de hacer ningún bien; que la obra del Espíritu Santo al hacer un cambio en el corazón era una operación física sobre la sustancia o la esencia del alma; que el pecador era un sujeto pasivo en la regeneración hasta que el Espíritu Santo hubiera implantado un nuevo principio en su naturaleza, y que todos los esfuerzos por parte del pecador era totalmente inútiles; que propiamente hablando no habían medios para la regeneración, pues la regeneración era una re-creación física del alma por agencia directa del Espíritu Santo; que la expiación estaba limitada a los escogidos, y que por lo tanto, la salvación de los no elegidos era una imposibilidad.

En mis estudios y controversias con el señor Gale mantuve lo opuesto. Asumí que la depravación moral era, y debía de ser, una actitud voluntaria de la mente; que consistía, y que debía de consistir, en el compromiso de la voluntad a la gratificación del deseo, o como la Biblia lo expresa, de la lujuria de la carne, en oposición a aquello que la ley de Dios requiere. En consistencia con esto, mantuve que la influencia del Espíritu de Dios sobre el alma humana es moral, es decir, persuasiva; que Cristo se presenta como un maestro; que su obra es convencer y convertir al pecador por medio de la enseñanza divina y la persuasión moral.

Sostuve también que existían medios para la regeneración, y que la verdad de la Biblia había sido calculada en su naturaleza para guiar al pecador a abandonar su impiedad y volverse a Dios. Sostuve también que debía de haber una adaptación de los medios para garantizar el fin: esto es, que la inteligencia debe ser iluminada, que debe mostrársele al pecador la irracionalidad de la depravación moral, y que su impiedad y el estado de su alma le deben ser reveladas con claridad; que una vez que esto se ha hecho, la misión de Cristo podía ser entendida por el pecador, y podía serle presentada con fuerza; que al tomar este curso con el pecador se vería la tendencia de que se convertirá a Cristo; y que cuando esto era hecho con fidelidad y oración, tenemos derecho a esperar a que el Espíritu de Dios coopere con nosotros.

Además, sostuve que el Espíritu Santo opera en el predicador revelándole claramente las verdades en el orden apropiado, y capacitándolo para exponerlas delante de la gente en tal proporción y en tal orden que se muestran calculadas para convertir a las personas. Entendí entonces, como también ahora, la tarea y la promesa que Cristo dio a los apóstoles y a la iglesia como algo aplicable para el día de hoy: "Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y he aquí, yo estoy con vosotros siempre, hasta el fin del mundo".

Esto lo entendí como un mandato para mí, para todos los ministros, y para la iglesia; con la promesa expresa de que cuando fuéramos a la obra con un solo enfoque, y con un espíritu de oración, Cristo estaría con nosotros por medio de Su Espíritu, haciendo eficientes nuestros esfuerzos para salvar almas. Me pareció entonces, como me parece aún, que la gran falla del ministerio y de la iglesia en promover la religión ha consistido, en gran medida, en no haber adaptado los medios a tal fin. Durante años escuché la predicación del hermano Gale, y jamás vi que adaptará su predicación al propósito de convertir a nadie. Tampoco me parecía que la conversión de la gente hubiera sido su propósito. Encontré que lo mismo se aplicaba a todos los sermones que había escuchado en todas partes. En una ocasión hablé con el señor Gale acerca de esto, y le dije que de todas las causas que alguna vez se hubieran presentado, la causa por la defensa de la religión, a mi parecer, era la que contaba con menos abogados, y que si en los tribunales los abogados fueran a seguir el mismo curso que siguen los ministros para defender la causa de Cristo ante los pecadores en la defensa de sus clientes, no ganarían ni un caso.

Sin embargo, en aquel entonces el señor Gale no podía entenderlo; ¿pues qué conexión había entre los medios y el fin de acuerdo a sus posturas con respecto a en qué consiste la regeneración, y en la manera en la cual el Espíritu Santo transforma el corazón?

A manera de ilustración diré que después de que empecé a predicar, en medio de un poderoso avivamiento, un joven que venía del seminario teológico de Princeton, llegó al sitio. El antiguo pastor de la iglesia en la cual me encontraba laborando, un caballero de avanzada edad que vivía en el lugar, tenía gran curiosidad de escuchar al joven predicar. En aquel entonces la iglesia no tenía pastor; y por lo tanto yo solo estaba a cargo del púlpito y conducía las cosas de acuerdo a mi discreción. El anciano pastor me dijo que había conocido al joven antes de que fuera a la universidad y que deseaba mucho ver la pericia que había alcanzado y que quería que le permitiera predicar. Le dije que temía el ponerle a predicar, pues no fuera a estropear la obra al no predicar lo que era menester en ese momento. "Oh"&emdash;dijo el caballero&emdash;"Él predicará la verdad; y en la religión no hay conexión, como usted sabe, entre los medios y el fin, así que no hay peligro de que estropee la obra". Yo le respondí: "Esa no es mi doctrina. Yo creo que hay tanta conexión entre los medios y el fin en la religión como la hay en la naturaleza; y por lo tanto no puedo consentir el que aquel joven predique". Usualmente he encontrado necesario el tomar de manera sustancial el mismo curso en los avivamientos de la religión, y en ocasiones, al hacerlo, he descubierto que he ofendido a algunos, aún con esto no me he atrevido a hacer otra cosa.

En medio de un avivamiento de la religión, y cuando las almas necesitan una instrucción peculiar, adaptada a su condición presente y a sus necesidades actuales, no me he atrevido a poner a A, o a B, o a C en el púlpito, cuando lo he tenido bajo mi cargo, para que prediquen sus grandes sermones&emdash;que generalmente no están adaptados a las necesidades de la gente. Por tomar este curso he sido acusado con frecuencia de suponer que predico mejor que los demás. Debo confesar que sí supuse que podía satisfacer de mejor forma las necesidades de la gente en contraste con aquellos que conocían muy poco de sus necesidades, o en contraste con quienes les predicaban sus viejos sermones; y supuse que fue por esta razón que Cristo puso la obra en mis manos, y en tal sentido, que estaba bajo la obligación de adaptar los medios al fin, y que no debía acudir a otros que sabían muy poco del estado de las cosas para que intenten, bajo tales circunstancias, instruir al pueblo. Hice en esos casos lo que otros hubieran hecho conmigo. No podía permitirme a mí mismo el ir al lugar de labores de otro hombre a promover un avivamiento y sufrir el ponerme a mí mismo en una situación en la que conocía poco o nada del estado del pueblo.

He dicho que cuando estuve en Western fui huésped del señor Gale, y que él había llegado a la conclusión de que nunca se había convertido en realidad. Gale me relató el progreso de su mente: había creído firmemente lo que me había insistido con frecuencia, que Dios no iba a bendecir mis labores, pues yo no predicaba lo que él consideraba como las verdades del evangelio. También dije anteriormente que poco tiempo después de recibir mi licencia prediqué una vez en su púlpito, dando mis propias perspectivas del evangelio y de la forma en la que debe ser predicado, y que el señor Gale me dijo que se sentiría avergonzado de que se supiera que él había tenido alguna conexión con mis estudios de teología. El suponía, e insistía, que yo no debería hacerme expectativas de que el Espíritu Santo me acompañaría en mis labores. Sin embargo, cuando descubrió que el Espíritu de Dios sí me estaba acompañando en mis labores, esto lo llevó a la conclusión de que había estado equivocado y a un profundo análisis del estado de su mente y de sus perspectivas como predicador, lo cual desembocó en la conclusión de que nunca se había convertido y de que realmente no comprendía el evangelio. Durante el avivamiento en Western, Gale asistió casi a todas las reuniones; muchas semanas antes me había dicho que había llegado a un estado completamente diferente en su mente con respecto a su alma, que había cambiado sus perspectivas en cuanto al evangelio y que creía que yo había tenido la razón. Dijo que le agradecía a Dios el no haber tenido influencia alguna sobre mí como para haberme guiado a abrazar sus perspectivas y que me habría arruinado como ministro si hubiera logrado prevalecer sobre mí. A partir de ese momento, y al límite que le permitía su salud, se convirtió en un obrero eficiente en el avivamiento de aquella región.

La doctrina en la que yo insistía, que el mandamiento de obedecer a Dios implica la capacidad de hacerlo, produjo en algunos lugares gran oposición al principio. El que negara también que la depravación moral era algo físico, o la supuesta depravación por naturaleza y el mantener que esta depravación era algo voluntario, y que por lo tanto las influencias del Espíritu eran las de enseñar, persuadir, convencer, y por supuesto, que sus influencias eran morales; fue para muchos algo nuevo. De hecho, mucho después, en 1832, cuando me encontraba laborando en Boston por primera vez, el doctor Beecher afirmó que nunca había escuchado predicar tal doctrina, es decir, que las influencias del Espíritu eran morales y no físicas. Por lo tanto, en considerable extensión, ministros y cristianos consideraban mi doctrina como prácticamente una negación de la influencia del Espíritu, y por lo tanto&emdash;y a pesar de mi mucha e incesante insistencia en la agencia divina en todos los ejercicios cristianos y para traer convicción y regeneración&emdash; tomó mucho tiempo para que cesara el clamor de denuncia que insistía que yo estaba negando la agencia del Espíritu Santo en la regeneración y conversión. Se dijo que yo enseñaba la "auto-conversión" y la "auto-regeneración"; y no con poca frecuencia fui reprochado por dirigirme al pecador como si toda la culpa de su impenitencia fuera suya, y por urgirle a la sumisión inmediata. De cualquier, modo persistí en ese curso, y tanto ministros como cristianos vieron que Dios validaba mi doctrina como Su verdad, y la bendecía con la salvación de miles de almas. Tendré ocasión más delante de advertir acerca de este tema nuevamente, más ahora debo retomar mi narrativa.

He hablado de las reuniones en Elmer's Hill, y he dicho que gente de Roma y de Wright's Settlement empezaron a asistir a las mismas en grandes números, y que el claro efecto de la Palabra sobre aquellos que venían de estos lugares me indicaba llanamente que la obra se extendía con rapidez en esa dirección.

 

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